Abe Shinzô: víctima del rencor
EL ÚLTIMO EPISODIO, EL 125, DE LOS cantares de Ise, obra del siglo X, cierra con este poema en el que se cavila sobre la muerte: “Que al final del camino / se llega a lo inevitable / es cosa sabida. / Ayer no fue y hoy / apenas me percato”. Es sin duda el destino ineludible, así seamos incapaces de prepararnos para ello. Ahora, lo que jamás aceptaremos entre las opciones probables es con terminar la vida en manos de un asesino.
El homicidio del ex primer ministro Abe el viernes 8 de julio, en palabras del actual primer ministro japonés, Kishida Fumio, fue un acto cobarde y bárbaro. Repudio que se manifestó a través de todas las fronteras y que incluyó tanto a simpatizantes como a contradictores a escala nacional y mundial.
El hecho ocurrió en un país donde los crímenes violentos han sido prácticamente erradicados y las armas de fuego están prohibidas. En efecto, desde la introducción del armamento europeo, en el siglo XVI, ha existido un control sobre su porte y uso. Y más recientemente, la Ley n.° 6 del 10 de marzo de 1958 sobre Control de posesión de armas de fuego y espadas, en su artículo 3-1 prohibió la posesión de ambos tipos de armas.
Desde finales del siglo XIX, cuando fue creada la Policía, sus integrantes se negaron a portar armas, pues en su criterio lo que eso demostraba era cobardía. Bastaba con las artes marciales. Si bien, en tiempos de la ocupación americana después de la segunda guerra, los americanos exigieron el porte de armas a los policías, hasta hoy lo que ha perdurado es un cuerpo desarmado: judo y bolillos son suficientes. Y este ejemplo, posiblemente, ha influido en que los ciudadanos tampoco sientan la necesidad de armarse.
La fama de país seguro que tiene Japón es evidente, especialmente para quienes hemos vivido allí. Pero eso no obsta para que cuando se identifican situaciones de riesgo se tomen las medidas necesarias. En la visita de Biden, en mayo pasado, se destacaron 18.000 personas para su seguridad. Número muy inferior a los 32.000 que se dispusieron con ocasión del viaje del presidente Virgilio Barco en 1989, cuando la guerra contra el narcotráfico estaba en un punto crítico.
El trágico final de Abe llega también como una señal que nos ayudará a reflexionar sobre el grave momento que vivimos. Hasta ahora, las únicas declaraciones del perpetrador indican como motivación su rencor hacia Abe. Que es lo mismo que alimenta la polarización, la violencia y los deseos de guerra que nos empiezan a asfixiar. El artículo 9 de la Constitución japonesa ha sido un faro que ha alimentado la esperanza de poder vivir en paz. Dice: “Aspirando sinceramente a una paz internacional basada en la justicia y el orden, el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación”. Tanto Abe como el actual mandatario han estado promoviendo su enmienda. Ojalá este traumático asesinato haga recapacitar a los actores políticos y ayude a consolidar un mundo que nos permita el vivir bien, como lo propuso en reciente entrevista el papa Francisco.