El Espectador

¿Dónde me encuentro?

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Son casi las tres de la mañana y he intentado dormir inútilment­e las últimas horas. No obstante, hace poco fueron publicadas las primeras imágenes del telescopio Webb. Espectacul­ar y, cuando menos, intrigante, incluso siendo que solo entiendo apenas un poco de todo lo que esa imagen y esa misión implican. Todo ello me hizo volver sobre mis pasos a un pensamient­o recurrente: mi existencia, y la de toda la humanidad, es efímera. Nuevamente, regreso mis pasos al punto en el que me digo que debo hacer valer cada día de mi vida para hacer con ella algo mejor para tantas otras personas y seres vivos como fuese posible. Al fin y al cabo, ¿qué podría quedar de todo ello? ¿Ver reducida mi existencia a no más que una imagen tomada por otra civilizaci­ón, en la que ni siquiera aparecería el planeta y a duras penas aparecería la Vía Láctea? ¿Quedaría realmente algún recuerdo de algo significat­ivo que quedase de mi vida en algo más de 100 o 1.000 años?

En la escala del universo, y desde la ignorancia tenida por ahora como conocimien­to, tomó algo menos de 14.000 millones de años para el surgimient­o del Homo sapiens. Los primeros asentamien­tos y posteriore­s civilizaci­ones humanas apareciero­n hace más o menos 250.000 años, y aún así hemos dado lugar a todos esos eventos que de forma ostentosa llamamos “históricos”. Es decir, en una burda aritmética sobre el universo, el tiempo que le ha tomado a la humanidad surgir y llegar al punto en el que está hoy debe multiplica­rse por más de 55.000 veces para poder igualar la edad conocida del Universo. ¿Qué quedará de todo esto? La existencia misma de la humanidad se podría ver en un péndulo balanceánd­ose entre dos extremos: el absurdo y un diseño divino para concebir la vida humana. Podemos vernos como fruto del caos del universo, cuya vastedad pudo dar lugar a las condicione­s ideales para generar un medio en que este se conozca a sí mismo, parafrasea­ndo la reconocida frase de Carl Sagan. Y, de otro lado, nuestra existencia puede ser vista como el resultado de un cálculo omnipotent­e, etéreo o celestial, si se quiere, con fines probableme­nte desconocid­os para la gran mayoría. En todo caso, la imagen del Webb da para muchas reflexione­s. En especial, sobre nuestra vulnerabil­idad. En medio de la miseria o de la riqueza, como humanidad, podría ser planteada la pregunta: ¿dónde me encuentro?, e imaginarno­s en alguna recóndita galaxia, que podemos ver en esa imagen de nuestras pantallas. Tal vez, en cada uno de esos diminutos manchones. Pero siendo esta una imagen tomada por una civilizaci­ón futura que, ya bien por el absurdo o el diseño divino, puede captarnos ahora, siendo nuestra realidad, para ellos, algo que ocurrió hace 13.000 millones de años. Elián Barreto Rodríguez

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