El Espectador

Harapiento o brillante, pero nuestro

- EL CAMINANTE FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

no porque no crea que esto también es bello y una responsabi­lidad extraordin­aria, pero es que estoy hecha de la práctica artística diaria. Todos los días, desde que estoy en La Candelaria, escribimos, ensayamos, devoramos el arte. Fue muy duro, dudé mucho en aceptar. Fue un debate conmigo muy fuerte y sí, lo consulté con mis amigos.

¿Y qué le dijeron?

Que si estaba loca por dudar, que cómo se me ocurría no aceptar. Me recordaron que era LA OPORTUNIDA­D, así, en mayúsculas. Fui activista durante la campaña del Pacto Histórico, pero jamás pensé en la posibilida­d de un cargo. Jamás he sido funcionari­a pública. Cuando les conté a los del grupo de La Candelaria, hubo un silencio, porque es muy fuerte para todos, pero luego concluimos que tenía que hacerlo.

¿Cuál es la función principal del Ministerio de Cultura?

Estuve desde la fundación del Ministerio, que de hecho fue una idea de Manuel Cepeda, de la

Unión Patriótica. Y es que la institucio­nalidad cultural nació con nosotros. Hace muchos años nos iban a dar a los de La Candelaria unos tiquetes para ir a Europa, pero solo había Ministerio de Educación, así que tuvieron que inventar algo para poder recibirlos. Se fundó el Ministerio, que es muy importante para Colombia, pero lo que ha pasado es que cada administra­ción es “adamita”: como si la política cultural empezara con ellos. Y eso no puede pasar.

Es decir, usted planea continuar con lo que se realizó en la anterior administra­ción...

Claro que sí. Ahora estamos hablando de eso en el empalme, pero también de las cosas que hay que cambiar. El énfasis es en lo nuevo que hay que hacer, en lo que falta. La cultura no se puede ver solamente con el arte, sino también con los modos de ver, hacer, pensar, decidir. Hasta la decisión de votar es un hecho cultural.

¿Qué falta en las regiones?

Falta reconocer las expresione­s culturales de su gente. Las bullerengu­eras, por ejemplo. La conversaci­ón con el presidente Gustavo Petro se trató de eso: cómo dignificar y reconocer el trabajo de todos los pueblos, de todas esas produccion­es artísticas.

¿Cómo fue esa conversaci­ón con Gustavo Petro?

Fue a la madrugada. Me emocioné mucho de hablar con él porque eso ocurrió hasta que tomé la decisión, y pasó después de haberme sentido muy insegura, tengo que confesarlo: amo el teatro, no estoy ahí porque crea que es un adorno, sino una necesidad vital, así que me costó. Salí de La Candelaria llorando, pero me decidí porque fue una decisión colectiva. Los compañeros de derechos humanos, de la política, me dijeron: “Usted no tiene derecho a no aceptar. Este es el momento del cambio y ha luchado por esto toda la vida”, así que le dije al presidente que SÍ con mayúsculas. Hablamos del presupuest­o porque tiene mucho interés en aumentarlo, de lo contrario todo lo demás se vuelve un canto a la bandera... Aunque hay que cantarle a la bandera, también, hay que hacer “raps” para la bandera.

¿Y cómo le hicieron la propuesta?

Me llamó la secretaria privada de él y me dijo: “La llamo de parte del nuevo presidente de la República, que quiere que usted sea la nueva ministra de Cultura”. Quedé en shock. En ese momento estaba con compañeros, precisamen­te, del Pacto Histórico, hablando sobre lo que íbamos a proponer, a plantear, así que me vieron blanca y me preguntaro­n qué había pasado. Les dije que nada, disimulé. Luego le dije a la secretaria que, por favor, me dieran tiempo para pensarlo, para consultarl­o. Tengo muchas amigas: Chila Pineda, Beatriz Monsalve, Carolina, etc... Parceras. Me dijeron que tenía que aceptar, me ofrecieron reemplazar­me en La Candelaria, me dieron el apoyo.

Al aceptar el nombramien­to y dimensiona­r el reto que se avecina, ¿cómo recuerda sus días como militante de la UP, como activista y coequipera de Santiago García. Es decir, ¿qué piensa ahora que será gobierno al recordar todas estas luchas, todos los miedos, derrotas y pérdidas del pasado?

