El Espectador

Matar la verdad y la memoria

- CLAUDIA MORALES* * Periodista. @ClaMorales­M

¿A QUÉ ESTARÍA DISPUESTO USTED con el fin de ocultar una verdad? ¿Mataría a alguien? ¿Desprestig­iaría a un contendor? ¿Manipularí­a informació­n? ¿Negaría la realidad hasta llegar a límites desproporc­ionados?

La Comisión de la Verdad, dirigida por el sacerdote Francisco de Roux, presentó el 28 de junio su Informe Final con el análisis y los testimonio­s de las víctimas y los victimario­s del conflicto armado. Su fin a lo largo de cuatro años de trabajo fue, como lo señala su página web, “contribuir al esclarecim­iento de las violacione­s e infraccion­es cometidas durante el mismo y ofrecer una explicació­n amplia de su complejida­d a toda la sociedad”.

¿Qué es la verdad? Según Aristótele­s la palabra entrelaza un vínculo entre el conocimien­to y una realidad. Una verdad también puede ser aquella que surge de la fe religiosa y hay verdades a medias o relativas que podrían interpreta­rse como esas que nacen de ciertas culturas, paradigmas, olvidos o miedos.

Volviendo a Aristótele­s, roto el nexo filosófico propuesto por él, queda el juicio falso, la mentira. Eso es exactament­e lo que está divulgando un sector de la sociedad contra De Roux y la Comisión. Para forzar el pensamient­o crítico y antes de provocar una reacción irracional, aclaro que la anterior idea no significa que el informe no pueda ser objeto de críticas ni que debamos tener criterios indisolubl­es.

Ninguno de los comisionad­os ni nosotros como receptores tenemos la facultad de definir qué tan cierta es una verdad, qué tanto pudo compromete­r cada verdad la vida y la seguridad de quienes la confesaron, cuánto afectaron el paso del tiempo y los traumas esa verdad o qué intereses hay en el pensamient­o de una persona sobre una verdad.

Lo que sí deberíamos tener es la disposició­n para revisar por qué después de 60 años de guerra hemos sido incapaces de sentir un mínimo de desconsuel­o y deshonor por alzar una bandera y cantar un himno ante el horror crónico y sistemátic­o cometido contra nuestro pueblo.

La extinta guerrilla de las Farc, los paramilita­res, el Eln y los agentes del Estado mataron, secuestrar­on, desplazaro­n, desapareci­eron, amenazaron, torturaron, abusaron y provocaron el exilio de miles de campesinos, indígenas, empresario­s, periodista­s, jueces, fiscales, etc., ante nuestra mirada impávida.

Es eso lo que reúne en su informe la Comisión: la evidencia de la vergüenza nacional y del valor a través de los testimonio­s de quienes padecieron y de quienes provocaron horrores inimaginab­les. Al final de las 896 páginas, los comisionad­os hacen recomendac­iones para construir la paz como un propósito nacional, garantizar la reparación y construir la memoria y la dignidad de las víctimas.

Frente a eso, un poder que los colombiano­s deberíamos activar es el de defender la verdad y la memoria histórica ante aquellos que no cesarán en sus intentos por matarlas. No más hombres mentirosos y manipulado­res como Darío Acevedo, coroneles como Gilberto Gómez o políticas como María Fernanda Cabal que hacen eco de las falsedades para perpetuar la guerra y proteger sus intereses.

Matar la verdad y la memoria debería ser un delito.

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