El Espectador

Llevándose los retrovisor­es

- GONZALO HERNÁNDEZ

FUI CONSULTADO RECIENTEME­NTE por El País (América) sobre las proyeccion­es de crecimient­o que hizo la OCDE para Colombia. Las califiqué como positivas, pero pasajeras y frágiles.

El Gobierno resalta, con el triunfalis­mo al que ya nos acostumbró, que la economía crecerá 6,1 % en 2022, olvidando con convenienc­ia el ángulo menos optimista: en 2023 la tasa de crecimient­o solo llegaría al 2 %. No se superaría el crecimient­o de 2019 (3,2 %).

Ojalá que el Gobierno y su partido recuerden que su legado económico va por lo menos hasta el 2023, ¿no?

La dinámica que estamos observando no es sorprenden­te. Continúa el proceso de ajuste después de la recesión de 2020 —cuando el PIB cayó 7 %—. Se suman, por supuesto, las nuevas amenazas de desacelera­ción del comercio global.

Teniendo claro que el desempleo en Colombia ha sido permanente­mente alto, acompañado siempre por una fuerte informalid­ad, apenas hoy estamos regresando a la tasa de desempleo de 2019. Volvemos a un 10 %, que no puede ser visto como un éxito del mercado laboral.

Desde temprano comenté que el rebote de la economía no era lo mismo que una reactivaci­ón económica y que la agotante grandilocu­encia del Gobierno no era ni fundamenta­da ni útil para identifica­r el inmenso desafío que el país tenía en frente. En esa misma línea recuerdo el editorial de El Espectador que acertaba al afirmar que “el rebote económico no basta para atacar la pobreza”.

Hay que seguir insistiend­o en que solo una política de reactivaci­ón con mayor intensidad en la recuperaci­ón del empleo formal puede acelerar el recorte de la pobreza y la desigualda­d. Eso es lo verdaderam­ente importante.

La estrategia cuesta. Por eso la prioridad de una nueva reforma tributaria, que debe contar con una necesaria legitimida­d social y política basada en la progresivi­dad de los impuestos y en un uso eficiente y transparen­te de los recursos públicos.

El reto es grande. La fragilidad del contexto macroeconó­mico del país se evidencia además en otros dos factores: 1) La inflación alta, que tiene a los colombiano­s pagando con la disminució­n del poder adquisitiv­o de sus ingresos y al Banco de la República “apretando el freno de mano”, subiendo la tasa de interés de intervenci­ón —con el riesgo de que aumentos agresivos pongan a patinar la economía—. 2) El deterioro de la cuenta corriente. La OCDE anticipa un déficit de cuenta corriente del 6 % del PIB en 2023 —mayor al de 2019 (4,6 %)—. Persiste así la presión de una devaluació­n cambiaria como mecanismo de ajuste. Esa devaluació­n hace a su vez más costosos los bienes importados, entre ellos muchos insumos agrícolas y alimentos.

Aunque la solución de mediano y largo plazo debe estar en una estrategia de desarrollo productivo para incrementa­r la competitiv­idad exportador­a, por ahora lo único que atenúa el déficit en cuenta corriente es el precio del petróleo por encima de los US$100 por barril. Más importante que nunca, por lo tanto, tener una absoluta claridad sobre la política petrolera y sus efectos sobre la balanza de pagos y las finanzas públicas.

Nada sencillo el rompecabez­as económico. El Gobierno Petro asumirá sus respectiva­s responsabi­lidades y tendrá que mostrar los avances que prometió en campaña. Que el saliente, sin embargo, no desvalije el análisis, llevándose los espejos retrovisor­es, vendiéndol­e al país la idea de que deja una economía con pleno vigor.

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