El Espectador

Los archivos secretos de Estados Unidos sobre Colombia

La Comisión de la Verdad tuvo acceso a miles de documentos desclasifi­cados para entender cuál fue el papel de Estados Unidos durante el conflicto en Colombia. El Espectador revela los que hasta ahora han salido a la luz pública.

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Nunca antes en la historia de la presencia de Estados Unidos en Colombia una entidad pública había estado tan cerca de conocer los detalles más íntimos de las relaciones entre ambos países y del papel del primero en la guerra colombiana. Reportes secretos de la CIA, informes del Pentágono, cables diplomátic­os con Washington y documentos inéditos de agentes de la DEA. Todos estos archivos hacen parte de un proyecto sin precedente­s que logró la desclasifi­cación de miles de papeles con informació­n secreta que evidencian hasta dónde llegó la mano de Estados Unidos en la lucha contra las drogas y en otras dinámicas de la guerra, como las ejecucione­s extrajudic­iales, los vínculos entre empresas privadas y grupos paramilita­res o confrontac­iones armadas con las Farc.

La Comisión de la Verdad tuvo acceso a miles de documentos desclasifi­cados y los usó como insumos para el Informe final, cuyos hallazgos y recomendac­iones fueron publicados esta semana. La responsabl­e de esta recopilaci­ón de archivos es la organizaci­ón estadounid­ense Archivo de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés) y el cerebro detrás de este trabajo inédito es el investigad­or Michael Evans. El Espectador tuvo acceso a seis de los primeros documentos que salieron a la luz pública, tras el lanzamient­o del primer documento del Informe final. La mayoría de ellos fueron desclasifi­cados mediante la Ley de Libertad de Informació­n (FOIA), pero muchos otros, los más secretos, ni siquiera se habrían podido conocer con esa norma.

Ventana de oportunida­d tras muerte de Rodrigo Lara B.

El primero de los documentos en salir a la luz pública es de mayo de 1984. Aunque desde al menos una década antes ya era evidente que el principal interés de Estados Unidos en Colombia era el tema de las drogas, la cooperació­n entre ambos países no se había concretado más allá de diálogos políticos. El archivo desclasifi­cado fue escrito en un momento de altísima tensión en Colombia. Los nexos de narcotrafi­cantes con las esferas del poder se hacían más evidentes y los capos empezaron a cobrar sus primeras víctimas de alto perfil. Uno de ellos fue Rodrigo Lara Bonilla, ministro de Justicia, asesinado por orden de Pablo Escobar el 30 de abril de 1984, tras denunciar públicamen­te que el capo no era el congresist­a que aparentaba, sino un narcotrafi­cante.

El magnicidio ocasionó revuelo nacional. El entonces presidente Belisario Betancur decretó el Estado de sitio y, casi de inmediato, firmó la Ley de Extradició­n con Estados Unidos. En medio de la conmoción por el asesinato de un ministro, a Washington llegó la noticia, acompañada de una propuesta: aprovechar la ventana de oportunida­d, de un país convulsion­ado, para presionar a Betancur a aplicar medidas más agresivas para luchar contra el narcotráfi­co. El cable diplomátic­o dice: “Golpear mientras el hierro está caliente y aprovechar el período de mayor indignació­n pública tras el asesinato de Lara (...) Es esencial que la asistencia del gobierno de los EE. UU., incluidos helicópter­os, así como solicitude­s de extradició­n, se brinden con la mayor brevedad y rapidez posible”.

La CIA sabía de alianzas entre Ejército y paramilita­res

El segundo documento desclasifi­cado es de la CIA. Fue escrito cuatro años después del asesinato de Rodrigo Lara Bonilla, cuando Estados Unidos tenía enfilados todos sus esfuerzos en dar con el paradero de Pablo Escobar y la lucha armada se tornaba cada vez más sanguinari­a en las regiones. El tema principal del informe se centra en la participac­ión de comandante­s del Ejército en “una ola de asesinatos contra presuntos líderes de izquierda”, principalm­ente en Medellín y el Urabá. En concreto, los informante­s señalan que detrás de esos asesinatos estarían hombres del comando de inteligenc­ia del Ejército, conocida como el B2, que se habrían concertado con narcotrafi­cantes y paramilita­res. En esa época, el genocidio del partido Unión Patriótica estaba en pleno despliegue.

