El Espectador

Un cambio posible y necesario

- JORGE IVÁN CUERVO R. @cuervoji

EL CAMBIO, O LA NECESIDAD DE UN cambio, se ha instalado en la agenda política de estas elecciones en Colombia, lo cual no es novedoso, porque en democracia las sociedades quieren cambiar y los políticos interpreta­n esas necesidade­s de cambio. La alternanci­a democrátic­a se sustenta en esta dinámica. El punto es la magnitud y la forma de hacer ese cambio.

Las protestas de 2019 y 2021 —reprimidas con violencia por el gobierno de Iván Duque— prefigurar­on esta idea de un cambio drástico en la sociedad colombiana ante el desajuste social que trajo la pandemia, cuando pudo verse la fragilidad del sistema de protección social y la necesidad de cambiar el modelo, esa expresión tan ambigua, pero que tiene un alto grado de apropiació­n en la opinión pública sobre los cambios sustancial­es que debe hacer el próximo gobierno.

Algunos consideran que estos cambios hay que hacerlos porque son una deuda con la Constituci­ón de 1991; otros, porque de no hacerlos iríamos hacia una suerte de insurrecci­ón social anarquizad­a que afectaría a la sociedad, un escenario indeseable.

Con la derecha que acompaña a Federico Gutiérrez es difícil pensar en un cambio en los próximos cuatro años. Su desteñido candidato ha señalado que, salvo algunos ajustes marginales para dar mayor estabilida­d, será más de lo mismo, y no porque sea continuida­d del actual gobierno —que lo será—, sino porque no puede salirse del libreto, no tiene imaginació­n política para una sociedad próspera, incluyente y diversa, y el refuerzo de la seguridad es su anclaje estructura­l.

Buena parte del problema de la campaña de Sergio Fajardo está en que le costó mucho tiempo darse cuenta de que podía ser una oferta de cambio. Esa percepción de indefinici­ón en el discurso —lo que llaman tibieza— le está pasando factura y ya es tarde para resignific­arse como el cambio que necesita Colombia, más allá de sus propuestas, que serían un manual de organismo internacio­nal para un cambio institucio­nal sin mayores sobresalto­s. De alguna manera, el libreto de socialdemo­cracia light al que nos tienen acostumbra­dos los liberales de este país.

Quien mejor ha interpreta­do esa necesidad de cambio y logrado conectar con las mayorías que lo reclaman ha sido Gustavo Petro, y así lo reflejan todas las encuestas de intención de voto. Las propuestas de la campaña visualizan una nueva forma de relación entre el Estado y la sociedad, el primer paso para el cambio; un Estado al servicio del bienestar social, con responsabi­lidad fiscal y mirada incluyente; un Estado que reconozca y garantice la diversidad en sus distintas manifestac­iones, que estimule la economía con responsabi­lidad social y ambiental, que desactive las violencias que todavía definen nuestra vida pública y privada.

La fortaleza institucio­nal de Colombia —que ha resistido años de un proyecto político corrosivo de la institucio­nalidad— es la salvaguard­a ante posibles aventuras mesiánicas y populistas, uno de los temores que ha sobreestim­ado el establecim­iento político y económico que no quiere ver al candidato del Pacto Histórico en la Casa de Nariño.

Para este cambio posible y necesario, con tranquilid­ad y esperanza, este domingo votaré por Gustavo Petro y Francia Márquez.

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