El Espectador

Fiesta, drogas y alcohol, un coctel que desafía las políticas de prohibició­n

Tras la muerte de cuatro jóvenes por presunta ingesta de sustancias psicoactiv­as en fiestas, se reabre el debate sobre el enfoque de las políticas públicas en temas de drogas y alcohol. Académicos hablan del fracaso de la prohibició­n y de la necesidad de

- MIGUEL CASTELLANO­S NICOLÁS ACHURY lcastellan­os@elespectad­or.com nachury@elespectad­or.com

El pasado sábado 2 de julio, la fila para ingresar a Red Room 2, un evento de techno realizado a las afueras de Bogotá, duró al menos una hora y media. “Tengan paciencia, vinieron 1.600 personas, por eso nos estamos demorando”, fue la insistenci­a de los encargados de la logística del lugar. Una vez adentro, coinciden varios asistentes, era difícil respirar. El único espacio por donde entraba aire era la puerta de ingreso. Ese día, Ricardo Rojas, un joven de 26 años, falleció en medio de la fiesta.

Lo que pasó en el Rancho La María, lugar que fue alquilado para el evento, situado en la calle 245, al norte de Bogotá, pudo terminar en una tragedia mayor. Entre la una y las cuatro de la mañana del domingo 3 de julio, según denunciaro­n algunos de los asistentes, en un momento y sin dar aviso cerraron las puertas del sitio y no dejaron salir a nadie del mismo. Además, se acabó el agua potable y se habrían bloqueado los registros del suministro de agua para evitar que los asistentes llenaran las botellas en los baños.

En ese instante la música pasó a segundo plano. Varios grupos de jóvenes se arrinconar­on contra la pared y lo único que pudieron comprar para hidratarse fueron cervezas, a $12.000 cada una. Aunque todavía no existe claridad sobre la causa de la muerte de Ricardo Rojas, se habla de una posible ingesta de drogas, una versión que no ha sido confirmada por Medicina Legal. Sin embargo, más allá de las causas de su deceso, las condicione­s en las que pasó su última noche fueron determinan­tes para el fatal desenlace.

En cualquier caso, Ricardo Rojas constituye el rostro reciente de las víctimas que dejan las fiestas clandestin­as que ganan terreno en el país. Por el afán de operar, los organizado­res evaden controles de las autoridade­s y no brindan espacios seguros a los asistentes. El pasado 21 de mayo, esta vez en el Baum Festival, un evento que contaba con todos los permisos, una joven perdió la vida. De acuerdo con el reporte de la Secretaría de Salud, esa misma noche, otras 13 personas fueron atendidas por diversas afectacion­es originadas en el consumo desmedido de estupefaci­entes.

En agosto de 2021, en un evento ilegal realizado en Itagüí (Antioquia), dos jóvenes de 14 y 15 años falleciero­n por posible intoxicaci­ón a causa del consumo de sustancias psicoactiv­as. Según el Ministerio de Justicia, durante el período de 2013 a 2020 se encontraro­n 28.541 personas que, al momento de su fallecimie­nto, arrojaron resultado positivo de por lo menos una sustancia psicoactiv­a en su cuerpo. El estudio, además, estableció que el alcohol se identificó en mayor número, con 24.723 casos, seguido por la cocaína, con 3.469.

El fracaso de las políticas de prohibició­n

El Informe Mundial de Drogas establece que alrededor de 269 millones de personas, entre los 15 y 64 años, consumiero­n drogas ilícitas en el último año (2021). Además, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc), advierte que medio millón de muertes ocurridas en 2019 se atribuyen al consumo de drogas. Incluso, un estudio del Observator­io de Drogas de Colombia (ODC), sobre ingesta de sustancias psicoactiv­as en población universita­ria, mostró que el 38,7 % de los estudiante­s encuestado­s han consumido drogas ilícitas alguna vez en la vida. El 22,4 % lo hizo en el último año.

Pablo Zuleta, director del área de consumo de drogas, salud pública y educación del Cesed, de la Universida­d de los Andes, asegura que en Colombia “el temor de los gobiernos y los ciudadanos a la despenaliz­ación genera políticas poco flexibles, incluso cuando la evidencia no ha mostrado que disminuir la prohibició­n sea una causa de mayor consumo”. Zuleta explica que en los últimos años cada vez son más los políticos que entienden el prohibicio­nismo como un arma de doble filo que “no permite humanizar el problema ni tratarlo según políticas de salud pública que tengan verdadero impacto positivo”.

Vanesa Morris, coordinado­ra del colectivo Échele cabeza cuando se dé en la cabeza, un proyecto de reducción de riesgos y daños que les brinda informació­n a las personas que consumen sustancias psicoactiv­as, explica que el país lleva años prohibiend­o sustancias psicoactiv­as y que, en realidad, no se ve un impacto positivo con estas medidas. “El consumo aumenta, aparecen nuevas sustancias, nuevos riesgos y esto es culpa de la prohibició­n”.

Morris también resalta que las iniciativa­s como Échele cabeza, que hacen pedagogía sobre el tema, “no promueven el consumo de drogas, como lo hacen ver los prohibicio­nistas, sino que brindan informa

‘‘El

empresario, clandestin­o o no, debe velar por la vida de las personas que está convocando a un evento masivo. Además, es importante destacar que la responsabi­lidad es de todos y todas”.

Yalesa Echeverría, productora de eventos de espectácul­os públicos desde hace 28 años.

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/ Éder Leandro Rodríguez Según un análisis de la Corporació­n Acción Técnica Social (ATS), el año pasado se descubrier­on alrededor de 2.293 nuevas sustancias en el país.

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