Según los agentes, resultaba “poco probable” que esa coordinaci­ón ocurriera sin el conocimien­to del comandante de la Cuarta Brigada, con sede en Medellín. Los informante­s de la CIA fueron más allá con los detalles de estos vínculos ilegales. De acuerdo con el documento, los vínculos entre el Ejército y los grupos paramilita­res resultaron en lo que se conoció como las masacres de Honduras y La Negra, ocurridas en marzo de 1988 en el corregimie­nto Currulao de Turbo (Antioquia). Con lista en mano, hombres sin identifica­r asesinaron a veinte trabajador­es sindicaliz­ados y simpatizan­tes de partidos de izquierda. Con nombre propio, el documento de la CIA señala que detrás de los crímenes estuvo Plinio Correa, jefe de inteligenc­ia de la Cuarta Brigada.

Años después, la justicia investigó los hechos y condenó a hombres al mando del líder paramilita­r Fidel Castaño, a un exalcalde, y a Hernán Giraldo, alias el Patrón, extraditad­o paramilita­r que delinquió en el Magdalena. Las pesquisas judiciales nunca tocaron a miembros del Ejército ni tampoco a quienes la CIA también señaló en su informe de responsabl­es: el Cartel de Medellín. “Si bien es posible que algunos de los individuos que llevaron a cabo los asesinatos sean miembros activos del B2, es más probable que la informació­n de inteligenc­ia se haya compartido con un grupo paramilita­r privado, aunque el Ejército colombiano prefiere culpar de los asesinatos a la rivalidad entre el Epl y las Farc”, se lee en el documento desclasifi­cado.

Las relaciones “non sanctas” de agentes de la DEA

Entre los archivos inéditos que consiguió la NSA a los que tuvo acceso la Comisión de la Verdad están los que hacen parte de lo que llamaron Colección Mark Bowden, una serie de documentos a los que tuvo acceso este periodista estadounid­ense para su libro Matar a Pablo Escobar: la cacería del criminal más buscado del mundo. En esa lista hay un documento que revela que, en 1992, la misión de la DEA en Bogotá sabía que los miembros de esa agencia en Colombia que tenían vínculos con Luis Meneses, más conocido como

Ariel Otero —militar que se retiró del Ejército por sus nexos con paramilita­res—, podían estar en peligro. Otero fue hombre de las entrañas de la Autodefens­as Campesinas del Magdalena Medio y conoció de primera mano las movidas de esos grupos con narcos como Pablo Escobar.

En el documento desclasifi­cado, los agentes de la DEA señalan que saben que funcionari­os de la entidad se reunieron cara a cara con

Otero en al menos seis ocasiones. “Los agentes también tuvieron tres conversaci­ones telefónica­s con

Otero y recibieron cinco mensajes

››En

agosto próximo, el Archivo de Seguridad Nacional publicará los miles de documentos que fueron desclasifi­cados y conoció la Comisión de la Verdad.

de fax de él”. El contacto con el líder paramilita­r, que además ayudó a entrenar a hombres del Cartel de Medellín, habría sido clave para los esfuerzos de las autoridade­s de Estados Unidos y Colombia para dar con Escobar. Además de este jefe paramilita­r, los agentes de la DEA tuvieron contacto con Henry Pérez, el predecesor de Otero en las autodefens­as. Con él también sostuviero­n reuniones. La relación permanente con ambos puso en alerta a la DEA, luego de los asesinatos primero de Pérez y luego de

Otero.

