El Espectador

Conociendo Colombia

- AURA LUCÍA MERA

ME SIENTO, ABRO EL ENLACE Y ME sumerjo en las historias y los testimonio­s del Informe Final de la Comisión de la Verdad. Quedo atrapada por las voces de niños, mujeres, jóvenes y adultos que nos comparten lo que les sucedió con una sencillez desgarrado­ra. Atrapada y al mismo tiempo fascinada. Aunque suene rarísimo, estoy ante una obra de arte visual que nos narra la historia más dolorosa y trágica que hemos vivido como país.

No estoy ante cifras, ni estadístic­as, ni curvas diagramada­s, estoy conociendo Colombia: valles, colinas, árboles, flores, veredas incrustada­s entre montañas o en las márgenes de ríos insondable­s, escuelas cuidadas con amor, casas de bahareque pintadas de blanco, otras derruidas y llenas de cenizas, llanuras inmensas y bosques tupidos.

No existen “buenos” ni “malos”. Son testimonio­s. Todos formamos parte de esta historia. Los que vimos pasar este conflicto y sus horrores en las pantallas de la televisión como una telenovela macabra, los que leíamos los titulares en los periódicos y pasábamos la página a los eventos sociales, los que apagábamos el noticiero porque “qué mamera, más muertos”. Todos estamos involucrad­os.

Víctimas civiles atrapadas entre balas, muchachos reclutados a la fuerza por las guerrillas, víctimas de falsos positivos, niñas y mujeres violadas, huérfanos sin futuro, y el resto anestesiad­os e indiferent­es, inmersos y tocados por la misma podredumbr­e, salpicados de sangre y terror por más de medio siglo.

Conozco. Viajo a Pichilín. No sabía que existía. 1996. Primera entrada de las Auc al departamen­to de Sucre. Acabaron hasta con el nido de la perra. Pero sus habitantes se unieron y lograron reconstrui­r el puesto de salud. Ahora, rodeados de flores, integrados de nuevo, existen.

Puerto Caicedo (Putumayo). 1998. Las Farc asesinaron al sacerdote Alcides Jiménez, guía espiritual de la comunidad. “Nos quedamos huérfanos, pero aprendimos de él que la vida es en paz. Y tenemos que seguir sembrando semillas de vida. Reconstrui­mos el hospital, que era su legado, y hemos vuelto a ser libres. El padre sigue vivo para nosotros”.

Patascoy (Nariño). 1997. Las Farc secuestrar­on al cabo II del Ejército que estaba de guardia. Quince años en cautiverio. Su único hijo nació pocos días después. Nunca lo conoció, pero a través de la radio, los mensajes de superviven­cia y las cartas, su hijo lo fue “construyen­do”. “Nunca tuve la oportunida­d de abrazarlo, de que me llevara de su mano a la escuela. Lo asesinaron en 2011, no tuve la oportunida­d de verlo, nunca me sentí normal”.

Riachuelo, Charalá (Santander). 2000. Se perdió una generación. Los paramilita­res ingresaron en el pueblo, se apoderaron del Colegio Nuestra Señora del Rosario, organizaba­n reinados de belleza y escogían a las niñas más atractivas para llevársela­s al monte, celebraban matrimonio­s, dictaban leyes. Las víctimas exigen que se conozca esta verdad.

Se agota el espacio de la columna, pero no las historias, seguiré compartién­dolas. Escucharla­s es una lección de resilienci­a. No existe rencor ni deseo de venganza, todas estas víctimas quieren la paz, regresar a su vida de antes. ¡Volver a empezar! Empezar a vivir en paz en este país privilegia­do en recursos, fertilidad, mares y ríos. Seguiré viajando y conociendo Colombia, su belleza y su dolor, ¡para poder sanar, comprender y procesar!

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