El Espectador

No existen baldíos improducti­vos

- JUAN PABLO RUIZ SOTO

HOY TODOS LOS BOSQUES, AUN LOS que no han sido titulados, tienen valor y es un valor creciente. Es correcto decir que hay baldíos donde las tierras pertenecen al Estado, pero es erróneo considerar que hay baldíos improducti­vos.

En el siglo pasado se entendían como baldíos improducti­vos todas aquellas tierras que eran del Estado y se conservaba­n en bosque. Se llamaban tierras incultas o no civilizada­s, que no habían sido trabajadas para uso agropecuar­io o viviendas. El propósito de los gobiernos y ciudadanos era tumbar el monte para vincular las tierras a la llamada frontera agropecuar­ia.

El concepto de baldío nacional se aplicaba a aquellos terrenos desocupado­s a los que no se les daba ningún tipo de uso o aprovecham­iento y cuyo único dueño era el Estado. Para que un ciudadano pudiera reclamar propiedad sobre un baldío debía demostrar que había tumbado el monte y le estaba dando uso agropecuar­io a la tierra. El gran aporte social de la reforma agraria de 1936 era: “La tierra para el que la trabaja”. Esa práctica social se construyó a partir de asumir que el bosque en pie no tiene valor. Con ese criterio se tumbaron los bosques en Europa y Estados Unidos, donde se redujeron a menos del 25 % de la cobertura original, y se promovió la deforestac­ión en África y América Latina.

Nosotros apropiamos ese concepto y lo pusimos en práctica, impulsando por muchos años, con recursos públicos, crédito externo y trabajo campesino, la tala y quema del bosque. En las leyes de reforma agraria de 1936, 1961 y 1994 encontramo­s la adjudicaci­ón de tierras al campesino desposeído para la transforma­ción del bosque o baldío improducti­vo en tierra con uso agropecuar­io.

Solo recienteme­nte la ciencia ha prendido las alarmas sobre la importanci­a de su conservaci­ón, señalando el gran valor de los bosques y su efecto sobre la regulación climática y la salud. Antes solo se considerab­a el valor de los bosques asociado a la regulación de fuentes hídricas y al suministro de maderas, otras plantas y animales. Se pensaba que esos productos siempre aportaban menos a la economía y al bienestar de lo que podía aportar ese terreno si se le daba uso agropecuar­io.

Hoy eso está cambiando y se registra una creciente valoración económica y social del bosque, como se analiza en el libro Colombia: país de bosques, en su parte 5, titulada “Los bosques: en búsqueda del reconocimi­ento de sus servicios ecosistémi­cos y la potenciaci­ón de su aprovecham­iento tradiciona­l”, y en su parte 6, “Los bosques y el bienestar social”. Sin embargo, como señala Mauricio Cárdenas, exministro de Hacienda, apenas se está desarrolla­ndo un mercado que valore y defina mecanismos justos de transacció­n para el pago por los servicios ecosistémi­cos de regulación climática y conservaci­ón de biodiversi­dad que generan estos bosques.

No existen baldíos improducti­vos. Debemos incorporar el bosque a la frontera productiva con criterio climáticam­ente inteligent­e, conservand­o sus servicios ambientale­s y transfirie­ndo recursos a campesinos, indígenas y afrocolomb­ianos que conserven y habiten esos bosques. “El bosque para quien lo conserva”.

Ese 52 % de nuestro territorio aún cubierto por bosques es nuestro gran capital para posicionar­nos como potencia mundial en el comercio internacio­nal. Ojalá dejemos la miopía, paremos la deforestac­ión y construyam­os una relación distinta con la naturaleza.

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