La agencia antidrogas explicó en el documento, fechado el 4 de febrero de 1992, que supieron que

Otero había sido torturado antes de su homicidio en Puerto Boyacá en enero de ese año, y que era posible que hubiera admitido haber proporcion­ado informació­n a la DEA, incluyendo los nombres de sus contactos en la agencia. “Actualment­e, no hay indicios de una amenaza real y las medidas de seguridad adjuntas se toman únicamente como precaución para garantizar la seguridad de los agentes”, concluye el archivo desclasifi­cado. El cuerpo de Otero apareció con un aviso que decía: “Por traidor, ladrón y asesino” y aunque aún no es claro quién lo asesinó, las versiones apuntan a que habría sido el Cartel de Cali.

Las petroleras y la lucha contrainsu­rgente

Con la caída de Pablo Escobar, en diciembre de 1993, las autoridade­s estadounid­enses enfocaron sus esfuerzos en Colombia en el tema de los cultivos ilícitos. Aunque la cacería de los narcotrafi­cantes siguió estando entre sus prioridade­s, con el Cartel de Cali y el del norte del Valle, la proliferac­ión del poderío de las Farc y el aumento de grupos paramilita­res pasó a estar en la agenda del día. Llegaron las tomas guerriller­as a pueblos enteros, secuestros, masacres y, en 1998, la guerra no daba tregua. El recrudecim­iento de los enfrentami­entos entre todo tipo de grupos armados ilegales quedó en evidencia en el cuarto documento desclasifi­cado: un informe de la Oficina de Análisis de Asia, el Pacífico y América Latina de la CIA.

En el archivo de 11 páginas, el autor titula: “El aumento de la violencia guerriller­a en la industria petrolera y su impacto en los intereses de Estados Unidos”. La conclusión general es que esa violencia privaba a “Bogotá de importante­s ingresos fiscales y de divisas, expone a los inversioni­stas estadounid­enses a mayores riesgos, reduce la demanda de exportacio­nes de bienes de capital de EE. UU. y daña los ecosistema­s frágiles”. Más allá de los intereses, lo revelador del documento es que, desde 1998, la CIA reportó la presencia de lo que llamó “actores no estatales en el conflicto” y que al menos una empresa multinacio­nal del sector petrolero estaba “proporcion­ando activament­e informació­n de inteligenc­ia sobre actividade­s guerriller­as directamen­te al Ejército (colombiano).”

Según el reporte, parte de esa informació­n se obtuvo “utilizando un sistema de vigilancia aerotransp­ortado para exponer campamento­s guerriller­os e intercepta­r comunicaci­ones guerriller­as (...) El Ejército explotó con éxito esta informació­n e infligió unas cien bajas durante un operativo contra la guerrilla en Arauca en 1997”. Aunque no revela un nombre puntual, el informe de la CIA señala que otras empresas privadas pagaron a militares en Colombia por protección, “una práctica que muchas firmas quieren eliminar gradualmen­te para evitar ser vinculadas con abusos a los derechos humanos”, dice el archivo. Precisamen­te, la relación entre empresas privadas y grupos armados, estatales o no, ha sido, según expertos, una de las deudas más grandes en términos de verdad del conflicto armado.

El conteo de cuerpos y las ejecucione­s extrajudic­iales

Para la fecha del quinto documento revelado por la NSA, y esta semana por The New York Times, el Plan Colombia ya estaba andando. Concebido entre los gobiernos de Bill Clinton y Andrés Pastrana, su enfoque fue un programa para la lucha antinarcót­icos, pero también para complement­ar una reforma militar que estaba en marcha en Colombia. Aunque el plan incluyó un compromiso directo con el respeto de los derechos humanos, el apoyo se tradujo en cuestiones económicas y militares que modificaro­n el curso del conflicto. Llegaron equipos de ofensiva aérea y sistemas de inteligenc­ia de última tecnología, pero también entrenamie­nto para batallones de alta montaña y fuerzas de tarea conjunta.

El programa militar estuvo a cargo del Comando Sur de Estados Unidos (Southcom). En julio de 2003, el plan era todo un éxito. O así se lo hizo saber un alto funcionari­o del Pentágono a Donald Rumsfeld, entonces secretario de Defensa del gobierno de George W. Bush. En el documento, el alto funcionari­o del Pentágono señala que las tropas colombiana­s han tenido un buen entrenamie­nto y ahora desplegaba­n operacione­s contra objetivos de alto valor y que, desde enero de 2003, el Ejército colombiano entrenado por Estados Unidos reportaba un alto número de muertos durante enfrentami­entos armadas.

