De ganar Petro
PARA LA FECHA DE PUBLICACIÓN DE este escrito, el candidato socialista pudo haber ganado. Pese al temor que inspiran el socialismo extremo, la compaginación con vecinos sospechosos, la caída en el izquierdismo universal. Es tanto que su misma esposa, antes de ofender a las colegas periodistas, le reclamaba a la campaña que no se hubiera combatido el temor de la gente hacia su esposo y, ahora, podría decirse, hacia ella.
Imagino, desde esta anticipación, los reclamos que se estarán produciendo por la cohesión electoral, por las amenazas, por la muerte del dirigente Montano, el líder indígena que denunció el constreñimiento electoral. No me equivoco si no hubo lugar a los desórdenes que anunciaba la hija del candidato, en caso de no ganar su padre. Entiéndase, es que yo creo que ganó.
Pienso que el país se someterá mansamente ante el Petro fingido y amigable de los últimos mensajes cuasipresidenciales, el mismo que fue avalado por conspicuos jefes de la vieja política, que conocíamos como libertarios, y por el señor nuncio, quien le envió el candidato al pontífice y de quien el papa ya no debe acordarse, a decir de su emisario, con evidente desprecio.
Las cosas no van a ser mejores. No me atengo a lo que algunos dicen acerca de los ánimos que deben apaciguarse y esperar compostura de todos, tirios y troyanos, en semejante cruce de caminos. El comunismo, al que nos exponemos, no se vive en libertad y sabrosura, y cunden ideas vengativas, como la que se ventiló en contra de quienes han conseguido algo en el difícil vivir, hasta quitarles sus ahorros pensionales, de modo que los líderes acuciosos, que dicen “haber luchado desde niños por este país”, se luzcan ante multitudes hambrientas. Entre tanto, suena como un eco profundo la voz partidista del señor nuncio cuando dice que el hambre mata. Lo que bien se sabe, pero decirlo en ese momento tenía el alcance político que tuvo la visita del candidato al pontífice.
Llegaría a la Presidencia el gran Petro halagando a viejos políticos, de los cuales se irá zafando a medida que avance la dominación de quien Daniel García-Peña llamó “déspota de izquierda”. Vendrá luego, unos días después para que no parezca orquestada con el nuevo gobierno, la revelación de la verdad, del mismo tinte y tendencia de los que hubieren ganado. Me refiero al resultado de la pomposa Comisión de la Verdad que dirá la última palabra sobre la disparidad interna, de modo que no sea posible pensar distinto, porque se nos entregará un relato de lo que fue y de cómo fue, por decreto.
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Si el triunfo hubiere sido del ingeniero, al que se quiso someter a un debate con ánimo de derrotarlo, nos pondremos a la expectativa de lo desconocido. Como cuando un extraño nos presta auxilio en algún apuro callejero.