Trabajando con el enemigo
Siendo profesional en trabajo social he estado rodeada de colegas y varios profesionales del área de psicología, se supone que todos con claro conocimiento del código de ética; sin embargo, aún me resulta increíble la reacción de algunos ante los retos y desafíos que enfrentamos emocionalmente en el quehacer profesional. He encontrado psicosociales que se refieren a la salud mental como algo insignificante, con frases como: “¿Si le afecta tanto, para qué estudió eso?”. Aún peor, directamente especialistas en seguridad y salud en el trabajo normalizan los riesgos psicosociales y todo está en el marco de “esa es la dinámica del trabajo”. Es como decirle a un médico que fue contagiado de VIH durante su práctica profesional: “¿Para qué estudió medicina entonces? Esa es la dinámica del trabajo”. No logro entender cómo las ciencias humanas llegan a ser tan insignificantes en un entorno tan dañado socialmente, o que los propios psicosociales no les den la importancia a las afectaciones emocionales que tienen los profesionales que intervienen en las problemáticas del país, un país plagado de violencia sexual, abandono, violencia intrafamiliar, conflicto armado, trabajo infantil, etc. Tantos y tantos casos de los que somos testigos y en muchas ocasiones impotentes, porque definitivamente las herramientas brindadas por los empleadores no son suficientes para generar un impacto en las familias o la sociedad. Si bien la ética profesional dicta no involucrarse con casos específicos y simplemente “dejar ir” cuando finaliza la jornada de trabajo, es algo inherente al ser humano sentir empatía por el otro, es casi que imposible no relacionar ciertos acontecimientos con la historia de vida propia. De hecho, sé de primera mano que muchos de los profesionales en ciencias humanas eligieron dicha profesión a partir de alguna experiencia significativa en sus vidas, lo que conduce a pensar que no somos inmunes a ser víctimas de violencia sexual, provenir de familias disfuncionales o padecer de algún trastorno mental. En mi época universitaria al menos dos de mis compañeros en el programa de trabajo social intentaron suicidarse y uno de ellos lo logró, mientras que otros sufrían de ataques de pánico, ira, desórdenes alimenticios, etc. Todas esas personas ahora como profesionales son mucho más vulnerables. Aun sin tener ningún antecedente en la historia familiar o individual, en ocasiones la carga emocional es tan grande, que muchos desarrollan algún tipo de trastorno durante su experiencia laboral, porque habría que ser un robot para no sentir algo después de escuchar la historia del asesinato de una madre de cuatro niños en frente de ellos, quienes milagrosamente se salvaron del mismo final. Y esto no es de importancia para absolutamente NADIE: ni para los empleadores —que te cargan con 50 casos (o más) a la semana, con baja remuneración, para llenar formatos y papelería como si se tratara simplemente de acumular recetas de cocina—, ni para algunos colegas, ni para la sociedad, porque, finalmente, ¿para qué estudió eso?