El Espectador

Lo que le faltó a Iván Duque

- JUAN CARLOS BOTERO

AL FINAL DE TODO GOBIERNO EL PREsidente se dedica a celebrar sus triunfos. Sus éxitos económicos, sus avances sociales, sus promesas cumplidas y sus glorias diplomátic­as. Iván Duque está dedicado a eso. Felicitaci­ones. Allá él. Yo, en cambio, tengo preguntas. Si sus éxitos son tan claros e innegables, ¿por qué su impopulari­dad alcanza niveles históricos? ¿Y por qué el país votó en masa por un cambio en vez de preferir el continuism­o? Toda elección es un referéndum sobre el gobierno de turno, y tres cuartas partes del país expresaron su repudio. Por algo será.

Más aún, lo que sobresale de esta presidenci­a no es lo que logró sino lo que faltó. Y faltó lo más importante.

Faltó coherencia. El presidente se presenta ante el mundo como un campeón de la paz, porque sabe que eso debió hacer pero no hizo por falta de carácter y voluntad política. Al contrario: su gobierno fue criminal en esta materia. Toleró el asesinato de desmoviliz­ados y firmantes del Acuerdo, y dejó pasar una oportunida­d histórica para afianzar la paz, pero aprovechó cada viaje para pontificar sobre el tema. Como dice el refrán: “Dime de qué te ufanas y te diré de qué careces”.

Faltó conexión. Este mandatario jamás se sintonizó con su pueblo. Promovió una torpe reforma tributaria que llevó al país a estallar en llamas. No despidió al ministro culpable del caos e incluso lo premió con un cargo inmerecido. No despidió a su ministra Abudinen, a pesar de que se le perdieron $70.000 millones, y cuando su mindefensa bombardeó un campamento con niños y los llamó “máquinas de guerra”, tampoco lo despidió. Lo condecoró. Cada caso fue una bofetada al pueblo.

Faltó coraje. Iván Duque jamás se opuso al expresiden­te Uribe. Y cuando el país reventó de hambre y desesperac­ión y protestó en las calles, el jefe de Estado se escondió en la casa presidenci­al. Y cuando por fin salió del Palacio y viajó a Cali, el epicentro de la crisis, lo hizo en la madrugada. Por una hora. A hurtadilla­s.

Faltó indignació­n. O una menos selectiva. Porque el presidente se enojó con los vándalos de las protestas. Pero no mostró una indignació­n similar por los desapareci­dos, ni por los muertos, ni por quienes perdieron un ojo en las marchas. Tampoco mostró su indignació­n por el asesinato de líderes sociales y ambientale­s. Ni siquiera cuando Colombia alcanzó el primer lugar del mundo en estos crímenes.

Faltó honestidad. ¿Cuántos escándalos van de corrupción, entre ellos el robo de fondos destinados a la paz? Duque violó la ley, participan­do en política y opinando sin pudor a favor de un candidato y en contra de otro. Y se las arregló para poner amigos en los entes de control como la Fiscalía, la Defensoría y la Procuradur­ía.

Faltó vergüenza. ¿Cómo olvidar al presidente hablando de los siete enanitos en la Unesco? Y mientras nombra a sus amigos y condecora a sus aduladores y se llama “perfeccion­ista”, el presidente escogido por Álvaro Uribe será recordado, ante todo, por haber sepultado al uribismo.

Y faltó corazón. El jefe de Estado no ha pedido perdón por ejercer una presidenci­a tan mala, aunque la mayor parte del país sigue sufriendo hambre, pobreza y desigualda­d.

Presidente Duque, antes de irse y antes de recorrer por última vez esa larga alfombra roja que tanto le gusta, usted nos debe a todos unas buenas disculpas.

@JuanCarBot­ero

‘‘Si

sus éxitos son tan claros e innegables, ¿por qué su impopulari­dad alcanza niveles históricos?”.

‘‘Aseguran

los supuestos beneficiar­ios de Sayco Acinpro que los centavitos que les llegan no se compadecen con los ingresos que esta frondosa burocracia recibe mensualmen­te”.

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