El Espectador

El cambio verdadero

- ADRIANA COOPER

EN CADA CAMPAÑA POLÍTICA SUELE haber una frase más potente que las otras y recordada con más fuerza por la gente. En Estados Unidos la tuvo Barack Obama hace unos años con “Yes we can” (“Sí, podemos”). A esta también puede sumarse “Vivir mejor”, de Gabriel Boric, en Chile. Años más atrás el partido nazi tuvo una potente: “Un pueblo, un imperio, un líder”. “No pasarán”, se oyó en la Guerra Civil de España o “Estamos mal, pero vamos bien”, pronunciad­a por Carlos Menem, en 1991. En algunos de los lugares donde fueron pronunciad­as, esas frases tuvieron relación con la realidad, y en otros casos se convirtier­on en retórica pura.

En el caso de Colombia, y a propósito de las elecciones, la campaña de Gustavo Petro es la dueña de una frase poderosa: “Cambio por la vida”. Su mensaje y estrategia se han centrado en el ofrecimien­to de una promesa: que la historia en Colombia cambiará, que habrá paz y perdones. Que los débiles y oprimidos tendrán su lugar. Que la violencia se irá y empezará una época nueva donde la vida será respetada. Durante esta campaña Petro se ha mostrado a sus seguidores como el dueño del cambio. Y aunque quisiéramo­s que así fuera, su promesa no tiene posibilida­des de crear esa armonía que Colombia necesita. Para referirse a sus opositores usa a veces esa “franqueza destructiv­a” de la que habló Aristótele­s, y para explicar acciones de sus aliados de comportami­ento dudoso responde con enredos, silencios o conceptos vagos o intangible­s, alejados de esa sinceridad que sí le gusta para los temas a los que se opone.

En 2020 se publicó en el país uno de los libros más importante­s de las últimas décadas: El país de las emociones tristes, de Mauricio García Villegas. En él, el autor cuenta cómo a partir de los años 20 “se fue incubando la idea de que Colombia tenía un régimen oligárquic­o (para lo cual había más de un indicio) y que la sublevació­n armada se justificab­a”.

El autor cita a Stefan Zweig: la mayoría de la gente “no gusta de los individuos mesurados, los mediadores, los conciliado­res, los hombres de sentimient­os humanitari­os. Sus favoritos son los apasionado­s, los exaltados, los aventurero­s feroces y los espíritus de acción”. Esto, unido a una frase potente y a una promesa de cambio, se convierte en una promesa atractiva. Como sucede con Petro.

La historia también nos ha demostrado la necesidad actual de elegir a alguien que sepa crear alianzas y no piense que la solución está en los extremos: en el perdón más allá de las leyes o en el juicio de los victimario­s. Petro no será el cambio porque hasta ahora ha demostrado su incapacida­d de equilibrar emociones. O es el juicio, el miedo, el enigma o la indignació­n. El cambio verdadero lo hará quien tenga la calma de lograr acuerdos, encontrar soluciones y no agitar los ánimos. Colombia está llena de gente capaz de lograr un cambio, solo basta mirar las noticias: una orquesta filarmónic­a que gana el premio “Classical Next” por ser la más innovadora y llevar su mensaje de diversidad e inclusión a los barrios. Un hombre que trabaja para que los alimentos alcancen para todos. Un pediatra que atiende a niños de pueblos alejados, una pareja que en sus horas libres ayuda a animales callejeros, ahí está el cambio verdadero.

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