Capítulo seis
QUE NO PASEN DESAPERCIBIDAS LAS palabras del padre Francisco de Roux ante el Consejo de Seguridad de la ONU. En particular, cuando recordó que copiamos la idea extranjera del narcotráfico como un asunto de seguridad nacional.
Lo que vino después de la declaración de la guerra contra las drogas ya todos lo conocemos. Sin embargo, hay quienes insisten en contar la historia al revés. Justamente como conviene que sea contada para que las lógicas prohibicionistas continúen.
En esta narrativa el narcotráfico es una fuerza eterna sin cuerpo ni brazos que todo lo corrompe y a la que solo se le ven las caras. De colonos y campesinos, por supuesto.
Bastante se ha escrito sobre la maldad de los narcos de la era del violento enfrentamiento con el Estado. O sobre la complicada relación de las Farc con la coca y la simbiosis del paramilitarismo con el narcotráfico.
Sin el ánimo de negar guiones explicativos como este, el padre De Roux básicamente hizo un llamado a su problematización.
Para una ampliación del tema es indispensable rescatar el sexto apartado del Informe Final de la Comisión de la Verdad. Como bien lo dice el título del capítulo, el narcotráfico fue “protagonista del conflicto armado” y sigue siendo “factor de su persistencia”. Y no de cualquier manera.
En la vieja narrativa el narcotráfico es el factor de persistencia del conflicto armado: la fuerza incontenible, el huracán que alimenta la capacidad bélica de los grupos armados. Por el contrario, en la invitación a desandar lo recorrido que nos hace la Comisión el narcotráfico alimenta el conflicto armado como consecuencia del prohibicionismo o la declarada guerra contra las drogas.
Del prohibicionismo nace la militarización de la agenda de seguridad. Además de la insistencia en el glifosato y la capacidad institucional para estigmatizar familias cultivadoras de coca, que con facilidad lleva a la construcción de objetivos militares supuestamente válidos y exterminables.