El Espectador

El cruce de Shibuya

- TORRE DE TOKIO GONZALO ROBLEDO * * Periodista y documental­ista colombiano radicado en Japón.

Que medio millón de tokiotas atraviesen cada día el cruce de Shibuya como cargas de caballería sin que ocurra ningún choque o enfrentami­ento maravilla a los turistas de todo el mundo y permite entender cómo funciona una urbe superpobla­da cuando el civismo se junta con la destreza en evitar el más mínimo contacto físico con desconocid­os. El fenómeno tiene lugar cada tres minutos, cuando los semáforos detienen ocho carriles para automóvile­s y se forma una enorme plaza peatonal situada justo frente a la Estación de Shibuya. Cuando terminan de pasar los vehículos, las muchedumbr­es se disponen a cruzar al otro lado en 12 direccione­s distintas.

La escena evoca huestes medievales, filas de indios cheyenes o batallones samuráis listos para iniciar una contundent­e y letal embestida. El escritor español Juan José Millás presenció un día la escena y, en una crónica publicada en el diario madrileño El País, predijo un choque multitudin­ario que dejaría “innumerabl­es heridos o muertos sobre la calzada”. No sin aprensión, Millás se dejó llevar por la marea de gente y al llegar al otro lado, totalmente ileso, concluyó sobrecogid­o: “Los viandantes se entretejen como átomos programado­s o como los hilos de un telar”.

Al transitar por la calle los tokiotas practican reglas de sentido común en una urbe de 13 millones de habitantes, como caminar por la izquierda, no comer mientras se anda y no cogerse de la mano con la pareja en sitios colmados de gente. A esto se suma una aguda visión periférica desarrolla­da en la infancia, cuando en la escuela y en el hogar se les inculca la considerac­ión hacia los demás como una norma no negociable para la convivenci­a. Las multitudes de Shibuya suelen incluir oficinista­s, estudiante­s, amas de casa y turistas, además de tribus urbanas que durante décadas han sobrevivid­o a las tendencias, como la lolita gótica o el otaku con su mochila llena de manga, videojuego­s o cámara y trípodes para fotografia­r trenes. La única vigilancia la realizan desde un minúsculo quiosco tres policías uniformado­s que la mayor parte del tiempo están ocupados auxiliando a visitantes confundido­s con Google Maps. Desde que películas como Perdidos en Tokio (2003), de Sofía Coppola, y Babel (2006), de Alejandro González-Iñárritu, usaron la intersecci­ón de Shibuya como emblema del caos controlado de la capital nipona, ningún locutor de televisión extranjera regresa a su país sin grabar un saludo teniendo como fondo el telegénico cruce. Hoy existen miradores en cafeterías y restaurant­es, y en la redes sociales pululan coleccione­s de fotos tomadas desde todos los ángulos. Pero nada iguala a la experienci­a de atravesar el cruce de Shibuya y llegar al otro lado para contarlo.

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