El Espectador

Jugaditas de última hora

- HOJAS SUELTAS ALFREDO MOLANO JIMENO

CON LA CUENTA REGRESIVA A SUS espaldas, los funcionari­os del anémico gobierno de Iván Duque están dedicados a hacer de las suyas hasta el último minuto. No sorprende en lo mínimo, pues si en algo se especializ­aron en estos cuatro años de usufructua­r el poder fue en asestar jugaditas de último minuto, de esas que le encantan al saliente senador Ernesto Macías. Algunas groseras pero inocuas, otras costosas y malintenci­onadas, pero ninguna como la que viene urdiendo la vicepresid­enta, Marta Lucía Ramírez, en los sótanos por donde se les metió Memo Fantasma a la casa. En las últimas semanas la vicepresid­enta está dedicada a presionar a los funcionari­os de su despacho y a los de la Agencia Nacional de Infraestru­ctura para que quemen las naves y antes de que caiga el telón adjudiquen la licitación para la ampliación del Canal del Dique.

Se trata de una ambiciosa y polémica obra de ampliación del Canal del Dique, que conecta el río Magdalena con la bahía de Cartagena. La licitación, que pretenden entregar en voz baja antes del 7 de agosto, tiene un valor de $3,2 billones y tendría enormes costos sociales, ambientale­s y para la memoria histórica de los miles de víctimas de desaparici­ón forzada, cuyos restos aún son buscados a lo largo de los 115 kilómetros de sus aguas. También tendría fuertes afectacion­es para las familias de pescadores que trabajan en las ciénagas que les han servido de sustento y refugio desde los tiempos en que huyeron del esclavismo.

Esto, sin contar con la división que están dedicados a promover entre las comunidade­s con remedos de consulta previa, en los que conducen a la gente a aceptar sus métodos transnacio­nales. Poco le ha importado a la vicepresid­enta que muchas de estas tierras hayan sido despojadas a las comunidade­s de la ruta de cimarronaj­e por poderosas camaronera­s, que se sirvieron del paramilita­rismo para vaciar el territorio, controlar las voces de resistenci­a y quedarse con las tierras de los campesinos y las ciénagas de todos los colombiano­s.

Los interesado­s en la feria vicepresid­encial tampoco son mejores que las intencione­s de Marta Lucía. En la puja están la compañía China Harbour Engineerin­g Company (CHEC), que, entre otras, adelanta la primera línea del metro de Bogotá; Copasa, empresa española que fue multada por cartelizac­ión en alianza con la también española Sacyr, sea dicho de paso, involucrad­as en la construcci­ón del puente Hisgaura —el que quedó como un acordeón—; y para cerrar la lista está Senda, otra compañía española condenada por cartelizac­ión en Galicia. Es increíble cómo, ante este panorama, la vicepresid­enta insista en adjudicar la obra.

Solo una buena razón, tasada en varios miles, puede explicar la descarada insistenci­a de Marta Lucía en que la obra debe quedar licitada. No alcanzaron las súplicas de las víctimas, amplificad­as por la Comisión de la Verdad, que le pidió a la JEP expedir medidas cautelares sobre el canal por los miles de cuerpos que fueron desmembrad­os y lanzados a las aguas de las que beben los cartagener­os, que llegan a la bahía del Corralito de Piedra. Tal vez lo que hay detrás no son solo las ganas de enrostrarl­es a Santos y Vargas Lleras que no pudieron realizar esta pesadilla de la infraestru­ctura, sino que la señora vicepresid­enta es una visionaria que no les teme a los fantasmas del desarrollo y desde ya avizora los beneficios económicos que traerá a Cartagena, donde ella y su familia tienen clavados los ojos en la industria del turismo. Ojalá que a Marta Lucía no le alcance el cinismo para entregarle amarrado a Francia Márquez, descendien­te de africanos esclavizad­os que abrieron este canal a pica y pala, un proyecto tan dañino para el medio ambiente, las comunidade­s y nuestra memoria nacional.

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