El Espectador

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- LORENZO MADRIGAL

ANTES DEL DÍA ELECTORAL, EL mismo que es publicado unas horas después de elecciones. Lo explico para que el público entienda la enorme dificultad que tiene el periodista si acaso pretende adivinar el resultado de fecha tan decisiva, “un día en que discurren vientos ineluctabl­es, un día en que ya nadie nos puede retener”, para decirlo en las barbas de Barba Jacob.

Jornada de derrotados, porque siempre los habrá. Unos ganan y otros pierden. De derrotados famosos me viene el recuerdo de una estupenda crónica de Abelardo Forero Benavides sobre el día después de las elecciones de 1946, a lo mejor también en mayo. Describía el gran relator la caída al vacío de Gabriel Turbay Avinader (o Abunader), muy seguro hasta entonces sucesor de López Pumarejo, quien había sido reemplazad­o el último año por Alberto Lleras.

Turbay, hospedado habitualme­nte en el Hotel Granada, de Bogotá, recibía en su suite al propio Abelardo, quien era al mismo tiempo un notable político, según creo acompañado por Juan Lozano, igualmente periodista y político. Describía Forero detalles como la levantador­a roja con que bajó de su habitación el trasnochad­o y derrotado candidato del Partido Liberal. El inmenso Gabriel Turbay (para sus enemigos, “el turco”), de gafas al aire y vibrantes ojos y en medio su fuerte nariz árabe, el añorado, el elegante, el modelo años 40.

Como un dolor grande logra transmitir Forero Benavides el del candidato, que la tarde y noche anteriores se había visto rodeado por innumerabl­e clientela política, como la que asedia a los presumible­s ganadores presidenci­ales, la misma que desaparece como por ensalmo, si los resultados le tuercen la suerte. A Turbay Avinader le competían Jorge Eliécer Gaitán, disidente del liberalism­o, y Mariano Ospina Pérez, el conservado­r que recuperó el poder pasando por en medio de la división del partido de gobierno.

La desolación, la soledad, el escueto reloj dando unas horas perdidas, la enfermedad visible, que mató al derrotado unos meses después en el Hôtel Plaza Athénée de la capital francesa. Solitario, en habitación hotelera, lejos de un hogar y de la patria, “procul patria”, como reza un epigrama del Cementerio Central, acosado por una crisis asmática, el frenético orador y político perdía su vida en el destierro voluntario, sobre cuyo cadáver la revista Semana de entonces figuró a la colonia colombiana en París colocando una bandera.

Impactado quedé yo, de niño, por este final de quien para mí fue un grande hombre, el médico santandere­ano que irrumpió en la política y que, si vamos a ver, terminó en forma casi trágica y, sobre todo, temprana, como su émulo, Jorge Eliécer Gaitán. Fue más tarde, claro, cuando conocí el relato de Forero, como una más de sus historias “en presente”, descritas verbal o literariam­ente con admirable amenidad.

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