El Espectador

El matoneo tiene poco de revolucion­ario

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LA BANCADA QUE SE HA VENDIDO como la de la reconcilia­ción decidió actuar como un grupo de rufianes de barrio contra el presidente saliente, Iván Duque. Lo que vimos durante el discurso presidenci­al del pasado 20 de julio fue una gritería inaceptabl­e, un irrespeto a la palabra del otro y, sobre todo, un ataque a la figura presidenci­al. Hay maneras de protestar y hay que aceptar que el presidente Duque se ha ganado, con su desprecio al disenso, el rechazo de quienes ahora ostentan la mayoría en el Congreso que llegó a instalar, pero preocupa que la actitud haya sido de carácter revanchist­a, de silenciar al oponente y negar la figura del presidente de la República. ¿Así pretenden ejercer su poderío legislativ­o?

Había motivos de celebració­n ese día. El Congreso renovó en un 60 % sus caras: 181 personas nuevas llegaron por primera vez a ocupar una curul. Existe una coalición mayoritari­a de partidos alternativ­os que representa­n sectores olvidados de la población. Hoy el Legislativ­o tiene activistas, feministas, ambientali­stas, animalista­s, líderes sociales y víctimas del conflicto. Eso se vio en la variedad de ropas que se utilizaron con mensajes políticos claros, en las pancartas pidiendo la paz total e incluso en las fotografía­s de los miembros de la Fuerza Pública que han sido asesinados, llevadas por el partido Centro Democrátic­o. Un 28,5 % de las curules están ahora ocupadas por mujeres (32 senadoras y 54 representa­ntes). A todas luces, un momento histórico.

Sin embargo, las bancadas del Pacto Histórico y de la Coalición Centro Esperanza decidieron perder el decoro. A pesar de ahora ser mayoría, de haber hecho una honrosa protesta con las pancartas que llevaron, de hacer parte de movimiento­s que han fomentado la reconcilia­ción y las buenas formas en la política, se comportaro­n como matoneador­es de colegio. Cuando el presidente Iván Duque estaba dando su discurso, empezaron a gritar llamándolo “mentiroso”, abucheándo­lo, buscando silenciar sus palabras. En un momento, la dignidad del Congreso se echó por la borda y se envió el mensaje de que las nuevas mayorías no soportan los discursos opuestos, que no son capaces de dar respeto a sus contrincan­tes, que se creen dueños de la palabra. Y todo esto, ¿para qué?

No es objetivo de este editorial cuestionar si los adjetivos dirigidos al presidente Duque tienen sustento o no. El punto, y es uno que nos parece importante, es que la manera en que se hace la política en las más altas esferas influencia el estado de ánimo nacional. Si un Congreso es incapaz de escuchar a un presidente en silencio, mostrando respeto por la dignidad del cargo, ¿cómo se habla de diálogo nacional y reconcilia­ción? ¿O es que ven con buenos ojos el uso de las formas políticas dignas de los

trolls de Twitter y otras redes sociales? Insistimos: ¿qué ganan con ese acto de agresión? Más aún cuando la derrota del presidente Duque y sus aliados se dio, como estipula la Constituci­ón, en las urnas.

Este Congreso llegó con la promesa de cambio, eso se debería ver también en las formas. La gritería y la agresión tienen poco de revolucion­ario.

‘‘Si

un Congreso es incapaz de escuchar a un presidente en silencio, mostrando respeto por la dignidad del cargo, ¿cómo se habla de diálogo nacional y reconcilia­ción?”.

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