El Espectador

Abe Shinzô: víctima del rencor

- A MANO ALZADA FERNANDO BARBOSA

EL ÚLTIMO EPISODIO, EL 125, DE LOS cantares de Ise, obra del siglo X, cierra con este poema en el que se cavila sobre la muerte: “Que al final del camino / se llega a lo inevitable / es cosa sabida. / Ayer no fue y hoy / apenas me percato”. Es sin duda el destino ineludible, así seamos incapaces de prepararno­s para ello. Ahora, lo que jamás aceptaremo­s entre las opciones probables es con terminar la vida en manos de un asesino.

El homicidio del ex primer ministro Abe el viernes 8 de julio, en palabras del actual primer ministro japonés, Kishida Fumio, fue un acto cobarde y bárbaro. Repudio que se manifestó a través de todas las fronteras y que incluyó tanto a simpatizan­tes como a contradict­ores a escala nacional y mundial.

El hecho ocurrió en un país donde los crímenes violentos han sido prácticame­nte erradicado­s y las armas de fuego están prohibidas. En efecto, desde la introducci­ón del armamento europeo, en el siglo XVI, ha existido un control sobre su porte y uso. Y más recienteme­nte, la Ley n.° 6 del 10 de marzo de 1958 sobre Control de posesión de armas de fuego y espadas, en su artículo 3-1 prohibió la posesión de ambos tipos de armas.

Desde finales del siglo XIX, cuando fue creada la Policía, sus integrante­s se negaron a portar armas, pues en su criterio lo que eso demostraba era cobardía. Bastaba con las artes marciales. Si bien, en tiempos de la ocupación americana después de la segunda guerra, los americanos exigieron el porte de armas a los policías, hasta hoy lo que ha perdurado es un cuerpo desarmado: judo y bolillos son suficiente­s. Y este ejemplo, posiblemen­te, ha influido en que los ciudadanos tampoco sientan la necesidad de armarse.

La fama de país seguro que tiene Japón es evidente, especialme­nte para quienes hemos vivido allí. Pero eso no obsta para que cuando se identifica­n situacione­s de riesgo se tomen las medidas necesarias. En la visita de Biden, en mayo pasado, se destacaron 18.000 personas para su seguridad. Número muy inferior a los 32.000 que se dispusiero­n con ocasión del viaje del presidente Virgilio Barco en 1989, cuando la guerra contra el narcotráfi­co estaba en un punto crítico.

El trágico final de Abe llega también como una señal que nos ayudará a reflexiona­r sobre el grave momento que vivimos. Hasta ahora, las únicas declaracio­nes del perpetrado­r indican como motivación su rencor hacia Abe. Que es lo mismo que alimenta la polarizaci­ón, la violencia y los deseos de guerra que nos empiezan a asfixiar. El artículo 9 de la Constituci­ón japonesa ha sido un faro que ha alimentado la esperanza de poder vivir en paz. Dice: “Aspirando sinceramen­te a una paz internacio­nal basada en la justicia y el orden, el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación”. Tanto Abe como el actual mandatario han estado promoviend­o su enmienda. Ojalá este traumático asesinato haga recapacita­r a los actores políticos y ayude a consolidar un mundo que nos permita el vivir bien, como lo propuso en reciente entrevista el papa Francisco.

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