Falsas y cargadas equivalencias
EN EL JUEGO DE LAS FALSAS EQUIVAlencias pesa lo mismo un candidato presidencial que a veces exagera y dramatiza sus posiciones frente a uno que no tiene nada para argumentar.
Fue larga la llegada de Petro a la segunda vuelta. En el camino se le ha tratado de castrochavista, corrupto y mafioso, igualado, violento de no fiar, expropiador en potencia, peligroso e incendiario. Y, por supuesto, guerrillero, más allá de su compromiso de décadas con la vida civil.
Para cada una de estas acusaciones ha habido respuesta. La mayoría de las veces, convincente. En otras ocasiones, tangencial. Cualquiera sea su verdadera capacidad para aclarar las dudas de sus críticos, Petro ha contestado en todos los formatos imaginables.
Por supuesto que no asistir a debates finales de primera vuelta fue un error. Pero fogueo hubo en plaza pública, radio, televisión y prensa. De Hernández solo sabíamos que estaba berraco y las encuestas iban a su favor.
A Petro se le ha diseccionado con lupa periodística, legal, política y empresarial. Buena parte de la prensa se le ha atravesado sin ocultar sus malquerencias. Lo mismo la Presidencia
y sus dineros públicos al servicio de la campaña del uribismo. Y los organismos de control. Ni que decir de las élites empresariales y sus llamados al pánico económico.
En el otro lado del espectro simplemente no se sabe con quién estamos tratando. De Hernández sabemos que es popular en redes sociales, está contra la corrupción (al mismo tiempo que es investigado por lo mismo que pretende exterminar) y cuando se le antoja resuelve a golpes momentos estresantes.
La inercia de los falsos equivalentes habla de dos populismos, uno de izquierda y otro de derecha. Tan cargada está la radiografía electoral que ni siquiera la falacia de las equivalencias basta. Hay quienes insisten en que estaríamos mejor con un déspota de derecha.