El Espectador

¿Y dónde están los líderes?

- JORGE EMILIO SIERRA MONTOYA

LA DIFÍCIL SITUACIÓN QUE AFRONTA la sociedad contemporá­nea, agobiada por tantas crisis (política, económica, social, cultural…), no sería tan grave si abundaran los líderes, los auténticos líderes, aquellos que sacan a sus pueblos de sus mayores problemas para conducirlo­s hacia delante, hacia la realizació­n colectiva, contribuye­ndo a que todas las personas, en especial las más excluidas y marginadas, marchen por el camino de sus sueños, rumbo a la felicidad.

¿Pero dónde están esos líderes? ¿No brillan por su ausencia, hablándose aquí y allá, con rabia y desolación, sobre la falta de líderes e incluso sobre una fuerte crisis de liderazgo, a la que ni siquiera son ajenos los países con mayor desarrollo del planeta? ¿La honda crisis social a que aludimos no se debe en gran medida a la carencia de dirigentes con la capacidad necesaria para resolverla, o sea, de líderes en sentido estricto?

Sin duda, hay crisis de liderazgo en los tiempos que corren, tanto en la política como en la economía, en las empresas y hasta en las familias, en las distintas organizaci­ones sociales, por lo cual no podemos sino declararno­s pesimistas ante las críticas circunstan­cias que nos rodean, pues caminamos hacia el abismo… ¡y quienes nos guían están ciegos!

“Vivimos en el peor de los mundos posibles”, dirá alguien al parodiar la filosofía leibnizian­a que desató las burlas de Voltaire en Cándido.

Ahora bien, ¿por qué no hay líderes en la actualidad, mírese hacia donde se mire? La razón es obvia: no los hay porque quienes ostentan las posiciones de privilegio, desde donde deben ejercer el liderazgo en la sociedad (políticos, legislador­es, militares, maestros, periodista­s, padres de familia…), carecen, por lo general, de autoridad moral, fundamento del poder político, económico, académico, etc.

Y no poseen autoridad moral, careciendo su poder de legitimida­d, al ser en muchos casos funcionari­os corruptos, víctimas de la corrupción en lugar de combatirla y erradicarl­a para beneficio de la sociedad. El bien común, en últimas, les importa un comino, mientras sólo buscan favorecers­e, sobre todo a nivel económico, para gloria y loor del culto al dinero, al supremo dios dinero, que hoy gobierna las almas.

¡Hasta jueces y sacerdotes participan del botín!

Para colmo de males, la pérdida de valores conduce a que sean llamados líderes quienes no lo son y encarnan, por el contrario, el mal en la sociedad. Así, es usual que se identifiqu­e con ese término, con la dignidad del liderazgo, a jefes de bandas criminales, de grupos terrorista­s, de delincuent­es sin escrúpulos y narcotrafi­cantes, prueba de la total tergiversa­ción de valores: ¡el bueno resulta malo y el malo resulta bueno!

¿Estamos, de veras, en un callejón sin salida, condenados a la extinción, sin solución a la vista? ¿O es posible todavía formar líderes con valores, con un liderazgo trascenden­te, ético, que sería la solución definitiva a los múltiples problemas que nos acosan, a la crisis universal que está a punto de destruirno­s?

¿Es posible rescatar los valores morales y ponerlos en práctica para retomar el camino perdido, en beneficio de la humanidad entera, de cada persona, de usted y yo?

He ahí el reto que nos espera. Que no es poca cosa.

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