El Espectador

“Mi nombre no es artístico, mi nombre es Ibrahim Ferrer”

El hijo de la leyenda de Buena Vista Social Club ha construido una carrera en torno al legado de su padre, de quien heredo su nombre. Llega a Bogotá para conmemorar los 25 años del ensamble de la agrupación.

- HUGO SANTIAGO CARO JIMÉNEZ hcaro@elespectad­or.com @HugoCaroJ

En 1996 un grupo de veteranos músicos irrumpió en el panorama musical del mundo para potenciar la tradición del son cubano con un nuevo empaque: Buena Vista Social Club.

De la mano del productor estadounid­ense Ry Cooder y del músico habanero Juan de Marcos González, la nostalgia por la música tradiciona­l de la isla había encontrado un nuevo foco de atención en la figura imponente de Compay Segundo, catalogado como una de las mejores segundas voces de la música cubana, el folclor guajiro de Eliades Ochoa, el despliegue sobre el piano de Rubén González y la complicida­d al interpreta­r canciones de Omara Portuondo con Ibrahim Ferrer.

En el marco de las celebracio­nes de los 25 años del proyecto, el hijo de este último, Ibrahim Ferrer Jr., estará en Bogotá este 19 de julio como parte de la franja Gaitán Polifónico del Teatro Jorge Eliécer Gaitán.

Ferrer Jr., ingeniero naval de profesión y cantante por vocación, atendió a El Espectador desde México, donde se encuentra en una gira de conciertos, antes de llegar a Colombia, donde también se presentará en Medellín el 17 de julio en la Plazuela de San Ignacio.

¿Cómo era la vida de su padre antes del estallido mundial de Buena Vista?

Creo que era demasiado sencillo. Era un hombre que se daba a querer por todo el mundo, caminaba por la calle y todo el mundo lo saludaba. A veces se le hacía tarde por llegar a los lugares porque cada cuadra o cada esquina lo llamaban, se ponía a conversar, no importaba quien fuera. Entonces era muy cariñoso, realmente muy cariñoso, muy dado también a la gente.

A veces nosotros los hombres buscamos la manera de tener el hijo varón para que se pareciera a nosotros y tenerlo siempre. Él era diferente, eran más mujeres que hombres en la casa. O sea, era una cosa especial con mis hermanas, yo era más con mi mamá. Pero era un hombre especial. Así como se ve, así como lo vieron en la película, como lo vieron en el documental, era antes de Buena Vista.

¿Existía una amistad previa con Omara Portuondo?

Una amistad muy lejana, yo creo. Tuvieron actuacione­s ellos estando muy jóvenes. Ya después, yo digo que alcanzaron la madurez musical y artística. Cuando le dieron la oportunida­d de alcanzar esa madurez, porque antes estaban trabajando normales como intérprete­s o cantantes cada uno de su agrupación.

Conocí a Omara por el grupo Las D’Aida. En los quince años de mi hermana mayor, ella fue la que le regaló una torta. Ahí se ve el contacto, la confianza y la amistad que tenía con mi padre. Había un programa de televisión en Cuba que lo daban todos los días a las 12 m., se llamaba Estrellas de Carnaval. Y los participan­tes del grupo, o del programa, eran Pacho Alonso y Las D’Aida. En YouTube hay registro de Pacho Alonso con Las D’Aida y ahí se ve a Omara siempre al lado de mi padre, agarrada al lado de mi padre bailando.

Creo que al encontrars­e los dos así nuevamente en un escenario saca todo aquello que tenían guardado, es por eso que se ve. Esa imagen de Omara llorando en el documental no es una actuación. Después cantaron esa canción (“Silencio”) un montón de veces más y no sucedió lo mismo que sucedió en ese momento. El grupo se convirtió en una familia, no era solamente que fueran amigos y colegas de trabajo, se convertía en una familia porque sentía la familiarid­ad entre ellos. Ese encuentro creo que los desbordó, los llenó de más ímpetu y más ganas de seguir haciendo cosas.

¿Y cómo era su vida antes de Buena Vista?

Era una vida natural normal, una vida de familia. Cada uno estudiando, los demás estábamos trabajando, porque ya Buena Vista nos alcanzó a nosotros con cierta edad. Ya éramos padres de familia y ya teníamos nuestra familia formada. Yo me encontraba navegando, incluso había terminado mi carrera.

Buena Vista para mí fue un encuentro más, cada vez yo tenía oportunida­d de vacacionar o estar después una larga jornada de travesía en el mar, llegaba a Cuba. A veces no me encontraba con mi padre, porque estaba trabajando en otro lugar o en otro país. Cuando nos encontrába­mos, como se dice en Cuba, sacábamos chispas. Queríamos estar siempre buscando la manera de encontrarn­os, conversar y contarnos nuestras historias. Entonces, cuando llegaba era bueno, el más chico también de todos. Qué te puedo decir, era el encuentro que no era fortuito, era algo que a veces parecía llamada por telemetría.

Cuando sucedió lo de Buena Vista, yo acababa de llegar de una gira de nueve meses fuera del país. Pasé por la casa, como siempre, y ahí me enteré de que a mi padre lo había ido a buscar Juan de Marco, me dijeron que estaba en los estudios de Egrem. Pasé por allá para ver si lo veía y ahí me encontré con todos aquellos fenómenos, artistas, músicos y amigos también.

Ahí me quedé y surgió la idea de integrarme, también hacer partícipe de lo que era la grabación de algunos de los temas, casi la mayoría de los temas y la filmación. La pareja de Wim Wenders (director del documental) estaba por ahí con una camarita portátil y de ahí surgió toda la vertiente y vorágine que fue Buena Vista y nos encontramo­s todos.

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/ Archivo particular Ferrer Jr. es el único hijo varón del ya fallecido cantante. También es el único que se dedicó al arte.
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