El Espectador

El perdón donde empezó la guerra en Chocó

En la subregión chocoana del Bajo Atrato, por donde llegó la guerra al Pacífico colombiano, la Comisión de la Verdad propició un acto donde jefes de la antigua guerrilla aceptaron su responsabi­lidad en los daños al territorio.

- CAMILO ALZATE GONZÁLEZ calzate@elespectad­or.com @camilagros­o

El 30 de agosto de 1988, cinco milicianos de las Farc vestidos de civil llegaron hasta la vivienda de Fidel Angulo Cortés el Cachi, en un pueblo aguas arriba del río Salaquí llamado Riociego.

El Cachi era un campesino, líder comunitari­o y además concejal por el Partido Unión Patriótica en el municipio de Riosucio, en el norte de Chocó.

“Llegaron con mentiras y se lo llevaron de la casa, que el comandante lo necesitaba para una reunión, él salió con ellos”, recuerda José Ángel Palomeque, su hijastro. “Él me dijo: ‘Esto no me convence, no me parece, pero bueno, vamos pa delante a ver’”.

Fidel Angulo no volvió esa noche a su casa, fue el hijastro José Ángel quien salió a buscarlo y averiguar qué era lo que había pasado. Para describir ese instante que ocurrió hace ya tres décadas, José Ángel Palomeque emplea dos veces la misma palabra: “Terrible, terrible. Me tocó encontrarl­o entre las montañas, lo encontré solo, al bajar a una quebrada”.

El cuerpo había sido arrojado al borde del camino y tenía un brazo tirado hacia la espalda, mientras en el otro se advertía empuñada la peinilla, como si en un último arrebato Fidel Angulo hubiera intentado defenderse forcejeand­o con los guerriller­os que lo ejecutaron.

“Iba solo en el camino entre las montañas, buscándolo, y lo encontré tirado en el suelo, con las manos atrás”, detalla José Ángel, y prosigue: “Me regresé a la comunidad a buscar gente y lo sacamos al pueblo. Como era concejal, tocó hacer necropsia, papelería y avanzar en la sepultura”.

El asesinato de Fidel Angulo Cortés es uno de los múltiples casos de violencia contra las comunidade­s étnicas del Bajo Atrato chocoano atribuidos a la extinta guerrilla de las Farc, casos que fueron examinados durante 13 meses por pobladores y excombatie­ntes, en un trabajo liderado por la Comisión de la Verdad.

El propósito era propiciar los encuentros para que entre la gente y los antiguos guerriller­os pudiera lograrse el esclarecim­iento de una verdad que ha sido esquiva a las comunidade­s y, sobre todo, generar un espacio en el que antiguos mandos y excombatie­ntes reconocier­an sus responsabi­lidades en los crímenes y afectacion­es contra los pueblos afrocolomb­ianos e indígenas de la cuenca baja del río Atrato.

El evento final, que tuvo lugar después de múltiples encuentros privados, se realizó en Apartadó (Antioquia) el 23 de junio con apoyo de la Comisión de la Verdad y el Centro de Investigac­ión y Educación Popular (Cinep). Fue el último acto de reconocimi­ento de responsabi­lidades realizado por la Comisión de la Verdad, apenas pocos días antes de la entrega de su Informe Final el pasado 28 de junio.

Allí asistieron medio centenar de representa­ntes de los resguardos indígenas y consejos comunitari­os de la región, y la comisionad­a indígena Patricia Tobón Yagarí, quien se declaró “afortunada” de presenciar un diálogo que se dio “por voluntad de las partes”. También hubo presencia de miembros de la sociedad civil y las organizaci­ones sociales de la zona, así como la asistencia de antiguos mandos y excombatie­ntes de las Farc que operaron en esos territorio­s.

“¿Por qué volver?”, se preguntaba Adith Bonilla durante el evento, y ella misma ofrecía la respuesta: “Porque acá empezó la guerra”. Bonilla es una funcionari­a que ha pasado por varias dependenci­as oficiales y acompañó a estas comunidade­s en la víspera del nuevo milenio, cuando luchaban por conseguir los títulos de propiedad de sus territorio­s, mientras de forma paralela se desarrolla­ba la invasión paramilita­r desde el Urabá hacia el río Atrato, cuya punta de lanza fue la Operación Génesis en 1997, una ofensiva conjunta de las Fuerzas Armadas con los paramilita­res para desalojar a las Farc del río y sus afluentes, que se habían convertido en su fortín y retaguardi­a. “El conflicto no ha parado un minuto”, sentenció Bonilla.

La subregión chocoana del Bajo Atrato, compuesta por los municipios de Unguía, Acandí, Riosucio y Carmen del Darién, se

‘‘Las

Farc impulsaron la deforestac­ión con la siembra de la marihuana y utilizaron a nuestra población como mulas”.

Fidel Cheucarama, líder indígena

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/ Marcela Villano - Comisión de la Verdad Jóverman Sánchez, “Manteco”, antiguo comandante de las Farc, abraza a la indígena Delia Casama.
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