Matar la verdad y la memoria
¿A QUÉ ESTARÍA DISPUESTO USTED con el fin de ocultar una verdad? ¿Mataría a alguien? ¿Desprestigiaría a un contendor? ¿Manipularía información? ¿Negaría la realidad hasta llegar a límites desproporcionados?
La Comisión de la Verdad, dirigida por el sacerdote Francisco de Roux, presentó el 28 de junio su Informe Final con el análisis y los testimonios de las víctimas y los victimarios del conflicto armado. Su fin a lo largo de cuatro años de trabajo fue, como lo señala su página web, “contribuir al esclarecimiento de las violaciones e infracciones cometidas durante el mismo y ofrecer una explicación amplia de su complejidad a toda la sociedad”.
¿Qué es la verdad? Según Aristóteles la palabra entrelaza un vínculo entre el conocimiento y una realidad. Una verdad también puede ser aquella que surge de la fe religiosa y hay verdades a medias o relativas que podrían interpretarse como esas que nacen de ciertas culturas, paradigmas, olvidos o miedos.
Volviendo a Aristóteles, roto el nexo filosófico propuesto por él, queda el juicio falso, la mentira. Eso es exactamente lo que está divulgando un sector de la sociedad contra De Roux y la Comisión. Para forzar el pensamiento crítico y antes de provocar una reacción irracional, aclaro que la anterior idea no significa que el informe no pueda ser objeto de críticas ni que debamos tener criterios indisolubles.
Ninguno de los comisionados ni nosotros como receptores tenemos la facultad de definir qué tan cierta es una verdad, qué tanto pudo comprometer cada verdad la vida y la seguridad de quienes la confesaron, cuánto afectaron el paso del tiempo y los traumas esa verdad o qué intereses hay en el pensamiento de una persona sobre una verdad.
Lo que sí deberíamos tener es la disposición para revisar por qué después de 60 años de guerra hemos sido incapaces de sentir un mínimo de desconsuelo y deshonor por alzar una bandera y cantar un himno ante el horror crónico y sistemático cometido contra nuestro pueblo.
La extinta guerrilla de las Farc, los paramilitares, el Eln y los agentes del Estado mataron, secuestraron, desplazaron, desaparecieron, amenazaron, torturaron, abusaron y provocaron el exilio de miles de campesinos, indígenas, empresarios, periodistas, jueces, fiscales, etc., ante nuestra mirada impávida.
Es eso lo que reúne en su informe la Comisión: la evidencia de la vergüenza nacional y del valor a través de los testimonios de quienes padecieron y de quienes provocaron horrores inimaginables. Al final de las 896 páginas, los comisionados hacen recomendaciones para construir la paz como un propósito nacional, garantizar la reparación y construir la memoria y la dignidad de las víctimas.
Frente a eso, un poder que los colombianos deberíamos activar es el de defender la verdad y la memoria histórica ante aquellos que no cesarán en sus intentos por matarlas. No más hombres mentirosos y manipuladores como Darío Acevedo, coroneles como Gilberto Gómez o políticas como María Fernanda Cabal que hacen eco de las falsedades para perpetuar la guerra y proteger sus intereses.
Matar la verdad y la memoria debería ser un delito.