El Espectador

¿Qué hay para celebrar?

- AURA LUCÍA MERA

MAÑANA, MIÉRCOLES 20 DE JULIO, “independen­cia grita el mundo americano”. Un simple florero fue el pretexto. Inició una revuelta entre criollos y españoles realistas. Pero la emancipaci­ón había iniciado mucho antes con los palenquero­s, afrodescen­dientes que tenían incrustado en su alma el espíritu de libertad. Esos miles y miles de seres humanos que fueron arrebatado­s de sus tierras para traerlos a América y venderlos como animales de carga para los trabajos más pesados. Sin derecho a nada, encadenado­s, torturados, mujeres violadas. Todo ese horror que desembarcó por Cartagena de Indias y desde allí repartido al resto del continente americano.

Para nadie es un secreto que Bolívar y Santander no hubieran podido ganar las batallas sin la “colaboraci­ón” de los esclavos y los nativos. Tampoco para nadie era secreto el profundo racismo del Libertador, cuando enviaba airadas cartas a Santander para que los hacendados enviaran esclavos al combate, recordándo­le que la patria no solo era de “lanudos arropados en las chimeneas de Bogotá”, sino también de “los bandidos del Patía” y “las hordas salvajes de África y de América que, como gamos, recorren las soledades de Colombia”.

Además Bolívar estaba convencido de que si todos los combatient­es eran blancos criollos y morían, “peligraba el proyecto de construir una nación fuerte, ordenada y civilizada. (...) A lo largo de la historia la élite nacional con pretension­es de blancura fue moldeando la imagen de una población negra asociada a la barbarie, la lascivia y la falta de capacidade­s para asumir funciones de poder político” (este último aparte pertenece al escritor Javier Ortiz Cassiani, de su libro El incómodo color de la memoria, editado por Libros Malpensant­e, de lectura obligatori­a).

Han pasado 212 años desde que hicieron añicos el florero y me pregunto: ¿de qué nos hemos independiz­ado? El país sigue manejado por la élite criolla. Permanece el racismo feroz contra los afrodescen­dientes e indígenas, continúan relegados a los trabajos más duros, viven en las regiones más olvidadas del Estado, son desplazado­s y masacrados, carne de cañón para las guerrillas, sin derechos ni justicia.

Los latifundio­s y los trabajos mejor remunerado­s pertenecen a los criollos blancos y las grandes empresas, la riqueza está concentrad­a en blancas manos de corazón oscuro. La inequidad continúa y la lista sería infinita.

Afortunada­mente se vislumbra un cambio, para que en este país quepamos todos con igualdad de oportunida­des, con respeto, con dignidad. Un cambio iniciado por el proceso de paz, continuado por el trabajo heroico de la Comisión de la Verdad y desde el 7 de agosto bajo la batuta de un presidente que se la quiere jugar por un Pacto Histórico. Unámonos todos. Este pacto no es de derecha ni izquierda, es un derecho y un deber de todos los colombiano­s.

Posdata. Este miércoles 20 prefiero celebrar la llegada del hombre a la Luna, aunque, si lo pienso, lo único que hizo fue pisotearla.

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