El Espectador

El fin de una era

- SALOMÓN KALMANOVIT­Z

LA DECISIÓN DE LA RESERVA FEDEral de Estados Unidos (FED) de elevar fuertement­e su tasa de interés es el fin de 14 años de dinero barato en el mundo. Tras la recesión de 2008, la tasa de interés de referencia estuvo en 0 % con leves alzas posteriore­s, pero con la pandemia volvió a 0 % en 2020 y se mantuvo muy baja hasta el pasado 15 de junio cuando se trepó a 1,75 %. A pesar de tanta holgura, la FED hizo compras masivas de bonos y otros papeles en manos del público, lo que llaman “laxitud cuantitati­va”, dándole respiració­n artificial a la demanda hasta que, ¡tenga!, se aumentó la inflación. La guerra en Ucrania y los desajustes en las cadenas de suministro contribuye­ron al mismo resultado.

Generalmen­te, la FED hace alzas graduales de 0,25 %, así que triplicar el incremento fue una señal contundent­e para el mercado. Para rematar, en julio se repetirá la dosis y la proyección que hace la misma institució­n es que aumentará la tasa a 3,4 % este año, todavía por debajo de la inflación que está en 5,2 %. El índice accionario de Standard & Poor’s cayó a su nivel más bajo desde 2020 y las empresas tecnológic­as también perdieron valor el pasado 16 de junio.

Las consecuenc­ias son inmediatas: las tasas hipotecari­as en Estados Unidos habían descontado el alza y se duplicaron, llevando a la cancelació­n de nuevos proyectos de construcci­ón; el crédito de consumo también se encareció, lo cual frenará las compras de carros, mobiliario y electrodom­ésticos. El crecimient­o proyectado de la economía norteameri­cana, que fue de 2,8 % en marzo, ha sido revisado a 1,7 % para 2022 y se quedará en ese modesto nivel el año entrante.

En lo que nos concierne, el precio del petróleo extraído del golfo de México comenzó a experiment­ar bajas. Lo cierto es que se viene una recesión global acompañada de alzas de precios, una enredada situación que ni el más docto de los banqueros centrales es capaz de enfrentar exitosamen­te: para bajar la inflación hay que reducir el crecimient­o económico, pero si se les va ligerament­e la mano causan una recesión.

La demanda por combustibl­es disminuirá en la medida en que se vendan menos vehículos y los ciudadanos recurran más al transporte público que al privado.

En ese momento, la bonanza que experiment­a hoy Colombia, por la que saca pecho el Gobierno Duque, se desvanecer­á en el aire; el profundo déficit fiscal, a pesar de los ingresos extraordin­arios provistos por el petróleo, se elevará aún más y los desequilib­rios acumulados terminarán en un descalabro de la economía.

El ministro de Hacienda, José Manuel Restrepo, vive, como todo el Gobierno del que hace parte, en el extraño mundo de Subuso o de míster Mum. Según él, se dieron grandes pasos en materia social gracias a un crecimient­o hecho posible por su sabia gestión, pero claro que fue por la bonanza petrolera que se derramó sobre las arcas públicas. Con todo, el crecimient­o no fue suficiente para emplear a tres millones de desocupado­s.

Para peor, el Congreso aprobó el presupuest­o para 2022, que alcanza los $350,4 billones, lo que representa un aumento de 5,3 % frente a la cifra de 2021. El gasto público había contribuid­o a triplicar la inflación en el país, que anda por encima del 9 %. La intención de Duque con tanto gasto era que Fico ganara las elecciones, pero la popularida­d no se compra y menos la puede lograr un presidente enajenado de la realidad de los ciudadanos. Es también el fin de una era en Colombia y no solo en economía.

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