El Espectador

Las mujeres con Rodolfo

- CATALINA URIBE RINCÓN

DESPUÉS DE LA ELECCIÓN DE DOnald Trump empezó una cruzada en Estados Unidos contra algunos grupos políticos por haber contribuid­o a su triunfo. Inició con ataques hacia “las mujeres con Trump”. ¿Cómo era posible que después de que el candidato republican­o afirmara que a las mujeres había que “cogerlas por su vagina” hubiera algunas de ellas apoyándolo? La cosa iba aumentando en grados de vilipendio. “Las mujeres latinas por Trump” fueron el siguiente objetivo de los demócratas y liberales entusados. ¿Cómo era posible que alguien pertenecie­nte a una de las poblacione­s que Trump amenazó con quitarles su visado, deportarla­s, separarlas con un muro, votara por él?

Aun así, quienes sufrieron más los ataques de los opinadores liberales fueron las personas negras. El racismo colectivo del país del norte decidió que no eran suficiente­s los años de rechazo y culpó a los negros de autosabote­arse y elegir a uno de los presidente­s más racistas de la historia. Poner la carga de la responsabi­lidad del triunfo de un candidato en un grupo es de por sí extraño, pero culpar a los negros de que no saben votar es peor. Varios defensores de los derechos de las personas negras salieron a discutir las razones por las cuales algunos votantes negros no querían a Hillary Clinton. Entre ellas estuvo una ley de 1994 que pasó su esposo y que llevó al incremento en el encarcelam­iento de las personas negras. Además, como primera dama, Hillary utilizó el término “superpreda­dores” para referirse a las pandillas de jóvenes que eran discursiva­mente asociadas con la comunidad negra.

En Colombia también tenemos esa costumbre de culpar a las minorías políticas del destino del país. Cuando fue reelegido Álvaro Uribe se culpó a los pobres por querer a “alguien que beneficiab­a a los ricos”. Más recienteme­nte y como una especie de estrategia de comunicaci­ón política provenient­e de las audiencias, se recrimina a “los colombo-venezolano­s por votar por Petro, un simpatizan­te de Chávez y Maduro”. ¿Cómo puede ser que salgan de su país huyendo de una economía colapsada y ahora voten por un amigo del líder que los llevó a ese abismo? Ahora también se habla de las mujeres y los judíos que votan por Rodolfo, el candidato que dijo admirar a Hitler y aseguró que a las mujeres les tocó salir a trabajar, pero idealmente deberían quedarse a criar en la casa.

Asumir que la identidad de una comunidad debe ser homogénea hace parte de los prejuicios de clase, género y raza que seguimos teniendo. Sí, es extraño pensar en que minorías voten por gobernante­s que sugieren políticas que en principio no les convienen. Pero el lío es que en un solo individuo se traslapan identidade­s diversas. Algunas de las mujeres latinas que votaron por Trump argumentar­on asuntos religiosos. Otras hablaron de economía. Es posible que los colombo-venezolano­s que van por Petro reconozcan en él un sistema social de gobierno con el que se identifica­n. Es posible que las mujeres que votan por Rodolfo no vean una diferencia entre sus actitudes sexistas y las de Petro. Todas las razones son posibles.

Y es acá donde fallan los cálculos: no se debe reducir la identidad política que genera una opresión —ser mujer, ser negro, ser latino— a la identidad que se busca, al país que se quiere o al daño al que se responde. Es poco prudente pensar que la gente no entiende. Sí, la totalidad de un plan de gobierno no la entienden a veces ni los candidatos, como nos ha tocado ver en esta campaña. Pero la gente entiende muy bien el daño concreto, el miedo concreto o el proyecto concreto al que responde. Responder a esas particular­idades es fundamenta­l para una comunicaci­ón persuasiva. Comenzar con un “ven te explico” es arriesgars­e a perder a ese votante. Atacarlo es perderlo para siempre.

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