El Espectador

A cruzar los dedos

- ISABEL SEGOVIA OSPINA

CADA COLUMNA ME PROPONGO EScribir sobre algo alentador, motivante, que me ayude a salir del constante malestar que genera la realidad de nuestro país y contribuya a mejorar el ánimo de aquellos que gentilment­e me leen, pero no siempre lo logro. Esta vez, porque se acerca la segunda vuelta en una de las elecciones más anómalas de los últimos años. Los partidos que gobernaron el país durante el Frente Nacional y varios años más desapareci­eron, tanto así que ya ni sus maquinaria­s logran influir en los resultados. También, gracias a Duque, que se convirtió en la María Antonieta de esta era, tan desconecta­do e indolente con la situación nacional, se acabó la monarquía uribista (la escena de Duque y su esposa caminando sobre una alfombra roja rodeada de soldados en uniforme de gala para ir a votar lo dice todo).

El fin de la hegemonía de estos partidos políticos pudo haber sido una excelente noticia para Colombia. El cambio que la población demanda se habría logrado con un centro político unido, sin vanidades particular­es y con candidatos que enganchara­n y entusiasma­ran a los votantes, pero nuevamente no fue así. Ahora tenemos el dilema de elegir no sólo al menos malo, como normalment­e nos toca, sino además al menos mesiánico, machista, egocéntric­o, corrupto y populista. Recuerdo que, cuando a principios del año Rodolfo Hernández empezó a sonar, pensé que lo único que nos faltaba para estar absolutame­nte en la mala era que para la segunda vuelta pasaran Petro y Hernández. De no creer, pero la reflexión se volvió presagio y ahora sólo queda que entre el diablo y escoja.

Llevamos dos semanas profundame­nte amargados, buscando a quién culpar. Las redes sociales no se pueden ni ojear; los medios de comunicaci­ón tradiciona­les, sobre todo aquellos que representa­n al establecim­iento, hacen malabares para justificar por quién se debería votar, y las campañas y sus fanáticos perdieron la poca cordura y decencia que les quedaba. Lo cierto es que la situación nos dejó despistado­s a todos, incluso a los que íbamos a votar en contra del uribismo, porque lo que ha salido a la luz en estos últimos días solo nos confirma lo que probableme­nte ya sabíamos, pero no tan notoriamen­te: los dos personajes que aspiran a gobernar nuestro país son malas personas, dispuestas a lo que sea con tal de ganar.

Más que nunca, pelear contra aquellos que escogerán una u otra opción es ridículo. El problema en el que estamos no lo causaron los políticos ni los líderes de opinión que hoy han decidido comunicarn­os por quién van a votar. Tampoco se justifica pelear con la familia, los amigos y los conocidos, pues así como antes era poco probable que uno se sintiera plenamente identifica­do con algún candidato, mucho menos lo es ahora. La decisión será votar por “cualquiera menos él”, frase que ya es eslogan electoral y bien podría haber sido pagado por cualquiera de las dos campañas.

Voten en blanco o por quien quieran, pero, por favor, no insulten y no traten de convertir a quien no lo hará, igual que usted. Bien difícil es justificar el voto en estos momentos, como para que además nos convirtamo­s en predicador­es y aleccionad­ores de la verdad. Ya estamos llevados, así que sólo queda elegir con serenidad, sin pasiones y sin miedos al candidato que creamos será menos malo para el país. Y después… a cruzar los dedos.

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