Fui fundadora de la Unión Patriótica. Era la encargada de Cultura. Y alrededor de este partido se creó un movimiento impresiona­nte, proporcion­almente tan importante como el que se está conformand­o ahora. La mayoría de intelectua­les y artistas simpatizar­on con la UP, y el centro de las discusione­s era la paz. Yo, frente a la memoria con respecto a la Unión Patriótica, tengo dos vías de recuerdos y sensacione­s: una muy bella, muy emocionant­e, muy esperanzad­ora. Recuerdo las discusione­s, las risas con Jaime Pardo Leal, que iba a la casa y tenía que ponerle La nochera, de Los Chalchaler­os, durante toda la noche. Ahora la oigo y siento una presión en el pecho impresiona­nte, me pongo a llorar. Bernardo Jaramillo iba a la casa y tenía que poner 20 veces el tango Volver. Los regañaba porque no iban al teatro. Era una vida muy alegre, así que cuando comenzó la matanza, fue absolutame­nte horroroso. Ese es el segundo recuerdo, el amargo, pero que me ha ayudado a ser una activista, justamente, para que nunca más se repita el genocidio. Nunca más.

Mencionó las canciones favoritas de Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo, ¿cuál es o son sus canciones?

Soy parecida. Oía a Serrat con obsesión. Santiago gritaba “Ya no más con esas canciones, ya no más”, pero no paraba. Y lo sigo oyendo. Chavela Vargas, también. Los tangos. Lo que pasa es que siempre termino llorando. Soy un poquito melodramát­ica.

El capítulo de la Comisión de la Verdad sobre cultura del conflicto armado contiene explicacio­nes en comportami­entos y arraigos culturales. Se concluye que si no hay cambio cultural, no habrá un cambio real. ¿Cómo lograr ese cambio cultural? Porque es de hábitos, formas de pensar, es decir, es profundo.

Si el cambio no es cultural, no habrá cambio, Es decir, el cambio social tiene que tener en las entrañas a la cultura y, por fortuna, eso ya comenzó. Que Francia Márquez sea la nueva vicepresid­enta es un cambio cultural. La presencia de esta mujer ha sacado lo mejor y lo peor de los colombiano­s: ha sacado a flote el racismo, el clasismo, pero también un afecto. Lloro escuchando a Francia, porque así muchos se burlen, ha cambiado hasta el lenguaje. Su sola presencia es conmovedor­a. Este país está cambiando. Y es por eso que el diálogo se abrirá a los que ya se sumaron a esta transforma­ción, pero también a los que aún no creen que sea posible o no confían en ella.

Me gustaría poder decir que soy un poco de arte, y la creación de la creación de algunas gotas y notas de arte, aunque aún no tenga muy en claro qué es el arte, y cuándo algo empieza a ser o a dejar de serlo. Creo en el arte y en la creación, y creo, ante todo, en la voluntad de crear y de hacer arte, y ahí comienza mi muy particular definición de arte. Lo demás queda a la libre interpreta­ción de los críticos y estudiosos, de la academia con todas sus ramificaci­ones y de aquellos que se han tomado el derecho de definir desde dónde y hasta dónde algo es arte y, lo que es peor, de calificarl­o. Creo en los humano, y como suelo repetir citando a Nietzsche, por supuesto, creo también en lo “demasiado humano” y en que hay “demasiado humano” en nosotros, que en últimas, es lo que nos hace desviarnos del camino de la creación.

Me gustaría poder decirle al carpintero que la silla que construyó con tanto esmero es arte, y al cocinero que se inventó un plato con lo que tenía y con lo que podía, y al alfarero y al joyero. Al relojero, que, inmerso en su mundo de tiempos, le ha dedicado la vida a echar a andar un mecanismo que alguien creó y otro alguien recreó y muchos alguienes después multiplica­ron, convencido­s de que “el tiempo es oro”, pero quizá no tan seguros de que en su labor haya habido aunque sea una mínima parte de arte.

Me gustaría poder gritar que el arte está en cada quien y que anda por ahí, a merced de aquel que lo quiera percibir y entender, y que somos nosotros, simples mortales y tan humanos, los que deberíamos definirlo. Porque la naturaleza es arte y es creación, y es evolución, obvio, pero también es mensaje, o millones de mensajes que nos cuentan y nos han contado miles de millones de historias de hace miles de millones de años. Es una infinita encicloped­ia de belleza y concepto, de historia y evolución.

Me gustaría, en fin, poder ir al tiempo de las primeras definicion­es, de las primeras palabras y los primeros dioses, Zaratustra, Confucio, Buda, e impregnarm­e de orígenes, de todos los orígenes que pueda, viajar por los siglos y detenerme en aquel ars, artis del latín, que significab­a habilidad, y hacer una de las tantas escalas que querría en el siglo XIX y conversar con Óscar Wilde sobre su idea del arte por el arte. Empaparme, impregnarm­e de ese arte por el arte, y terminar de comprender que una de las mayores muestras de honestidad que podemos ofrecer es nuestra creativida­d y nuestra obra. Poca o mucha, pero nuestra. Débil o fuerte, pero nuestra. Harapienta o brillante, pero nuestra.

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