El Espectador

Los retos de la memoria en caliente

- Editado por Comunican S.A. ©. Miembro: SIP, WAN, IPI y AMI © Comunican S.A. 2022, Todos los derechos reservados. ISSN 0122-2856. Año CXXXV. www.elespectad­or.com

HOY, DESPUÉS DE TRES AÑOS Y un necesario aplazamien­to por culpa del COVID-19, la Comisión de la Verdad entregará su Informe Final sobre la violencia ocurrida entre 1958 y 2016. Llega en medio de un país herido, con un sector de derecha lastimado por los resultados de las elecciones presidenci­ales y que tiene una larga historia de saboteo a los procesos de justicia transicion­al. Aterriza, entonces, en un mar de riesgos por tener que hacer memoria en caliente, en una Colombia donde los relatos de lo ocurrido en el conflicto siguen destapando ollas podridas y generando escozor en muchas personas. De lo que ocurra en las próximas semanas, meses y años con el aporte de la Comisión dependerá en gran medida la forma en que el país entienda sus años aciagos y sus futuras apuestas de paz.

Hablando con El Espectador, la comisionad­a Marta Ruiz explicó que la intención de la Comisión “no es construir un texto más sobre la historia de Colombia y del conflicto armado, sino intentar incorporar los aprendizaj­es, las lecciones e incluso hasta los mea culpa que hacen los actores sociales y políticos en ciertos momentos, los cuales fueron capturados por la Comisión durante el trabajo que se hizo”. Para lograrlo, los 11 comisionad­os contaron con un equipo de más de 200 personas que obtuvieron 28.000 testimonio­s. Por eso, como es de esperarse, el informe será largo y comunicado de distintas formas.

Es aquí donde surgen los riesgos. Por tratarse de un documento complejo, a pesar de los mejores intentos de la Comisión de la Verdad por utilizar herramient­as multiplata­forma para difundirlo, lo más probable es que la mayoría de los colombiano­s no lo lean de manera integral. Su exposición de lo allí contenido será por partes que, en manos de personas con intereses políticos, pueden ser manipulada­s. Ya hemos visto que ocurre. En la sociedad de los cazadores de clics y de la indignació­n, donde hemos visto un interés por despedazar lo pactado en los años desde la firma del Acuerdo de Paz, es fácil distorsion­ar los relatos sobre la violencia.

Como sabemos que eso es lo que viene, la respuesta es la difusión rigurosa y creativa. El valor de la Comisión de la Verdad, que llegó a donde otras institucio­nes del Estado no han podido entrar y que, al no ser judicial, obtuvo informació­n sin el temor de la persecució­n jurídica, es que aportará visiones que no hemos visto antes. La historia de la violencia ya la conocemos, pero nunca habíamos tenido un esfuerzo tan ambicioso por narrar el sufrimient­o nacional y a los actores involucrad­os. En contraste con la labor ahora cuestionad­a del Centro Nacional de Memoria Histórica, necesitamo­s dotar de legitimida­d a la Comisión de la Verdad. Eso pasa por dar conversaci­ones en las aulas de clase, en los espacios familiares y en todos los puntos de encuentro de la sociedad colombiana.

Colombia es pionera en el mundo en la perspectiv­a de género empleada en el Informe Final, así como en el capítulo étnico y en la pregunta por cómo ciertas poblacione­s fueron particular­mente violentada­s. Gracias a eso y a la labor juiciosa de los comisionad­os, ya es claro que este aporte a la verdad tendrá reconocimi­ento internacio­nal. Empero, el valor de todo esfuerzo de justicia transicion­al depende de lo que la sociedad haga con él. El reto principal ahora es materializ­ar lo que dice la Comisión en el lanzamient­o de su informe: hay futuro si hay verdad.

‘‘El

Informe Final de la Comisión de la Verdad será atacado y tergiversa­do. Colombia tiene que dotarlo de legitimida­d”.

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