País animal
UNA MUJER PUBLICA EN REDES UNA imagen de un perro que encontró en una playa de la costa; está lastimado y con enfermedades. Horas después, alguien en Bogotá pide ayuda para que las autoridades vayan a revisar a una mascota que lleva días enteros bajo un cielo volátil de agua y sol. En Medellín, un grupo de voluntarios busca alimento para sus animales rescatados.
Todas estas historias se repiten todos los días, todas las semanas. En redes y fuera de ellas. Para quienes crecimos en familias en las que ayudar animales ha sido parte de las historias y rutinas, el hecho, aunque parece natural, también preocupa, porque a ratos se siente en aumento. Personas que se dedican a esto, por vocación, desde hace décadas, responden: “Estamos desbordados (con los rescates); no damos abasto”.
Lo que sucede con los animales de la calle es resultado de una falta de políticas públicas y una ausencia de educación sobre ellos y su condición. También se trata de una falta de sensibilidad colectiva: ¿es posible seguir el camino, como si nada, cuando hay un animal herido o con síntomas evidentes de sufrimiento? ¿Por qué, para algunos, es tan natural maltratar o tirar un animal a la calle después de tener algunos desafíos de convivencia con él? ¿Estamos listos para vivir junto a los animales? ¿Qué tanto sabemos sobre ellos y qué tanto queremos entenderlos para vivir en armonía?
Más allá de las opiniones individuales y las anécdotas, tenemos una realidad: una cantidad de personas y voluntarios que trabajan de forma individual y, en gran parte de los casos, sin el apoyo del Estado o la empresa privada, y sin coordinación entre ellos.
En el mapa de la protección animal suenan nombres como la senadora Andrea Padilla y un par de fundaciones y voluntarios en el país que pagan gastos veterinarios con recursos propios o con los reunidos a través de redes sociales o de plataformas como Vaki. La mayoría de organizaciones trabaja sin apoyo de empresas o de una red que permita sumar esfuerzos.
Al analizar el plan de gobierno de Gustavo
Petro, nuestro presidente electo, hay algunos compromisos que permiten pensar en avances futuros: “crear una institucionalidad que asuma la implementación de la política pública nacional de protección y bienestar de los animales domésticos y silvestres, y destinar los recursos económicos, jurídicos, humanos e institucionales suficientes para su correcta puesta en marcha”. Ojalá suceda.
Líderes como Mahatma Gandhi y Arthur Schopenhauer dijeron, en el pasado, que la grandeza de una nación se puede ver en la forma como trata a sus animales. Que la llegada de un gobierno nuevo y el hastío de ver tanto nos sirvan para empezar un camino distinto: uno en el que cada ser pueda vivir junto a las personas, en armonía, y que nos permita ser un país animal, en el buen sentido: uno que también cuida a los seres sin voz ni capacidad de valerse por sí mismos.
Una ayuda: hace unos días comencé a construir una base de datos con todas las organizaciones y los voluntarios que trabajan por la protección animal, en Colombia. Si conocen algunos que quieran ser incluidos, pueden escribirme a adrihcooper@gmail.com.