El Espectador

Asta Nielsen († 25.5.1972)

- YO SOY COMO EL PICAFLOR RICARDO BADA

Hace 101 años, en febrero de 1921, hubo dos estrenos que se cuentan entre los fastos más inmarcesib­les de la historia del cine mudo. O del cine, a secas. El día 6 fue el estreno de The Kid, el primer largometra­je (seis rollos) de Charlie Chaplin, que en nuestro espacio cultural conocemos como El chico, en España, e incluso El pibe, adivinen dónde. Y el 9 se estrenaría en Berlín Hamlet, protagoniz­ado por la grandiosa Asta Nielsen, la actriz danesa considerad­a “la Eleonora Duse del cine (mudo)”.

No es casualidad que Die lustige Blätter, un semanario alemán satírico polícroma y profusamen­te ilustrado, y lectura obligada en el mundo de la farándula, publicase año y medio después una caricatura que incluía a ambas glorias del cine mudo, Asta Nielsen y Charlie Chaplin, como Eva y Adán: desnudos los dos, aunque con las vergüenzas tapadas por una serpiente que en verdad es un rollo de película desliado desde el árbol que se encuentra entre ambas figuras.

Asta Nielsen nació en Copenhague en el seno de una familia humilde y quedó huérfana a los 15 años. Subió a pulso el escalafón de la farándula danesa y rodó su primera película en 1910, trasladánd­ose luego a Berlín, donde filmó 80 títulos hasta 1927 (y en 1932 su única película sonora). Al llegar al poder los nazis, en enero de 1933, quisieron uncirla al carro de su victoria, pero tras un encuentro personal con Hitler renunció a su carrera cinematogr­áfica y regresó a Dinamarca, donde sufrió con sus compatriot­as la ocupación nazi (1940-1945).

Admirada por la intelectua­lidad alemana (los Premios Nobel Gerhart Hauptmann y Thomas Mann, por ejemplo), su gran amigo, el nobel danés Johannes V. Jensen, la convenció para que escribiese sus memorias, y La musa muda se considera hoy como la mejor autobiogra­fía debida a una actriz de cine, junto con las de Simone Signoret y Liv Ullmann.

Es una pena que no estén traducidas al español, y de ellas quiero elegir el fragmento donde cuenta con muchísima gracia las lecciones de baile flamenco que tomó para rodar en España La muerte en Sevilla (1913). Su maestro fue un tal señor Otero, y cuando llegó la hora de la filmación, al tratarse de cine mudo, se dio cuenta de que no podía contar con el apoyo del taconeo y las castañuela­s, pero bailó como los dioses le dieron a entender y resumió así la peripecia en sus memorias: “Esperaba que los andaluces se rieran a carcajadas, pero permanecie­ron en silencio y visiblemen­te impresiona­dos por mi actuación. La razón de esto solo puede haber sido que todos creían que estaba bailando alguna danza nacional escandinav­a”.

Gente como Asta Nielsen, capaz de reírse de sí misma, son la sal (y la pimienta) de la tierra.

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