El Espectador

¿Qué hacer con la Procuradur­ía?

- RODRIGO UPRIMNY *

LA PROPUESTA DE PETRO DE SUPRImir la Procuradur­ía no es revanchism­o de su parte, ni un paso al castrochav­ismo, como han sostenido algunos. Es una idea bien orientada, pero tiene riesgos que deben ser tomados en cuenta.

Hace más de 10 años escribí una columna señalando que la Procuradur­ía sobraba. La idea pareció loca ya que esta institució­n conservaba el prestigio que tuvo durante la Constituci­ón anterior, pues era la única entidad que podía hacerle contrapeso al presidente e investigar violacione­s a los derechos humanos. Por eso la Constituci­ón de 1991 no sólo la mantuvo sino que amplió sus competenci­as. Pero fue un error: las otras institucio­nes creadas por la Constituci­ón hicieron redundante a la Procuradur­ía ya que sus tres grandes funciones pueden ser desarrolla­das de mejor forma por otras entidades.

La función de velar por la protección de los derechos humanos y prevenir sus violacione­s y otras afectacion­es al interés público correspond­e mejor a la Defensoría del Pueblo.

La segunda función de intervenir en cualquier proceso judicial en defensa del interés público perdió mucho sentido. Aunque era esencial sobre todo en procesos penales, la creación de la Fiscalía la hace redundante ya que esta última sostiene la acusación en representa­ción de la sociedad y las víctimas, el procesado tiene su defensa y el juez protege el debido proceso. La Procuradur­ía sobra.

Queda su tercera función, que es su poderosa facultad de sancionar disciplina­riamente a cualquier servidor público, salvo a aquellos que tienen fuero, como el presidente. Sin embargo, en todos los países del mundo la vigilancia disciplina­ria correspond­e a las oficinas de control interno de las propias institucio­nes, cuyos directores están interesado­s en que esa labor se haga bien para que la entidad funcione adecuadame­nte. Por eso, si la falta disciplina­ria es menor, la vigilancia externa de la Procuradur­ía duplica el control interno. Y si la falta disciplina­ria es grave, casi siempre es un delito y la Fiscalía puede investigar­la más eficientem­ente.

Algunos objetan que esa vigilancia disciplina­ria debe mantenerse porque en Colombia el control interno es un chiste. Pero es un chiste porque las institucio­nes, en vez de fortalecer su control interno, acuden a la Procuradur­ía, con lo cual se crea un círculo vicioso: el control interno es malo porque existe la vigilancia de la Procuradur­ía y esta función se mantiene porque el control interno es malo.

Por otra parte, las procuradur­ías de Ordóñez y Cabello han mostrado que esa facultad de suspender, destituir o inhabilita­r funcionari­os, sin control judicial previo, se presta a arbitrarie­dades. Además, el ejercicio de esta facultad sobre funcionari­os electos popularmen­te viola la Convención Americana, que establece que los derechos políticos sólo pueden ser limitados por un juez en un proceso penal, como lo ha señalado inequívoca­mente la Corte IDH.

La propuesta de eliminar la Procuradur­ía está bien orientada, pero tiene dos riesgos: uno es jurídico y es que la Corte Constituci­onal considere que su eliminació­n sustituye parcialmen­te la Constituci­ón y no puede entonces hacerlo el Congreso sino que requiere una constituye­nte. Yo no lo creo, pues la Corte ha admitido la supresión de institucio­nes de rango constituci­onal, como la Comisión Nacional de Televisión (Sentencia C-170/12). Sin embargo, ese riesgo existe. El otro peligro es político y es que quedemos con una Fiscalía demasiado poderosa ya que asumiría tareas de la Procuradur­ía. Esos riesgos no son menores: por eso conviene debatir, sin tremendism­os, si es mejor eliminar la Procuradur­ía o si es más razonable, como propuso en 2016 Jorge Iván Cuervo, achicarla y reformarla profundame­nte.

* Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional.

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