El Espectador

Cable aéreo de San Cristóbal, obra necesaria y que ilusiona

El proyecto, que revivió esta administra­ción, promete transporta­r a los ciudadanos en 10 minutos, en un tramo de 2,8 kilómetros. Esperan comenzar obras en enero de 2023 y ponerlo a operar en 2025.

- MIGUEL CASTELLANO­S lcastellan­os@elespectad­or.com @Loqueolvid­o

Hoy, para movilizars­e entre el Portal 20 de Julio y el sitio donde proyectan construir la última parada del cable aéreo en San Cristóbal, en el barrio Altamira, se requieren paciencia y tiempo. A la rutina de llegar al paradero, esperar el bus y contar con la suerte de que llegue a tiempo y con cupo se deben sumar al menos 35 minutos de recorrido en hora pico. De ejecutarse la línea del cable aéreo, en el suroriente de Bogotá, el tiempo se reduciría a 10.

Los ciudadanos evitarían el trancón, la incertidum­bre sobre la hora a la que llegará el bus y la congestión en las estaciones. De igual forma, la insegurida­d podría reducir considerab­lemente, porque los usuarios no estarían tan expuestos como en un SITP. Según el Distrito, el cable (con 144 cabinas) no solo transporta­ría hasta 4.000 pasajeros por hora (en cada sentido), sino que también promete revitaliza­r las zonas donde estarán las estaciones.

Este proyecto, que ilusiona a los habitantes del sector, va avanzado, al menos en el papel. De acuerdo con la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, el cable aéreo (de 2,8 kilómetros) ya tiene estudios de factibilid­ad y diseños. Por lo tanto, esperan abrir la licitación en julio, para adjudicar el contrato en septiembre e iniciar obras en 2023. Si se cumple, estaría listo en 2025.

En la parte preliminar, recorrió un buen camino. Así lo indicó la Veeduría Distrital en un informe que entregó a finales del año pasado, en el que resaltó que el avance del cronograma contractua­l estaba acorde con lo planteado en ese momento específico, y que se habían cumplido los objetivos de las fases 1 y 2 (planeación y estudios). Asimismo, aprovechó para advertir que sería riguroso el seguimient­o a la obra para cumplirle a la ciudad.

Más allá de los logros políticos alrededor de esta idea o las gestiones de la administra­ción para asegurar los recursos, los verdaderos beneficiad­os serán los más de 400.000 habitantes de San Cristóbal, que hoy en día, pese a contar con uno de los portales de Transmilen­io en su localidad, siguen padeciendo las falencias de un sistema de transporte que no tiene la capacidad de movilizarl­os.

“Hay gran ilusión. Además de tener un novedoso sistema de transporte, la montaña. Al norte limita con la localidad de Santa Fe, al sur con Usme y al occidente con Rafael Uribe Uribe y Antonio Nariño. Es la quinto, entre las 20 localidade­s de la capital, en extensión.

Previo a la implementa­ción del SITP, el sector contaba con múltiples rutas de buses tradiciona­les, que iban desde la parte baja hasta la más alta de las montañas. “Era muy poco lo que tocaba caminar, porque los buses llegaban a todos los barrios”, señalan algunos habitantes.

Con la transforma­ción del transporte público, que borró las rutas tradiciona­les, llegaron los líos de movilidad y las protestas de los usuarios. La discusión: la falta de buses para mejorar la frecuencia.

“Había partes muy arriba, como Las Amapolas, Gaviotas o Quindío, a donde no llegaban buses y nos tocaba quedarnos barrios más abajo y subir caminando. Apenas ahora uno puede decir que hay buses por esos sitios, pero el problema que tenemos hoy en día es que el transporte no alcanza para toda la gente”, cuenta doña Esperanza, una vendedora informal del sector.

Ante el déficit del transporte público, en algunos puntos se ven carros particular­es, que cobran $2.000, para transporta­r a la gente, que prefiere agilidad y comodidad, porque “un carro de estos se puede desviar si hay trancón y no va con sobrecupo, cosas que no pasan en los SITP”, aseguran los ciudadanos, quienes aseguran que muchas veces esos “carritos” tienen mejor frecuencia.

Justamente por la ruta en donde funcionarí­a el cable aéreo se encuentran algunos de estos transporta­dores informales, los cuales sienten que la llegada de este nuevo sistema no les quitaría el trabajo. “Hay mucha gente para mover y a veces nosotros no damos abasto, sobre todo en la tarde, cuando la gente está llegando a los barrios”.

De acuerdo con la planeación hecha por el Distrito, el cable aéreo contará con tres estaciones, una en el Portal del 20 de Julio, otra en el barrio La Victoria y la tercera en el barrio Altamira. Para llegar, de la primera a la segunda y tercera paradas, actualment­e los ciudadanos deben tomar un bus del SITP que de un punto a otro tarda entre 15 y 20 minutos, lo que en total daría un viaje cercano a la media hora, entre el Portal del 20 de Julio y Altamira.

En sentido contrario, la ruta puede ser un poco más larga, pues las vías por donde transitan los SITP no son las mismas y, en hora pico, casi siempre hay congestión en algún sector, así como una que otra calle en mal estado, que afecta el flujo vehicular. “Tener el Portal del 20 de Julio en la localidad es un gran beneficio, pero es difícil llegar hasta allá. Hay que salir con bastante tiempo para llegar temprano, porque puede que la demora sea aquí mismo en el barrio”, asevera una mujer que es enfermera y vive en cercanías al barrio La Gloria.

La ejecución de la obra generará más de 3.000 empleos. Además, contará con cicloparqu­eaderos y mejoramien­to del espacio público, por medio de arborizaci­ón. Esto, sumado a los siete corredores urbanos, dos ejes ambientale­s y cuatro comerciale­s, pues en los alrededore­s, donde quedarán las estaciones, se desarrolla­rán proyectos para mejorar la calidad de vida.

Este cable aéreo demanda una inversión cercana a los $320.000 millones, dinero que el Distrito espera asegurar con el trámite del cupo de endeudamie­nto que adelanta ante el Concejo. Si bien no se han confirmado el “préstamos” a Bogotá, la mandataria Claudia López parece ser muy optimista con la iniciativa y da por sentado que el proyecto será un hecho.

Los residentes de San Cristóbal, además de ver el cable aéreo como una solución a sus problemas de transporte, contemplan la obra como una oportunida­d para valorizar sus viviendas, ampliar el comercio y hasta convertir los barrios en puntos de referencia turísticos.

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