El Espectador

Escrito en las estrellas

- CATALINA RUIZ-NAVARRO

EL MARTES DE ESTA SEMANA SE hicieron públicas las fotos tomadas por el telescopio espacial James Webb (JWST), de la NASA, en donde se pueden observar dos nebulosas: la de Carina, a 7.600 años luz de la Tierra, llena de estrellas nacientes; y la Nebulosa del Anillo del Sur, a 2.000 años luz, rodeada de galaxias; el planeta gigante WASP-96b, a 1.150 años luz, en cuya atmósfera el telescopio pudo detectar moléculas de agua; el Quinteto de Stephan, a 300 millones de años luz; y un grupo de galaxias que cada vez están más cerca de chocar entre sí. Una de las imágenes, en la que se apuntó el telescopio a un punto aparenteme­nte vacío en el espacio, rompió un récord por ser la imágen infrarroja más profunda y nítida del cosmos jamás tomadas, en la que se pueden ver galaxias de cuando el universo apenas estaba comenzando. Quizás el James Webb pueda llegar a ver tan lejos como 100 millones de años después del Big Bang, tremendame­nte cerca de los comienzos del universo, pues los y las científica­s estiman que el mayor alcance posible de un telescopio espacial es 380.000 años después del Big Bang, pues parece que antes de eso no había luz, solo un opaco plasma caliente.

Es un logro alucinante, pues la primera foto del espacio se tomó el 24 de octubre de 1946, hace casi siete décadas, y eso no es nada en tiempos humanos y menos en los tiempos de las estrellas. Ese año, científico­s en la base de misiles White Sands en Nuevo México lanzaron un misil V-2 con una cámara de 35 milímetros, y las imágenes se tomaron a una altura de 65 millas, apenas en el comienzo del espacio exterior. Lo que la humanidad ha logrado en tan poco es impresiona­nte, y las capacidade­s del James Webb también auguran avances aún más vertiginos­os.

Las posibilida­des del James Webb son impresiona­ntes: puede ayudarnos a empezar a hacer un mapa o cartografí­a del espacio. Como el James Webb nos permite ver a las estrellas y galaxias más jóvenes, es clave que pueda ver luz infrarroja, puede detectar estrellas y planetas nacientes que a veces se esconden detrás de nubes de polvo que absorben la luz visible al ojo. El James Webb también permite analizar los químicos en las atmósferas de los planetas, lo que permitiría detectar si hay rastros de oxígeno o dióxido de carbono, o de procesos de fotosíntes­is, que a su vez podrían indicar que un planeta es habitable.

Todos los telescopio­s son esencialme­nte máquinas del tiempo, pues todo lo que nos ayudan a observar está en el pasado, y en esa medida el James Webb es la máquina del tiempo más poderosa que ha construido la humanidad, y puede llegar a resolverno­s preguntas que hace unas décadas parecían misterios insondable­s con implicacio­nes metafísica­s, como si el universo ha estado cambiando —y por las fotos, parece que sí— o sí se mantiene estables y es permanente. Estamos frente a un hito que marca un antes y un después tanto para la ciencia como para la filosofía.

Un logro como este nos tienta a decir que la humanidad es grandiosa, pero yo prefiero morderme la lengua y decir que es paradójica. Porque es sorprenden­te que hayamos desarrolla­do la tecnología para lograr tanto, en un mundo que siempre ha sido muy injusto y que cada vez es más desigual. Nos tomó apenas 70 años asomarnos a la infancia del universo, pero todos nuestros problemas sin resolver siguen estando en casa.

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