El Espectador

La paz funcionó —hasta donde pudo—

- FRANCISCO GUTIÉRREZ SANÍN

EL GOBIERNO SALIENTE PUSO EL mejor de sus empeños en hacer trizas un Acuerdo de Paz que ya había sufrido severas distorsion­es y daños. Sin embargo, parte de lo que construyó —allí donde tuvo condicione­s mínimament­e favorables— funcionó bien y le dejó importante­s réditos al país. Toda esta ordalía deja lecciones simples e importante­s, que vale la pena asimilar.

El mejor ejemplo de lo que sí ha funcionado es la institucio­nalidad de la verdad y la justicia transicion­al (punto 5). Ella contó con garantías internacio­nales fuertes —incluso desde el Consejo de Seguridad de la ONU—. A la vez, los colombiano­s teníamos significat­ivas capacidade­s en este particular (una impresiona­nte tradición jurídica, experienci­as previas en evaluación de ciclos de violencia, etc.). Por eso, no sorprende pero sí emociona verla produciend­o resultados. La sesión en la que la cúpula de las Farc reconoció y dio detalles sobre la dinámica criminal del secuestro ante la JEP y las víctimas fue a la vez estremeced­ora y pedagógica. Los que habían dicho que ese tribunal había sido hecho a la medida de la guerrilla callaron.

En este mismo período vertiginos­o también presentó ante el país su Informe Final la Comisión de la Verdad. Creo que la labor de la Comisión se tiene que evaluar en al menos cuatro dimensione­s relacionad­as pero diferentes. La primera es la moral: la de poner al país frente a sus propios horrores. No creo que contemos con nadie mejor que el padre De Roux para encabezar esa operación. Era importantí­simo, tocaba hacerse y se hizo de manera poderosa y conmovedor­a. La segunda es la de establecer a grandes rasgos conclusion­es sobre nuestro conflicto que pudieran convertirs­e en referencia para el debate público, las víctimas y los investigad­ores. Para poner un ejemplo, la Comisión hizo una cuantifica­ción usando herramient­as de punta de “quién le hizo qué a quién”, para usar el título del libro de Patrick Ball que ya es referencia obligada en este terreno. Además, contribuye con documentac­ión masiva pública, ya en sí un avance significat­ivo. La tercera es la de desarrolla­r narrativas apoyadas en esos grandes rasgos y en evidencia adicional. La cuarta es la de proveer recomendac­iones. Estas últimas dos dimensione­s estarán, inevitable­mente, sometidas a controvers­ias —como cualquier producción académica—. Que esto sea así no la disminuye.

¿Cuando a la Comisión se le critica amargament­e su sesgo qué se está denunciand­o? ¿Que haya dicho que los paramilita­res tenían densos y múltiples vínculos con el Estado? Era fundamenta­l que lo hubiera dicho, porque ya todo el que había estudiado el tema lo sabía. Hay que pensar en el significad­o de las palabras en cada contexto. ¿Es posible emitir un juicio “no sesgado” sobre, digamos, los paramilita­res? Las tonterías proferidas por Duque y su equipo (Barbosa, etc.) son en este particular bastante irritantes. Pero eso no debe hacernos olvidar que es un tema muy complejo. ¿Alguien se animará a plantear o a hacer un buen debate sobre él?

Ahora hagan el contraste entre esta riqueza y la situación con respecto del tema agrario. Aquí no sólo estamos estancados en lo principal (acceso a tierra), sino que ha habido retrocesos brutales (retorno del glifosato). Déjenme sacarme un clavo: cada vez que decía eso, salía alguien con la mirada iluminada a contestarm­e que estaban los PDET. Entiendo: hubo gente que se reventó el alma en los territorio­s impulsándo­los. Pero nunca fueron la gran solución ni se condujeron particular­mente bien y terminaron siendo cooptados (como lo preví en mi libro sobre el nuevo ciclo de violencia) por la politiquer­ía y el megaescánd­alo de corrupción del OCAD con el que se despide esta administra­ción.

Ahora estamos finalmente en posición de avanzar aquí y para ello es importante entender lo que logró funcionar, a pesar de todo.

@JuanCarBot­ero

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