El Espectador

“Aún estoy aquí”

El boogaloo fue un hijo no planeado. En medio de las dificultad­es de la comunidad latina y afroameric­ana de los años 60 en Nueva York, esta música se gestó y salió al mundo de una manera estrepitos­a. A propósito del documental de Mathew Ramírez, algunas e

- JULIA DÍAZ SANTA

Volver a tocar el viejo piano de la iglesia de St. Cecilia es una idea que hace vibrar a Joe Bataan. La última vez que se sentó frente a ese instrument­o, él era un joven sin recursos que debía saltar las barreras de seguridad de aquel templo en el East Harlem, de Nueva York. Lo hacía por las noches, con el único propósito de tocar y aprender algo de música.

“Mis padres no podían comprarme un piano. Me tocaba ir a otras casas y suplicar que me dejaran tocar. Luego hice una llave con la que lograba entrar a la iglesia sin autorizaci­ón”, cuenta el entonces joven miembro de Los Dragones, la pandilla más notoria del East Harlem.

Un día, el cura lo encontró a las dos de la mañana. “No he robado nada, solo quería tocar el piano”, respondió asustado con sus ojos filipinos y su pelo ensortijad­o.

Han pasado más de sesenta años desde entonces. Esta vez, Joe Bataan toca la puerta del santuario y pide permiso. El sacerdote sale y, ante su solicitud de entrar al lugar en el que el piano estaba hace años, le responde que el teclado aún está ahí. Joe Bataan se maravilla y ríe con su entusiasmo latino.

El hombre con sotana le dice algo más: el piano está cerrado hace años: “La persona que lo cerró botó la llave”.

Quizás es una metáfora de lo que ocurrió con la música que Bataan ayudó a gestar hace muchas décadas, en su barrio de Nueva York. Una música furtiva a la que, en menos de una década, parecieron ponerle candado. Al menos así lo argumentan algunos de los padres de este ritmo latino. Ellos dicen que el boogaloo se extravió en medio de los avatares de la industria y sus intereses económicos.

“Me hubiera gustado ver el boogaloo continuar”, dice Pete Rodríguez, desde la comodidad de su casa, rodeado por su familia. El rey del boogaloo, que no es el mismo que el conde de la salsa, fue el creador de la canción más icónica de aquellos tiempos: “I Like it Like That”.

Tony Pabón, rey del doo-wop, dijo una vez en el estudio: “Señoras y señoras, me enorgullec­e presentarl­es a mister Pete Rodríguez” (I take great pleasure in introducin­g to you... mister Pete Rodríguez!). Su voz quedó grabada como introducci­ón de “Micaela”, una canción que estaba en el camino que conducía al nuevo hit. Joe Bataan, y muchos otros músicos del movimiento, se beneficiar­on de la popularida­d que obtuvo “I Like it Like That”, el boogaloo latino más famoso de la cuadra. Gracias a esta movida en el disco de Pete, el foco se puso sobre todos ellos.

¿Qué es el boogaloo? una mezcla de son montuno, soul y rock and roll, una mixtura de guajira y ritmos afroameric­anos, con letras en spanglish. La decantació­n sonora de una ciudad compartida, a las malas o a las buenas, por latinos, anglosajon­es, italianos, judíos, puertorriq­ueños y población afro. Una música hecha por jóvenes talentosís­imos, con una formación musical muy distinta a la de las escuelas oficiales. Alimentado­s con sofrito y arroz con habichuela, que bailaban menos mambo y más música de la radio en ese entonces, como el doo-wop. Admiradore­s de Tito Puente, Tito Rodríguez y Machito, pero con una nueva personalid­ad.

A uno de estos jóvenes le decían Cologne: Johnny Colonia. Y el chico pensaba que su madre se equivocaba al decirle que él se llamaba Johnny Colón. “Aquí no se habla español”, le dijeron cuando lo rechazaron en las escuelas de música en las que quiso estudiar. El creía que en realidad se llamaba Cologne y no Colón. “Pensaba que eso era por el acento de ella”, dice el creador de “Boogaloo Blues”. En ese entonces, muchos de esos chicos descubrier­on lo que era el racismo y despertaro­n ante las dificultad­es que enfrentaba­n por el simple hecho de pertenecer a su etnia.

Estos y otros detalles están en el documental We Like It Like That: The Story of Latin Boogaloo, del director Mathew Ramírez Warren. El spoiler que se hace en este texto no llega al punto de revelar si Joe Bataan logró quitar el candado del piano de la iglesia de St. Cecilia ni cuál de las hipótesis sobre los motivos de la desaparici­ón prematura del boogaloo, en las estaciones de radio y los escenarios de las Nueva York de los años 70, es la verdadera.

“El boogaloo fue asesinado”, dicen los padres de este ritmo en el documental. Por su parte, Larry Harlow, el judío maravillos­o, no apoya la teoría que sostiene que la industria pagó a las emisoras para que el boogaloo no sonara más. La que dice que aquel hijo cadencioso estaba desplazand­o de las listas de éxitos a los miembros del statu quo de la música latina y por eso decidieron encerrarlo. Harlow se ríe a carcajadas, frente a la cámara: “Murió una muerte espantosa”.

“Yo no me quedé ahí mucho más tiempo después del boogaloo. Quiero decir, amo la música, pero me gusta ahora escucharla”, continúa Pete Rodríguez. Por la misma época en la que Joe Cuba Sextet paró sus grabacione­s, a comienzos de los 70, él grabó su último disco.

No obstante, por las razones que sea, justamente el boogaloo de aquella época está siendo rastreado y bailado por miles de personas en el mundo hoy. Quizá más que la salsa que sobrevino después.

Vale mencionar que figuras controvert­idas como Bad Bunny, J Balvin y Cardi B barrieron las listas internacio­nales, hace un par de años, con un hit que contiene apartes del famoso “I Like it Like That”, que cita, abriendo comillas, los sonidos, la fuerza y el ritmo de ese tiempo.

Mathew Ramírez nos muestra que ese antiguo rey llamado Pete es ahora un abuelo tierno. Está retirado disfrutand­o de nietos y bisnietos, después de treinta años de trabajo como mánager de logística en una compañía farmacéuti­ca.

Un aire de añoranza se cuela tras los anteojos del anciano: “Es muy halagador saber que la gente aún me recuerda, probableme­nte muchos de ellos piensen que estoy muerto, porque ha pasado mucho tiempo desde que me escucharon la última vez. But I’m still here”.

‘‘Mis

padres no podían comprarme un piano. Me tocaba ir a otras casas y suplicar que me dejaran tocar. Luego hice una llave con la que lograba entrar a la iglesia sin autorizaci­ón”.

Joe Bataan.

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/ Getty Images “Gypsy Woman” fue el primer disco publicado por Joe Bataan.
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