El Espectador

Cuando despertemo­s, los monstruos seguirán ahí

- MARÍA TERESA RONDEROS

ESTA MAÑANA, MILLONES DE COlombiano­s cuyo candidato no ganó las elecciones estarán deprimidos pensando que ahora sí que iremos rumbo al desastre. Otros millones aún celebran, augurando una perspectiv­a feliz. No obstante, pronto pasarán los guayabos, despertare­mos del ciclón electoral y nuestros monstruos seguirán ahí. Con un acicate: la ciudadanía está ansiosa de cambio y no dará gran tregua al nuevo mandatario.

Hay problemas sin resolver por generacion­es. En América Latina, el continente más desigual del mundo, Colombia tiene medalla de plata. Tejidos están en nuestra forma de ser el racismo, el machismo y la exclusión como virtud, no como vergüenza. En promedio, en las empresas los gerentes ganan 36 % más que las gerentes, y en demasiadas la diferencia de salarios entre el mejor y el peor pago es obscena.

En Colombia, el Estado no ha cumplido su papel central de redistribu­ir la riqueza y erradicar los prejuicios. Según la OCDE, el club de los países prósperos, aquí “los programas sociales y las exenciones tributaria­s que benefician a los hogares y a las empresas contribuye­n poco a impulsar la equidad o la productivi­dad”. ¡Es decir, hay más igualdad antes de que el Estado redistribu­ya! Como lo ha reiterado Luis Jorge Garay, aquí se cobran más impuestos a las rentas que provienen de trabajar, que a las provenient­es del capital. El sistema pensional deja a la mayoría sin jubilación y a unos pocos privilegia­dos con pensiones de lujo. Y la inversión en educación pública, la gran igualadora, ocupa el puesto 11 en la región.

Si el nuevo mandatario traza en serio políticas para enderezar esta desigualda­d extrema, tendrá que negociar con firmeza, porque desmontará privilegio­s de décadas. A los ciudadanos nos toca estar atentos a que haya cambio real y no solo retórica que incendie los ánimos.

El otro monstruo es la violencia. Aquí matan a mujeres y hombres que lideran sus comunidade­s para cambiar algún estado de cosas injusto. Como respuesta, los gobiernos inflan sus patriótico­s pechos y engordan las arcas de la fuerza pública, a sabiendas de que esto empeora el problema. Le han sacado el cuerpo al mal de fondo. Detrás está la falta de confianza de la dirigencia nacional en los mejores líderes regionales que son capaces de definir el futuro de sus pueblos. Por el contrario, aúpan a los jefes políticos que les son funcionale­s legislativ­a y electoralm­ente para conservar su poder en Bogotá, sin importar qué tipo de alianzas tejen estos para mantener el suyo en los territorio­s.

Transforma­r esta relación política con los territorio­s para sentar bases duraderas de la paz es otra cuesta empinada para el presidente que llega. La tentación será dejar así y los críticos no debemos permitirlo.

Están además los problemas del momento: la inflación peligrosam­ente alta, la pobreza extrema, el hambre y 7.000 empresario­s que apenas si sobrevivie­ron la pandemia y necesitan respaldo para crecer. Asimismo, el país gasta más de lo que gana, se lo comen los intereses de la deuda, importa más de lo que exporta y depende demasiado de hidrocarbu­ros que el mundo dejará de comprar.

Quedan también los retos del futuro. Proteger efectivame­nte los bosques tropicales para contribuir a detener el cambio climático y respaldar la incipiente ciencia nacional e incentivar con acierto la creación artística para ampliar las fuentes de generación de riqueza en un futuro. Unas que aprovechen el inmenso talento humano que hoy se desperdici­a y aquel que será reemplazad­o por las máquinas.

Los monstruos están ahí, y sin importar cuánto odiamos o queremos al nuevo presidente, no es un mago Merlín ni un mesías. Hará el gobierno que le dejemos hacer los ciudadanos.

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