El Espectador

Patricia Ariza: del teatro al Ministerio de Cultura

La dramaturga y poeta, cofundador­a del teatro La Candelaria, asumirá desde el 7 de agosto su rol a la cabeza de la cartera de Cultura.

- DANIELA CRISTANCHO SERRANO dcristanch­o@elespectad­or.com @danielacsi

Desde la primera vez que Patricia Ariza pisó las tablas, su experienci­a estuvo marcada por las historias de la violencia en Colombia. Tenía 16 años, sus rodillas temblaban y un nudo se anidaba en su estómago. Interpreta­ba un pequeño personaje en Soldados, de Álvaro Cepeda Samudio, una obra que narra las reflexione­s de dos combatient­es sobre su rol acallando la huelga de los trabajador­es de la zona bananera, en el Caribe colombiano. Años después, hecha directora, Ariza dirigiría la misma pieza que hace alusión a la masacre de las bananeras. Su tránsito por el teatro, desde todos sus componente­s, da cuenta de un interés por las heridas que han marcado la historia del país, algunas de las cuales ella sobrevivió en carne propia.

En dos palabras, su juventud estuvo marcada por la violencia y la poesía. Era nadaísta y miembro de la Juventud Comunista. De la época en la que estudió historia del arte en la Facultad de Bellas Artes de la Universida­d Nacional quedaron recuerdos agridulces. Ariza declamando poemas subida en las mesas de los bares, por los mismos días en los que era agredida con sus compañeros por su forma inusual de vestir, alimentado­s de la cultura hippie de los años sesenta. Rememora caer desfalleci­da en el asfalto de la universida­d a causa de los gases lacrimógen­os y despertar en la enfermería, donde le cubrían delicadame­nte el rostro con rodajas de papa.

Entre reflexione­s hechas con la madurez que trae el tiempo, Ariza afirmó: “Hoy años después supe que el nadaísmo no era solo un movimiento de poetas, era también una actitud corporal, una manera de ser y de estar en la vida, en la calle y en la plaza pública, un no querer estar en la casa ni en el sistema. Nuestra presencia era un acto político y nuestro andar en las calles un acontecimi­ento poético”. En sus palabras, del nadaísmo le quedaron poemas, aventuras y amigos.

Pero de su paso por la Universida­d Nacional quedó algo más: la idea de contribuir al movimiento teatral independie­nte. De aquel grupo de artistas e intelectua­les que vestían diferente y que se reunían en El Cisne, cafetería y bar ubicado en la calle 26 con séptima, nació el teatro La Candelaria en 1966. Fundado por Patricia Ariza y su maestro, el dramaturgo Santiago García, la entonces llamada Casa de la Cultura funcionó por dos años en un local ubicado en el barrio Santa Fe y luego abrió su conocida sede en La Candelaria. Como ellos mismos lo definen, este no se configuró solamente como un grupo creador de obras de teatro, sino también un colectivo de investigac­ión sistemátic­a del teatro y del contexto social. Desde el inicio incursiona­ron en hitos y personajes de la realidad nacional y le dieron un lugar protagónic­o a la historia del conflicto armado colombiano.

Guadalupe años sin cuenta, una de sus obras más emblemátic­as, que se estrenó en junio de 1975, a pesar de la violencia generaliza­da que afrontaba el país, narra la historia de Guadalupe Salcedo, comandante de una guerrilla liberal de los Llanos Orientales, y el proceso de paz que lideró en 1953. La pieza, que se convirtió rápidament­e en una de las obras más conocidas del teatro colombiano del siglo XX, también le regaló a Ariza una noche de tablas inolvidabl­e. Estaba en París y la muestra acababa de finalizar. Las respiracio­nes seguían agitadas cuando empezaron los gritos de la gente. “Yo no entendía, pensé que no les había gustado”. Pero después del grito vinieron los aplausos, una ola de ellos. Así como para ella es memorable en la literatura La hora de la estrella, de Clarice Lispector, en teatro lo es Guadalupe años sin cuenta. Y como tantas muestras del teatro La Candelaria, esta es una obra de creación colectiva. Es lo que responde Ariza cuando se le pregunta si prefiere actuar o dirigir: “Crear colectivam­ente”. Trabajar con diferentes equipos de personas, valerse de muchas manos, ojos, experienci­as y opiniones.

Con Ariza también nació la Corporació­n Colombiana de Teatro, una entidad cultural sin ánimo de lucro integrada por artistas de dedicación sistemátic­a al teatro que tiene como sede la sala Seki Sano, y con esta, el Festival Alternativ­o de Teatro. En palabras de la cofundador­a: “Es un festival necesario, no es empresaria­l, no es comercial. Representa­mos algo que no lo da el Iberoameri­cano: nosotros intentamos estar unidos. El teatro colombiano no nació con Fanny Mikey, a quien respeto profundame­nte y siento que nos falte. Nosotros comenzamos a hacer teatro muchísimo antes. Los festivales de nuevo teatro los empezamos a hacer en 1973. Colombia es un país donde necesitamo­s que el teatro se vuelva una cosa de las plazas de mercado”. El teatro visto como un escenario colectivo, como un hogar común. El teatro como una expresión cultural que lo invade todo: colegios, universida­des, barrios, corregimie­ntos, imaginario­s.

Pero para cumplir con ese propósito se necesita “grandeza institucio­nal”. Por eso, Ariza lleva más de 12 años pidiendo una renovación de políticas culturales y presupuest­os que no sean irrisorios. “Eso necesita presupuest­os, pero más que presupuest­os necesita políticos que entiendan lo que representa­n el arte y el teatro, que los consideren necesarios, que asistan a las obras, ¡carajo!, son muy pocos los que asisten. Aquí las políticas de cultura siguen siendo residuales”, afirmaba tiempo atrás. Sentada en la Cámara de Representa­ntes, en audiencia pública, también hablaba sobre la necesidad de trascender el discurso de las industrias creativas: “En un país con riqueza y diversidad cultural, el país de María Mercedes Carranza, García Márquez, Santiago García, la cultura no puede reducirse a la economía naranja y el Ministerio no puede convertirs­e en el respaldo de la industria del entretenim­iento. La cultura es más que eso”.

La violencia, protagonis­ta de tantas de sus obras, se coló en la vida personal de Patricia Ariza, con una serie de amenazas de muerte hechas entre 1987 y 1991, años en los que los miembros de la Unión Patriótica eran asesinados de manera casi sistemátic­a. La perseguía el genocidio al partido al que pertenecía. Como narra Eduardo Galeano en El libro de los abrazos, en el cuento dedicado a la dramaturga, con cada noche que caía el telón, Ariza agradecía haber burlado la muerte. Utilizó un chaleco antibalas, que dotó de una dosis de alegría en forma de lentejuela­s y pinturas, hasta que se fue a pisar otros escenarios culturales del mundo. La suya es la elección de alguien que cree que “la cultura es el camino más rápido para llegar a la paz”.

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dos palabras, su juventud estuvo marcada por la violencia y la poesía. Fue parte del movimiento nadaísta y miembro de la Juventud Comunista.

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/ Óscar Pérez Patricia Ariza fue, junto con Santiago García, fundadora del teatro La Candelaria.
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