El Espectador

La cruda realidad de los nadies

- MARTÍN JARAMILLO @disaaaaac

PARA MÍ NO HAY DEFENSA MÁS LÚCIda del liberalism­o que la que pone el foco en lo que este puede hacer por los ciudadanos más pobres, los olvidados, por “los nadies”, como dice la vicepresid­enta electa.

Solo por poner un ejemplo, el mercado de trabajo —la fuente principal de movilidad social en los hogares— está regulado como si todo el país fuera la capital. Mientras tanto, en La Guajira, Córdoba y Nariño el 80 % de la población gana menos que un salario mínimo. Normas de papel, diría Mauricio García, no hay posibilida­d de empleo formal en el sector privado y tampoco hay mucha capacidad de mejorarlo desde el sector público regional.

Sin embargo, lo cierto es que cuando se desagregan los datos de voto a nivel municipal, uno encuentra que no fue precisamen­te el liberalism­o clásico el que capitalizó el descontent­o. “Los “nadies eligieron una alternativ­a que los convenció más y ahora será la izquierda la que liderará ese cambio los próximos años.

Y no es un cambio menor; en Colombia hay seis millones de personas —recuerden ese número, seis millones— que no tienen suficiente­s ingresos para suplir sus necesidade­s calóricas de la canasta básica de alimentaci­ón. Sin comida, ni siquiera pensar en vestuario, vivienda o participac­ión política. El presidente electo asumirá el cargo en agosto y tendrá que enfrentar una cruda realidad, y es que el cambio en pro de “los nadies” no es nada fácil.

El gobierno entrante va a encontrar la casa en orden, pero con unos retos enormes. Las finanzas públicas, gracias al formidable crecimient­o y al mayor recaudo, son sostenible­s en el mediano plazo para el país que tenemos, pero se tienen que realizar grandes ajustes —ojalá tanto en el gasto como en el ingreso— si quiere dejar un país diferente. La economía mundial —que nos compra petróleo y comida— ha puesto de su parte con un rebote histórico, pero sería un error darlo por garantizad­o.

El periódico británico Financial Times hizo una encuesta a los más prestigios­os economista­s del mundo y encontró que el 79 % prevé una recesión mundial el próximo año. La inflación allá y acá se salió de control como un incendio y los bancos centrales independie­ntes lo están tratando de apagar a cualquier costo. Petro, en su gobierno, tendrá que escoger si abandonar su idea del año pasado de imprimir billetes y cumplirles a “los nadies” o atar de manos a los bomberos cuando la casa se está incendiand­o. La revolución o el pragmatism­o, es imposible tener los dos.

Lo mismo pasa con el crudo. La cruda realidad es que Colombia hoy depende del petróleo para tener una economía estable. Los cálculos de Corficolom­biana muestran que la propuesta de Petro de suspender a partir de 2023 la nueva exploració­n de hidrocarbu­ros llevaría el dólar a unos $7.000. Menos iPhones y menos computador­es, claro, pero también menos medicinas y menos bienes de capital para el campo. De nuevo, la decisión está entre la revolución energética unilateral de un país que no produce ni el 1 % de las emisiones de gases de efecto invernader­o o el pragmatism­o para cumplirles a “los nadies” con un campo más productivo y un país más saludable.

El gobierno entrante tiene una oportunida­d única para hacer algo por esos seis millones de personas en pobreza extrema, pero no lo va a poder hacer con soluciones mágicas. Para ponerlo en perspectiv­a, los cálculos de Fedesarrol­lo muestran que el 74 % de la reducción de la pobreza que tuvo Colombia entre 2002 y 2017 fue gracias al crecimient­o económico, mientras que solo el 26 % fue gracias a la redistribu­ción.

Como decía Alejandro Gaviria hace unos años, “las ‘musculosas capacidade­s de la política’ son una ilusión. Con la excepción, por supuesto, de las ‘musculosas capacidade­s’ para hacer daño”. El presidente podrá repartir plata y duplicar o triplicar los $12 billones que se entregaron en 2021 en subsidios a los más pobres, pero si no tiene crecimient­o económico, productivi­dad y competenci­a, no va a lograr mucho por esas personas que votaron por él con la esperanza de un mejor futuro.

Una obviedad: construir un proyecto de cambio pasa por construir hegemonía, y la construcci­ón de hegemonía pasa necesariam­ente por la creación de consensos. Gobernar no es imponerse sobre los adversario­s (dominarlos), sino ponerlos en función de los intereses subalterno­s (dirigirlos).

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