¿De qué cambio hablan?
LO QUE DEJA CLARO LA PRIMERA vuelta es que hay 11 millones de votantes, sumados los votos de derecha, que quieren que todo siga igual y harán lo posible para conservar lo que tienen, no importa si es licencia de impunidad, capitales que no pagan impuestos, propiedades desmesuradas, tierras, contratos, empleos o el puestico de dulces.
Están conformes con ello. Uno lo entiende en el imaginario abusivo, oportunista y ventajoso de quienes han conseguido lo que tienen con la politiquería y el clientelismo, pero no en el resto de ciudadanos. Quizás sean los mismos que votan en las encuestas que un día nos hicieron creer dislates como que éramos el país más feliz del mundo.
A eso se reduce la mal llamada política y su patética dinámica, individualista y egoísta: acomodarse sin escrúpulos a lo que haya. No existía el tal uribismo, mucho menos el vergonzante duquismo, como no existe el rodolfismo, solo la pretendida patente de corso, instalada en el cerebro nacional, de finquero real o de quienes aspiran a convertirse en uno, aun si no tienen dónde caerse muertos.
En esa práctica utilitarista han ido decayendo hasta el punto de apostarle hoy a un antipersonaje que reúne todas las condiciones para no ser nombrado en cargo público alguno; pero, no habiendo más…
Con una clara diferencia: los anteriores sin ninguna cualidad dirigencial, especialmente Duque, estaban agradecidos y endeudados. El ingeniero no. Hoy puede darse el lujo de seguirse comportando como le dé la gana. Primero, por su dinero, que aquí tumba todas las esclusas; segundo, porque llegó portándose como un patán y eso le gusta al doblemoralismo nacional; tercero, porque quienes lo apoyan necesitan más de él para mantener esos privilegios, que él de esa larga y creciente estela de lambones y lagartos.
No saben en qué se montaron. Un personaje díscolo y explosivo que hoy es alabado por romper las reglas e ir contra natura. Por negarse al cambio, han creado un monstruo.