El Espectador

El miedo a ser: así violentaro­n a las personas LGBTIQ+

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Eliécer quería ser bailarín desde que era niño en Colosó (Sucre), pero la entonces guerrilla de las Farc le arrebató el sueño cuando le pegaron un tiro en la cara, por ser gay. A Teresa las Autodefens­as Unidas de Colombia (Auc) tampoco la dejaron ser ni amar a otra mujer, y para lograrlo la escupieron y la golpearon en su casa en Timbío (Cauca), mientras le gritaban “cochina” por ser lesbiana. Tuvo que desplazars­e y abandonar la idea de envejecer en su finca. Alberto sufrió también en Cúcuta por ser homosexual, pero a manos de unos soldados que lo violaron durante veinte minutos.

Estos testimonio­s están consignado­s en el informe que revela la Comisión de la Verdad sobre lo que pasó durante el conflicto armado en Colombia con las personas LGBTIQ+, quienes fueron perseguida­s por todos los actores armados, legales e ilegales, ya que las considerab­an “indeseable­s” por su orientació­n sexual o identidad de género. Estas experienci­as constituye­ron graves violacione­s a los derechos humanos y al derecho internacio­nal humanitari­o; y las víctimas las sufrieron, en su mayoría, en la infancia, adolescenc­ia o juventud. Cientos de sueños truncados.

Las personas LGBTIQ+ fueron señaladas de “pecadoras”, “enfermas”

y “criminales” durante la guerra, que no se inventó la discrimina­ción contra ellas, pero sí develó y afianzó la exclusión histórica y los prejuicios que ya estaban arraigados en la sociedad. Un hallazgo que reitera lo dicho en la última década por investigac­iones del Centro Nacional de Memoria Histórica. Por el hecho de ser, estar, habitar y mostrar su diversidad, las personas fueron echadas a las calles, desterrada­s de sus hogares o sometidas a tratos crueles. Caminar de la mano con la pareja o besarse en un parque fueron actos vetados.

Guerrillas, paramilita­res y fuerza pública, cada grupo con un patrón particular, persiguier­on a las personas LGBTIQ+. Las insurgenci­as fueron las que más esclavizar­on sin fines sexuales o trabajos forzados, reclutamie­ntos y secuestros. En cambio, los paramilita­res son responsabl­es de la mayoría de los exilios, las violencias sexuales, las torturas, los homicidios, las amenazas y los desplazami­entos forzados. Mientras que la fuerza pública cometió la mayoría de las detencione­s arbitraria­s.

Esta violencia prejuicios­a ha tenido efectos devastador­es, entre los que se encuentran traumas, crisis y duelos inacabados. Guillermo, de 68 años, tiene depresión y esquizofre­nia, tras ser víctima de las Farc. Los efectos psicosocia­les indican que las víctimas LGBTIQ+ viven con un temor constante a ser violentada­s otra vez. “Aunque ya muchas padecían desde antes el miedo a ser, estar y visibiliza­r sus cuerpos e identidade­s, esto se volvió crónico y cotidiano”, se lee en el Informe de la Comisión.

Lla Comisión concluye que las violencias contra las personas LGBTIQ+ en la guerra no fueron aleatorias ni aisladas, “pues se constató que los combatient­es las selecciona­ron porque eran considerad­as indeseable­s”. Las personas LGBTIQ+, sin embargo, han resistido desde el arte, los vínculos afectivos y la organizaci­ón social. Salieron del clóset, se convirtier­on en madres y padres, y ahora cuentan lo que callaron para no morir.

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