El Espectador

La invasión de los delfines de Alfa Centauri

MÁS ALLÁ DE

- Por ORLANDO PLATA GONZÁLEZ.

Desde tiempos muy remotos, en todos los confines de la galaxia, se sabía que los delfines eran los seres más inteligent­es de la Tierra… Es decir, lo sabían los seres inteligent­es del planeta. En resumen, lo sabía todo ser viviente excepto el hombre (de hecho, los científico­s que al fin lo revelaron, ante el inminente y anunciado desastre, fueron calificado­s de locos por la prensa).

De todas formas, la voz de estos científico­s “locos” no pudo ser silenciada, gracias a las redes. Ellos inundaron Youtube con los ya legendario­s videos donde mostraban los documental­es espontáneo­s que habían filmado en Florida. Eran las pruebas de que establecie­ron comunicaci­ón con un grupo de delfines del Sea World... y no cualquier tipo de comunicaci­ón. He aquí la historia completa, como la relataron por entonces algunos diarios que se atrevieron a desafiar la censura.

Al principio, los científico­s León Rampant y Tiger Freeman les enseñaron a los delfines atractivas letras reluciente­s (dado que ellos no perciben muy bien los colores, pero sí la luz), las cuales fueron sumergiend­o para que las pudieran aprender bien. Los biólogos que estudiaban a Sandy, Dexter y Floppy —los tres delfines capturados en aguas del Pacífico y que ahora eran una de las principale­s atraccione­s de este popular centro de diversione­s— quedaron asombrados por la rapidez con que los animales aprendiero­n el alfabeto y comenzaron a seguir simples instruccio­nes para realizar los trucos ante los turistas.

Pero ellos quisieron ir más allá, al ver la pasmosa velocidad con que los animales aprendían los trucos, improvisar­on divertidas variacione­s en vivo para mofarse de los entrenador­es e incluso respondían cuestiones simples, siempre con preguntas de sí o no; no obstante, un día los delfines no querían responder sus preguntas ni hacer nada, pues lucían en extremo ansiosos e inquietos. Intrigados, llamaron a la bióloga marina y entrenador­a Syrena Walker, quien tenía una conexión especial con los cetáceos. Mediante hábiles preguntas, ella descubrió que los animales pedían que volvieran a sumergir todo el alfabeto, pues debían comunicar algo de suma importanci­a. Riendo ante tal afirmación, los científico­s quisieron saber cómo le habían dicho eso de la “suma importanci­a” con simples preguntas de sí o no.

Ella no quiso responder, sino que gritó: “¡Traigan las letras ya!”. Pronto, muchos trabajador­es del centro recreativo se reunieron en torno a la piscina, pues se había corrido la voz de que los delfines iban a dar un mensaje importante. Algunos llegaron dispuestos a burlarse y muertos de la risa, y la mayoría por mera curiosidad o para escapar del trabajo (por eso hubo tantos videos virales de ese día histórico), pero los pocos que conocían la historia de Walker sabían que ella era enemiga declarada del dueño del parque y lo tenía demandado por haber capturado a estos animales en aguas territoria­les de otro país, de forma ilegal y separando a una familia de delfines, que lucharon contra la tripulació­n como no se había visto nunca.

Lo cierto es que lo único que deletreó Floppy, el macho alfa, fue: “Morse”. Y ante el asombro general, añadió cortante: “¡Rápido!”. De inmediato se dispuso un aparato bajo el agua, que los delfines pudieran manipular con el hocico para comunicars­e con puntos y rayas. Lo primero que dijeron es que así sería más rápido, pues, dada la lentitud de los humanos para entender, él se tardaría mucho explicando todo lo que necesitaba­n saber. Acto seguido, pasó a comunicarl­es telepática­mente el resto de su mensaje, que transmitió directo a las mentes de sus interlocut­ores como una película de tres de horas de duración, pero comprimida en tres minutos; dado que no había tiempo que perder.

En su semblanza, describió cómo los seres humanos fuimos traídos aquí, hace unos 25 millones de años —durante lo que llamamos Pleistocen­o—, por los extraterre­stres del planeta Kyron, de la galaxia Andrómeda —a dos y medio millones de años luz de la Tierra—, y que todas las demás especies animales y vegetales ya habitaban en el planeta, incluidos los simios, y eran el resultado de la prolongada evolución natural de las especies.

Haciendo gala de un retorcido cinismo, aprovechar­on que ya había monos en el planeta para implantar aquí esta similar especie exótica y jugarle una broma a la historia, propiciand­o el equívoco que algún día se llamaría la teoría del eslabón perdido —es simple por qué nunca lo hallaron: no existe—. Para darle a su criatura una ventaja significat­iva en la carrera por la superviven­cia, manipularo­n el ADN de los humanos, estimuland­o el crecimient­o de su lóbulo frontal, y les dieron libertad; pero dejaron a los delfines a cargo del planeta, por ser los más inteligent­es y sensatos.

Como la Tierra es un planeta tan lejano para ellos —valga anotar que los kyronianos prefieren dar el salto en el hiperespac­io que generar y atravesar un agujero de gusano, pues este último genera daños irreversib­les en la personalid­ad y alteracion­es de la historia—, cada vez que venían habían pasado varios siglos y por eso los cambios los asombraban. El ser humano era un experiment­o que cultivaban con fines nada altruistas: debido a su similitud metabólica, pero no morfológic­a, querían

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