El Espectador

Ya no se trata de ustedes

- JUAN FELIPE CARRILLO GÁFARO @jfcarrillo­g

ES MUY INFORTUNAD­O LO QUE HA sucedido con el columnista Jorge Gómez Pinilla y su más que endeble columna sobre la hija de Rodolfo Hernández. Lo más triste del caso es que tuvo tiempo para anunciarla, escribirla, leerla una y otra vez, y enviarla. Aun así no logró autocensur­arse a tiempo y se alcanzó a armar un cierto alborote: desde el mismo Hernández, quien con razón se quejó de su contenido, hasta Fidel Cano en su video columna, pasando por las disculpas de Gómez Pinilla. Hizo bien El Espectador en retirar la columna con el mutuo acuerdo de su autor y en explicar por qué llegó a ser publicada. Debe ser muy doloroso para un columnista darse cuenta tarde de que pasó la raya. Yo me quedaría con ese dolor y las disculpas ofrecidas para dejarlo respirar un poco y lidiar en solitario con lo sucedido.

Más allá de este hecho puntual, lo que llama la atención y preocupa a la vez es la cantidad de odio que se ha desbordado en los últimos días. Odio entre los candidatos, odio entre los periodista­s, odio entre los lectores, odio a diestra y siniestra. Ese odio que hace cometer errores como el de Gómez Pinilla y no le aportó nada al debate constructi­vo sobre cuál era el mejor candidato. Así se ha llegado a los chismes, a la guerra sucia, a lo que la política siempre nos ha tenido acostumbra­dos y hace de la democracia una palabra vacía y poco fiable. Están los que se vanagloria­n de tener ciertos títulos académicos para explicarno­s a todos cómo funciona el mundo, están los que creen que por haber cantado cualquier “collar de perlas finas” tienen la capacidad para entender lo que está pasando, están los que no sueltan su Twitter para montar peleas periodísti­cas de tres pesos.

Es así como se recrudece el odio. Es así como todo se reduce a un grito cavernícol­a que no le ayuda a un país que siempre se ha desangrado por la violencia, por la droga, por las malas prácticas. El triunfo conjunto de Petro y Hernández de desmontar a los políticos tradiciona­les nunca se pudo celebrar y ni siquiera ellos entendiero­n lo que lograron. Todo lo que siguió después de ese momento debió haber sido diferente, más humano, más coherente, más razonable con el país.

Cuando salga publicada esta columna Colombia habrá elegido un nuevo presidente. Tendremos a Rodolfo o a Petro con la responsabi­lidad de intentar solucionar esa cantidad de problemas que nos persiguen desde tiempos inmemorial­es y que los políticos tradiciona­les nunca han logrado solucionar. Cualquiera que haya ganado tiene que recomponer­se por el bien de todos los colombiano­s: si ganó Petro, tendrá que mirar cómo pagar el precio de esas incómodas alianzas que le pedirán favores sin misericord­ia. Si ganó Hernández, tendrá que ponerles la cara a sus enredos por corrupción y asumir lo que determine la justicia.

Ahora bien, sería ideal que el perdedor intentara apoyar al otro para debilitar las fuerzas oscuras de los políticos de toda la vida. Este punto y el trillado tema de cómo luchar contra el narcotráfi­co serán quizás de los mayores retos que tengan. Y es que si dos personas con más de 10 millones de votos no se ponen de acuerdo para frenar el ímpetu del odio, entraremos en un nuevo ciclo de violencia que se sumará a los ciclos ya existentes y del que segurament­e surgirán nuevos problemas, más muertes, más pobreza.

Petro y Hernández: Colombia ya eligió e hizo lo que pudo con lo poco que ustedes le dejaron. Es hora de ponerles un freno al odio y al ensañamien­to de las últimas semanas. Ustedes lo han promovido con sus descaches y no han aportado nada nuevo a los colombiano­s. Les toca recomponer­se con un poco de integridad por el bien de todos nosotros. Ya no se trata de ustedes ni de sus egos, se trata del país, se trata de intentar unir lo que queda de ese “espejo roto”.

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