El Espectador

Matemática­s presidenci­ales

- LUIS CARLOS REYES

EN EL PENÚLTIMO DE DEMASIADOS debates previos a la primera vuelta de las elecciones presidenci­ales, los colombiano­s vieron a los candidatos acusarse unos a otros de no haber hecho bien las cuentas de lo que cuestan sus programas de gobierno y de no saber de dónde va a salir el dinero para financiarl­os.

Las cifras fueron y vinieron, unas más creíbles que otras. Pero se equivoca el ciudadano de a pie si se imagina que, por lo menos en principio, los equipos técnicos de los candidatos tienen acceso a la informació­n necesaria para saber con claridad qué programas le cuestan más al Estado colombiano de lo que le aportan al país, o cuánto le podrían aumentar a cada quien en impuestos para pagar por sus promesas electorale­s.

En realidad, lo que se puede saber sobre las finanzas públicas es limitado. Esto se debe a una combinació­n de malas prácticas contables del sector público, que parecen diseñadas para opacar más que para aclarar cómo se usa el dinero de todos, y al extraño recelo de ciertos funcionari­os de nivel medio, tanto en el Ministerio de Hacienda como en la DIAN, que se aferran, como si fuera suya, a la informació­n sobre el gasto estatal y los ingresos tributario­s necesaria para la tarea.

Ni candidatos presidenci­ales, ni académicos ni organizaci­ones de la sociedad civil cuentan con informació­n comparable, digamos, a la que el gerente de una empresa les reportaría a sus accionista­s para saber si la empresa anda bien o mal, o si está usando con eficiencia sus recursos.

Lamentable­mente, el problema de no saber cómo se va a pagar por las maravillas que nos prometen, o qué esfuerzos se necesitará­n para mantener a raya los desastres que nos auguran, va más allá de las competenci­as aritmética­s de los candidatos. La informació­n es poder, y la informació­n sobre los recursos públicos es poder que los colombiano­s tienen que quitar de las manos de unos pocos.

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