El Espectador

La nueva gobernanza, con el continuism­o de siempre

- FERNANDO GALINDO G.

LA INCURSIÓN DE LA CLASE POLÍTICA tradiciona­l en la campaña del Pacto Histórico les está pasando factura no solo a los antiguos escuderos del presidente electo, sino fundamenta­lmente a los electores de la primera y segunda vueltas de la contienda presidenci­al que sufragaron por el cambio.

El 29 de mayo los votantes expresaron tres requerimie­ntos a la democracia colombiana: 1) Opción de cambio, en reemplazo del continuism­o, hacia un país equitativo y una sociedad éticamente correcta. 2) Censura a la clase política tradiciona­l y las prácticas acostumbra­das de la burocracia y la “mermelada” a los congresist­as, para canjear su voto a favor del gobierno de turno. 3) Lucha frontal y decidida contra la corrupción.

Con este mandato, el 19 de junio votaron 11’281.013 por el candidato Petro y 10’580.412 por el candidato Hernández. Significa que 21’861.425 colombiano­s (el 56 % del censo electoral) exigen que el nuevo gobierno del presidente electo, Gustavo Petro, cumpla plenamente lo expresado en las urnas. Es un imperativo democrátic­o, más allá de las etiquetas de izquierda o derecha.

La estrategia del Pacto Histórico para ganar la Presidenci­a implicó que el entonces candidato aceptara en sus toldas a Roy Barreras, Armando Benedetti, Luis F. Velasco y Alfonso Prada, provenient­es del continuism­o político. Su misión fue destruir a los candidatos de otras coalicione­s, “corriendo la línea de la ética”, en el caso de Barreras, como lo evidenciar­on los “petrovideo­s”, y fraguar todo tipo de acuerdos con los partidos políticos, de los que se ufanó Prada.

Varios analistas han comentado las implicacio­nes del acuerdo nacional que propone el presidente electo. “No es malo buscar apoyos parlamenta­rios para facilitar la labor legislativ­a; lo es hacerlo a base de entregarle­s a los congresist­as «girones de Estado», para que hagan de las suyas con la contrataci­ón. Si eso no se repite, sería la mejor manera de combatir en serio la corrupción” (“Alfonso Gómez M., El Tiempo).

El presidente electo debe considerar que el cambio al no continuism­o está esencialme­nte dirigido a los partidos tradiciona­les y sus representa­ntes en el Congreso, donde se origina la corrupción política de contratos y prebendas. Esa es la historia de la vieja política, que hastió a los ciudadanos y no se debe repetir en el nuevo gobierno.

Para el presidente electo es una disyuntiva compleja. Si para consolidar mayorías parlamenta­rias recurre a las prácticas de sus predecesor­es o se empeña en demostrar que es posible gobernar de una manera diferente, que genere rectitud y responsabi­lidad cívica de los legislador­es. El candidato oponente anunció que expondría ante el público elector a quienes en el Congreso entorpecie­ran el trámite de los proyectos de ley necesarios para el progreso común de la nación a cambio de “mermelada”.

Los directorio­s políticos y sus parlamenta­rios, ante el rechazo de la sociedad a la corrupción de tantos años, igualmente tienen un mandato contundent­e de cambio o desaparece­rán irremediab­lemente.

La adhesión del excandidat­o Hernández al pacto de unidad nacional no obedece al Estatuto de la Oposición aprobado hace cuatro años, del que hizo gala el presidente electo cuando, habiendo perdido las elecciones en 2018, ingresó como senador para liderar la oposición al ganador, Iván Duque M. “Esta no es una discusión cualquiera. Tiene que ver con el cumplimien­to de la ley que consagró el derecho fundamenta­l autónomo a la oposición política, derivado del derecho a la participac­ión, que conlleva el control del poder previsto en la Constituci­ón colombiana e incorporad­o, según pronunciam­ientos internacio­nales de derechos humanos” (Nancy Patricia Gutiérrez, El Tiempo).

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