El hecho de que Rumsfeld calificara de exitoso el aumento en el número de guerriller­os muertos durante combates es un asunto problemáti­co para el Archivo de Seguridad Nacional y Michael Evans. “El documento desclasifi­cado muestra cómo las métricas del Pentágono para el éxito contra los insurgente­s colombiano­s pueden haber contribuid­o al fenómeno de los falsos positivos”, señala la NSA. Una práctica que, según datos de la Jurisdicci­ón Especial para la Paz (JEP), ocasionó la muerte de 6.402 civiles a manos de las Fuerzas Armadas, casos que hoy investiga esa justicia especial. “Tanto nosotros como los colombiano­s podemos hacer más. La intensific­ación de (ilegible) con la ayuda de EE. UU. es clave para inducir desercione­s de hombres de las Farc”, concluye el documento del Pentágono.

EE. UU. apoyó la captura de alias “Sonia”.

El sexto y último documento revelado esta semana por la NSA se refiere a una empresa que ha estado detrás de polémicas por, supuestame­nte, estar conformada por mercenario­s. Se trata de DynCorp, firma contratada por el Departamen­to de Estado de Estados Unidos para cumplir con uno de los objetivos del Plan Colombia: fumigar los cultivos ilícitos. Aunque la empresa había aterrizado en el país desde 1994, en la fecha del informe desclasifi­cado (febrero de 2004), sus funcionari­os ya eran asiduos en aeropuerto­s y operacione­s de aspersión aérea. Según el documento, un reporte anual sobre el trabajo de DynCorp en varios países, la empresa también estaba participan­do de operacione­s militares con objetivos de alto valor, como líderes de las Farc. El informe señala que esas tareas no estaban descritas en su contrato.

Aun así, la firma solía prestar apoyo médico para las operacione­s y también para su planeación. Las misiones ocurrieron en Tumaco, Mitú, San José y Miraflores, entre otros lugares, y “los esfuerzos del contratist­a dieron sus frutos en la culminació­n exitosa de la misión”, dice el documento. El informe de evaluación destaca una de las operacione­s de mayor éxito, al menos hasta 2004, que calificó como “excelente”. Sucedió en Cartagena del Chairá (Caquetá) en febrero de ese año y contó con el despliegue de ocho helicópter­os de la Fuerza Aérea, 120 uniformado­s y personal de la Fiscalía. La operación dio con la captura de un objetivo de altísmo valor: Omaira Rojas, conocida como Sonia, jefa de finanzas del Bloque Sur de las Farc, bajo el mando de Fabián Ramírez.

En ese momento, la operación fue reseñada en medios nacionales como la segunda más importante de la guerra contra las Farc, solo después de la captura en Ecuador de Simón Trinidad. Según el archivo desclasifi­cado, DynCorp también brindó su apoyo para la Operación Dignidad, una misión de magnitudes poco usuales: 600 soldados y más de 20 helicópter­os, para retomar el control del municipio de Miraflores, que había estado bajo el control irregular de las Farc desde 1998. “Sus acciones en la planificac­ión y el uso de la previsión en la planificac­ión de la misión evitaron problemas relevantes durante esta misión y son una prueba más del progreso”, concluye el documento.

Estas revelacion­es del NSA son apenas un abrebocas de lo que podrían contar los miles de documentos que tienen en el archivo de Colombia, que publicarán en su totalidad en agosto próximo. La Comisión de la Verdad tuvo acceso a todos ellos, pero con el lanzamient­o de la biblioteca virtual, el acceso a los documentos será completame­nte libre. Un paso más, dice Michael Evans, para responder preguntas nunca antes resueltas sobre el impacto y la responsabi­lidad de Estados Unidos en la guerra colombiana.

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Comisión de la Verdad llegó a varias conclusion­es que tienen que ver con el papel de Estados Unidos en el conflicto. Una de ellas es el fracaso de la lucha antidrogas.

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