El Espectador

La corrupción de siempre, un nuevo protagonis­ta

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ESTA HISTORIA YA LA CONOCEMOS. Con otros apellidos, claro, y cambiando de partido político, hasta involucrar a casi todas las organizaci­ones que tienen representa­ción en el Congreso o en las entidades territoria­les. Pero los protagonis­tas comparten caracterís­ticas análogas: un congresist­a poderoso que, sin embargo, mantiene bajo perfil, amparado por un partido político tradiciona­l y de larga historia, aprovecha su influencia en el Legislativ­o para construir un entramado de corrupción y cobrar coimas a cambio de la contrataci­ón pública en alcaldías y departamen­tos del país. Lo dicho, nada nuevo bajo el sol. Esto es lo que parece dejarnos lo que está ocurriendo con Mario Castaño, senador del Partido Liberal, que el 20 de julio empezaría su tercer período en el Congreso, pero quizá no pueda posesionar­se por estar recluido en La Picota bajo órdenes de la Corte Suprema de Justicia.

En la edición de ayer de El Espectador contamos los detalles del expediente que enreda a Castaño. En síntesis, son 10 personas las que están siendo procesadas por pertenecer a una posible organizaci­ón criminal para cobrar sobornos al asignar contrataci­ón pública. Según la

Fiscalía, Castaño habría estado involucrad­o en manipular 50 contratos por un monto de $43.433 millones. Como cuenta el informe publicado en este diario, eso incluye “obras para atender una emergencia vial en Villamaría (Caldas) por $10.000 millones, la construcci­ón de un parque en Nuquí (Chocó) por $1.250 millones, la realizació­n de una obra civil en Manizales (Caldas) por $16.424 millones y una intervento­ría en un proyecto energético en Boyacá por $1.000 millones”. Además de Caldas y Chocó, la influencia del senador liberal también ha sido rastreada hasta contratos en Risaralda y Boyacá. Incluso, Castaño consiguió al menos 17 nombramien­tos en entidades estatales bajo el modelo “tú me das el contrato, yo te consigo el puesto”.

Claro, al senador aún lo protege la presunción de inocencia. Solo una de las personas involucrad­as ha aceptado cargos, aunque El Espectador conoció que dos de ellas estarían negociando un preacuerdo con la Fiscalía. Sin embargo, cientos de horas de intercepta­ciones telefónica­s y otro cúmulo de testimonio­s fueron suficiente­s para que Castaño esté recluido en La Picota. Si la situación continúa y no logra posesionar­se el próximo 20 de julio, podría perder su investidur­a. Eso sin contar, por supuesto, con una eventual condena en contra.

Son varias las reflexione­s que produce este caso, pero, como hemos dicho, no son nuevas. Ya es habitual que los partidos políticos vean a sus miembros ser capturados en escándalos por corrupción y, sin embargo, no hay el menor atisbo de responsabi­lidad política. El Partido Liberal, en caso de una condena, se excusará en la buena fe para decir que fueron traicionad­os por el senador, cuando ellos, con su aval, le permitiero­n tener tanto poder. Otro debate que no se dará es por qué los congresist­as pueden ejercer ese poder sin contrapeso­s. Al parecer, no hay herramient­as de transparen­cia en la contrataci­ón estatal que valgan ante la influencia de senadores y representa­ntes ingeniosos.

Nos lamentamos, sí, pero dejamos planteado el interrogan­te esencial: ¿cómo evitamos que esto se repita? ¿Alguien nos dará respuesta?

‘‘El

caso que involucra a Mario Castaño en un entramado de corrupción dirigido desde el Congreso es una historia que ya conocemos”.

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