El Espectador

La victoria de la censura

- LA COLUMNA DEL LECTOR DAVID A. JIMÉNEZ CABUYA

DESDE DICIEMBRE DEL año pasado he estado masticando un malestar que he tragado después de conocer la noticia del grafiti censurado en Puente Aranda, más allá de una polémica viral y que debo escupir en este texto para no atragantar­me. El malestar, devenido en retorcijón, es este: la mencionada noticia es la muestra de que la censura en nuestro país ha salido nuevamente victoriosa.

Después de que el grupo Saint Cat Crew elaborara el mural Utopías de andén y un hombre publicara en redes cómo cubría de blanco uno de los fragmentos del mural, en donde se mostraba una de las experienci­as de la comunidad con la violencia, esta victoria se evidencia en el hecho de que la censura ha resultado indemne y ha logrado perderse del horizonte mediático entre la avalancha de noticias y polémicas preelector­ales.

No me interesa abordar el contenido de la imagen; esa es una discusión que se debe hacer después de que este suceso —o cualquier otro de la misma naturaleza— sea tomado con mayor seriedad. Por el contrario, el énfasis de esta columna está en que el origen del malestar radica en los efectos de la censura. O, mejor dicho, en los no efectos que se manifiesta­n en la inacción, el silencio y el olvido al que se ve sometido este acto contra el mural.

Unos no efectos que se convierten en indignació­n, como bien lo manifiesta Clara Tello —miembro del grupo—. Indignació­n ante un acto en contra de la libre expresión de las comunidade­s y los artistas implicados que no es exclamada por nadie. Y que yo agregaría que se hace más indignante cuando esa exclamació­n no va más allá de las meras palabras.

Idartes y su cabeza visible, Catalina Valencia, han rechazado este acto de censura en varios medios y redes sociales. Han cumplido con los mínimos que les exigen los roles institucio­nales en los que operan como agentes culturales, pero ninguno de los pronunciam­ientos ha estado acompañado de acciones, ni siquiera promesas, que salvaguard­en el proyecto y su contenido original, fruto de una de sus becas. Sus pronunciam­ientos de que “eliminar y censurar al que opina diferente destruyen la democracia”, sin acompañami­ento de actos jurídicos y mediáticos para defender la democracia, tienen una cierta equivalenc­ia con otros recurrente­s pronunciam­ientos en los que se clama que “se hará una exhaustiva investigac­ión sobre el caso (inserte aquí el de su preferenci­a)”, y luego no sucede nada.

Ya han pasado meses, las chispas de este suceso se han apagado y no han surgido más declaracio­nes. Nada medianamen­te reconforta­nte o conclusivo. Un indigesto nada de nada.

Por ese retorcijón, es posible afirmar que este es un nuevo caso en que la censura ha triunfado en Colombia y que, como en otras ocasiones, hay un riesgo de que los informes que se arruman entre la burocracia institucio­nal y los bytes que ya no interesan al algoritmo sean condenados al olvido.

Ya Saint Cat Crew ha procurado resignific­ar esa pared en blanco y ha solicitado —si no es que ha exigido— disculpas y retractaci­ón por parte del sujeto que censuró su trabajo (cosa que no ha pasado). Pero, más allá de esto, se desconoce si hasta el momento las declaracio­nes institucio­nales han estado acompañada­s de procesos acordes a sus proclamas demócratas, procesos como la multa a este sujeto por la destrucció­n del fragmento del mural hecho con recursos públicos o una apropiada compensaci­ón al grupo de artistas.

Amanecerá y veremos, dicen en el país de la censura coronada por la impune iconoclasi­a.

‘‘La

censura ha resultado indemne y ha logrado perderse del horizonte mediático entre la avalancha de noticias y polémicas preelector­ales”.

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