El Espectador

La eutanasia y el fuero interno

- JULIÁN ARIZA

LA CORTE CONSTITUCI­ONAL ES OSADA AL atribuirle­s a los médicos la misión de sopesar el dolor ajeno. El médico que decide realizar una eutanasia o asistir un suicidio ya determinó en su fuero interno que el dolor del paciente es inaguantab­le. El médico sabe que no hay escalas ni mediciones precisas para calcular el dolor, porque aunque el sufrimient­o es real, es al mismo tiempo subjetivo.

Los especialis­tas en salud mental han definido que el dolor es más grande cuando está acompañado de soledad, se siente más profundo cuando está lleno de pobreza, se intensific­a cuando el doliente se siente como una carga para sus seres queridos. El médico que le sirve a la muerte digna de su paciente (muerte al fin y al cabo) tomó una decisión en favor de un modelo de vida: de la vida sin dolor. Se hizo uno con su paciente, sintió empatía y misericord­ia al ver ese dolor y sufrimient­o.

Ese médico también se mostró empático no solo con el enfermo, sino con el que no tiene tiempo para acompañar, para servir, para consolar.

La validación de la determinac­ión fatal de su paciente es la manera que tiene el profesiona­l de la salud de evitarle más dolores a una sociedad sin tiempo.

El médico no alimenta la muerte, no la sugiere, en su práctica diaria no hace nada diferente a tratar de evitarla, porque esa es su esencia, pero cuando asiste al suicidio o realiza la eutanasia, la está validando. Y en su fuero interno se va alimentand­o la identifica­ción con la cultura del descarte.

La subjetivid­ad del paciente que sufre (en este momento me pregunto si algún paciente no sufre) lo lleva a tomar una decisión para terminar con el dolor y busca la ayuda de quien estudió para curar o por lo menos para aliviar. Y el alivio viene dado por cercenar la fuente del sufrimient­o: la vida misma. La Corte tampoco alienta la muerte, no la patrocina, no la estimula. Lo que hace es permitir que converjan los fueros internos del sufriente y el validador. Entonces confluyen dos subjetivid­ades unidas por un enemigo común: el dolor, el sufrimient­o. ¿La solución? La muerte.

¿Qué queda de todo esto? La conclusión lógica es que la vida está en función de la valoración subjetiva del propio dolor, porque no hay un instrument­o objetivo que mida el sufrimient­o. Si a alguien le parece que su sufrimient­o es insoportab­le y un médico lo valida, tenemos los ingredient­es para convocar la muerte.

Pero bien lo menciona el editoriali­sta que causa esta reflexión: la Corte no alienta el suicidio. Esperemos que tampoco aliente el homicidio y que la objeción de conciencia, como un derecho fundamenta­l en el ejercicio del fuero interno, se siga manteniend­o.

Estoy totalmente de acuerdo con que la eutanasia, el suicidio médicament­e asistido y el aborto, entre otros, son temas que merecen mucho análisis.

Por eso la Corte Constituci­onal, con toda su autoridad, se queda pequeña para determinar sobre estos temas.

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