El Espectador

El sueño cumplido de los niños del baloncesto

La historia de Andrés Ibargüen, nuevo refuerzo de Cafeteros para el tramo final de la liga. De sus inicios entrenando con su papá a convertirs­e en referente de la selección de Colombia.

- FERNANDO CAMILO GARZÓN tfgarzon@elespectad­or.com @FernandoCG­arzon

No sabían de baloncesto, pero estaban enamorados. Y después de los entrenamie­ntos se quedaban en casa hablando durante horas de la pelota naranja. Andrés Ibargüen inició su camino con sus amigos, algunos que se volvieron ilustres de este deporte como Yildon Mendoza o Jaime Echenique. Imaginaban cómo sería jugar con la selección de Colombia, como Víctor López o Quique de Luque, sus referentes, y soñaban con llegar a la NBA, el mejor baloncesto del mundo. Consiguier­on ambas cosas los niños soñadores.

“Soy samario 100 %”, dice Ibargüen. Por alguna razón, que desconoce, en todos los reportajes que le han hecho dicen que es mitad colombiano y mitad estadounid­ense. La mentira que no sabemos quién dijo se difundió como verdad. Y se creó la leyenda de un norteameri­cano de sangre colombiana, que jugaba con la selección y representa­ba al baloncesto nacional por todo el mundo. Falso. De hecho, sus raíces vienen de la misma tierra en la que nació Gabriel García Márquez. “Lo he visto en varias partes, pero no sé de dónde lo sacaron. Mi papá es de Buenaventu­ra, mi mamá de Aracataca y yo de Santa Marta”, le dijo a El Espectador.

Fue en las calles de Magdalena donde se enamoró. Una tarde su hermano le dijo que lo acompañara a un partido. Sus ojos se sintieron atraídos por la gente, el ambiente, las jugadas. Lo envolvió la espectacul­aridad del baloncesto. Escucha, hay un instante de silencio. La pelota va al aire y entra en el aro. ¡Chas! Todo red. El público grita y un niño conoce el amor.

El problema es que no sabía de baloncesto, pero le dio igual, quería jugarlo. Le preguntó a su papá, pero tampoco sabía. No fue relevante, de todas maneras. “Lo que necesites, acá estoy”, le dijo. Y juntos empezaron a aprender de baloncesto.

“Mi papá salía del trabajo, hacía ejercicio y se quedaba dos horas enteras, a veces hasta las 11 de la noche, jugando conmigo. Cogía la pelota, me la pasaba y empezábamo­s a tirar al aro. Así, toda la noche”. Y en los días en los que no practicaba­n, Ibargüen llegaba a la casa y veía a su papá leyendo reglamento­s y revistas. A veces veía partidos. Quería entender el mundo al que su hijo iba a entregarle la vida.

Disciplina. En sus días de descanso, o en las vacaciones, era regla de su padre que todos se tenían que levantar a las siete de la mañana. Llamaba a sus hijos al patio y les explicaba la rutina: “Hoy vamos a correr tres kilómetros y después vamos a hacer 100 abdominale­s y 300 flexiones de pecho”. Aunque no era así siempre. A veces cambiaban y en vez de tres, corrían cinco.

“La influencia de mi papá fue fundamenta­l. Me destaqué desde que empecé por mi fortaleza física y cuando llegué a Estados Unidos ya estaba preparado para competir a ese nivel, el más alto”.

Sus primeros pasos importante­s los dio en la selección de Magdalena, en la que conoció a Echenique, uno de los hermanos que le ofreció el baloncesto. Juntos hicieron carrera, jugaron en las seleccione­s juveniles, viajaron a Estados Unidos, estudiaron en la misma universida­d y fueron compañeros de cuarto. Compatían el sueño de jugar en la liga norteameri­cana de basquet.

“Me costó adaptarme. Sobre todo por la cultura y el inglés”. Ese martirio. Esa brecha de la lengua que le hizo pensar que era mejor devolverse al calor de Santa Marta.

Las primeras semanas tuvo dudas. En el colegio le dijeron que tenía que aprender religión, matemática­s, geografía, y la historia y política de Estados Unidos. Y todo en un idioma del que solo se sabía dos palabras. En la cancha no le entendía al entrenador y sus compañeros tenían que esforzarse el doble porque él, perdido, no podía seguir sus indicacion­es y se quedaba inmóvil en mitad del maderamen. Y apareció el miedo lógico: ¿Y si no puedo jugar ni un minuto?

La angustia lo obligó a llamar a casa a encomendar sus dudas a la persona más sensata que conoce, su mamá. “Me quiero devolver, extraño la casa”, le decía mientras el llanto lo ahogaba. Y cariñosa le respondía la mamá: “Pero ya está allá hijo. Aguante, aproveche, aprenda”.

Ibargüen se esforzó y sin más lamentos sacó las cosas adelante. Se graduó de economía y brilló en el baloncesto universita­rio. No le alcanzó para el Draft de la NBA, pero sí para llegar a Europa. Primero a Países Bajos y después a España.

Y con el tiempo se volvió líder de la selección de Colombia, como lo soñó un día. Y llegó con viejos conocidos como Mendoza, su amigo de adolescenc­ia, o Hansel Atencia, otro de los que se encontró en su periplo norteameri­cano. “Somos como hermanos. Hemos compartido mucho tiempo juntos. Cada uno tiene su camino y sus propias experienci­as, y sabemos que nuestras historias les están abriendo las puertas a las generacion­es que vienen”.

Ibargüen vuelve a la liga colombiana a jugar con un equipo que ya conoce: Cafeteros de Armenia. La ilusión, retar el dominio de Titanes de Barranquil­la, que llega con cinco títulos consecutiv­os en su historial y es gran favorito al título. “Creo que cualquier equipo puede dar la sorpresa. Tengo amigos en Titanes y habría sido bonito jugar con ellos, pero también vine a Cafeteros por el reto de ganarles el campeonato”.

Para pensar en el futuro va hacia atrás. Recuerda esas charlas con las que empezó su carrera. Esos días en los llegar a la NBA era un sueño. Y lo reconforta saber que ya no estamos tan lejos, que uno de los nuestros, Echenique, su amigo de toda la vida, ya estuvo ahí. La ilusión sigue ahí, viva. Ese día, en el que se supo que jugaría para los Wizards de Washington se llamaron todos, los de la generación actual. Y celebraron. Era una alegría propia, pero en cuerpo ajeno. La felicidad que impulsa los días de Andrés Ibargüen, la de sus amigos y las charlas que lo hicieron enamorarse del deporte que le dio sentido a su vida.

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/ DPB Andrés Ibargüen ya jugó con Cafeteros de Armenia en 2021.
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