No más líderes (ni lideresas)
EN 1955, ISAAC ASIMOV PUBLICÓ UNA pequeña historia de ciencia ficción, en la que su computador Multivac escogía al azar a un ciudadano, le hacía una entrevista y, con base en ello, elegía al presidente de la República. El apogeo de la democracia, donde una encuesta le pregunta a un solo elector potencial acerca del liderazgo requerido, tenía por objetivo pedagógico señalar que un ciudadano(a) es igual que todos, en derecho, y cualquiera podría representarle. Incluso, ejercer en la presidencia. Mala estadística, dirán, obvio, pero Asimov propuso una aproximación matemática irónica: ¿es factible diseñar un experimento promedio que reemplace múltiples experimentos?
Ya vemos que elegir presidente no es un asunto racional: finalmente, los seres humanos tomamos decisiones por miles de “razones” que no lo son, pues las pasiones siempre pueden más. Nuestras democracias son imperfectas, porque somos, afortunadamente, imperfectos, por ser complejos. Todo ocurre en la zona gris, y si no, miremos los resultados históricos de las elecciones pasadas, donde, con todo respeto, hemos elegido ciudadanos (ninguna ciudadana, hay que reconocer) que, con todos sus logros, siempre dejaron más sinsabores que resultados. Obvio, eran apenas personas, algunas muy refinadas, muy estudiadas, muy bien relacionadas, pero personas, al fin y al cabo, y los mosquitos que las picaban no se convertían en “insectos con derechos” por portar una gota de su sangre. Persisten, en cambio, sus aportes al debate y la construcción de la nación, más allá de sus egos, sujetos a la muy imperfecta también memoria colectiva.
Tal vez el crecimiento exponencial del candidato Rodolfo Hernández en las encuestas responda a este fenómeno de simplificación necesaria de las decisiones complejas. Tal vez realmente representa una ruptura, una sorpresa sistémica (bienvenida o no) en la medida que desarma la polaridad, tal vez una amenaza a la democracia representativa. Pero, ante todo, representa el ocaso de los liderazgos unipersonales, paradójicamente, porque no lidera, no reconoce representar a nadie y planea, como Multivac, constituir un modelo de gobierno basado en un algoritmo sin cortes ni congresistas. El riesgo del autócrata, claro, está presente… Los líderes hoy en día son en gran parte producto de la propaganda, que nos sabe volubles. Francia, incluso, hermosamente genuina, es en sí misma un “colectivo candidato”, un torrente de razón apasionada que apoya la juventud, pero la consume a ella; el dilema de la genialidad vs. el consenso…
En los tiempos de colapso corresponde programarlo, para no quedar atrapados en el eterno retorno. Tal vez las elecciones del futuro deberían hacerse sobre un máximo de diez propuestas preparadas cada una por equipos ideológicamente afines, enfatizando el propósito y los medios para alcanzarlo. Y luego de las elecciones programáticas, ratificar a quien hubiese coordinado la propuesta, como mandatario(a). O a un ciudadano al azar: un invitado migrante, una actriz destemplada, un animal con derechos, un Incitato. Cada votante podría escoger, como en la consulta popular que alcanzó a imaginar la minga hace unos meses, la mezcla de política requerida para que la presidencia haga lo que el pueblo manda, que no es hacer lo que el caudillo propone, por ilustre que sea.
Mientras llega ese momento, que no creo, iré contra las estadísticas, apasionada por la candidatura de Sergio Fajardo, matemático y profesor, sin ánimo de reconocerlo como líder o convertirlo en uno, sino por ser un gran ser humano que entiende que la quimera de la democracia muere sin una escuela que la defienda.