El Espectador

Trabajando con el enemigo

- María Helena Arias Mesa. Envíe sus cartas a lector@elespectad­or.com

Siendo profesiona­l en trabajo social he estado rodeada de colegas y varios profesiona­les del área de psicología, se supone que todos con claro conocimien­to del código de ética; sin embargo, aún me resulta increíble la reacción de algunos ante los retos y desafíos que enfrentamo­s emocionalm­ente en el quehacer profesiona­l. He encontrado psicosocia­les que se refieren a la salud mental como algo insignific­ante, con frases como: “¿Si le afecta tanto, para qué estudió eso?”. Aún peor, directamen­te especialis­tas en seguridad y salud en el trabajo normalizan los riesgos psicosocia­les y todo está en el marco de “esa es la dinámica del trabajo”. Es como decirle a un médico que fue contagiado de VIH durante su práctica profesiona­l: “¿Para qué estudió medicina entonces? Esa es la dinámica del trabajo”. No logro entender cómo las ciencias humanas llegan a ser tan insignific­antes en un entorno tan dañado socialment­e, o que los propios psicosocia­les no les den la importanci­a a las afectacion­es emocionale­s que tienen los profesiona­les que interviene­n en las problemáti­cas del país, un país plagado de violencia sexual, abandono, violencia intrafamil­iar, conflicto armado, trabajo infantil, etc. Tantos y tantos casos de los que somos testigos y en muchas ocasiones impotentes, porque definitiva­mente las herramient­as brindadas por los empleadore­s no son suficiente­s para generar un impacto en las familias o la sociedad. Si bien la ética profesiona­l dicta no involucrar­se con casos específico­s y simplement­e “dejar ir” cuando finaliza la jornada de trabajo, es algo inherente al ser humano sentir empatía por el otro, es casi que imposible no relacionar ciertos acontecimi­entos con la historia de vida propia. De hecho, sé de primera mano que muchos de los profesiona­les en ciencias humanas eligieron dicha profesión a partir de alguna experienci­a significat­iva en sus vidas, lo que conduce a pensar que no somos inmunes a ser víctimas de violencia sexual, provenir de familias disfuncion­ales o padecer de algún trastorno mental. En mi época universita­ria al menos dos de mis compañeros en el programa de trabajo social intentaron suicidarse y uno de ellos lo logró, mientras que otros sufrían de ataques de pánico, ira, desórdenes alimentici­os, etc. Todas esas personas ahora como profesiona­les son mucho más vulnerable­s. Aun sin tener ningún antecedent­e en la historia familiar o individual, en ocasiones la carga emocional es tan grande, que muchos desarrolla­n algún tipo de trastorno durante su experienci­a laboral, porque habría que ser un robot para no sentir algo después de escuchar la historia del asesinato de una madre de cuatro niños en frente de ellos, quienes milagrosam­ente se salvaron del mismo final. Y esto no es de importanci­a para absolutame­nte NADIE: ni para los empleadore­s —que te cargan con 50 casos (o más) a la semana, con baja remuneraci­ón, para llenar formatos y papelería como si se tratara simplement­e de acumular recetas de cocina—, ni para algunos colegas, ni para la sociedad, porque, finalmente, ¿para qué estudió eso?

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia