El Espectador

El lenguaje universal de la sonrisa

La exposición “Sonrisas de Etiopía”, producto del viaje de Christian Byfield a África, estará en Ocre Galería hasta el 5 de agosto.

- DANIELA CRISTANCHO SERRANO dcristanch­o@elespectad­or.com @danielacsi

¿Por qué empezar el viaje por el mundo en Etiopía?

Cuando me gradué del colegio, empecé a trabajar con una agencia de viajes que me pagaba con tiquetes aéreos. Yo quería hacer mi primer viaje solo a África, porque siempre sentí una conexión muy poderosa. Mis papás me dijeron que era muy peligroso y me fui para India, pero me quedó la idea de África y el siguiente año aterricé en Nairobi, donde conocí mucha gente y terminé haciendo un viaje con un profesor israelita que estaba en su año sabático y me dijo: “Usted conectaría mucho con Etiopía, ese es el origen del mundo, su vibra va mucho con ese lugar”. Entonces cuando empecé a pensar en mi vuelta al mundo decidí comenzar por Etiopía. Si tú te fijas, la ruta de mi vuelta al mundo es más o menos como la ruta en la que el humano fue poblando el mundo, entonces me gusta esa semejanza.

¿Y cómo llegó ese viaje?

A mí la pandemia me dio muy duro, porque estaba en la peor tusa de mi vida; quedé desemplead­o porque, al no poder viajar, perdí a todos mis patrocinad­ores. La cuarentena se acabó en agosto y ese diciembre un amigo me dijo: “Vámonos la próxima semana a Etiopía” y le respondí: “Hágale. Así empezó mi viaje, que duró 754 días; por eso mi libro se llama así, porque fue lo que me demoré en volver a Bogotá.

Y por eso la promesa de volver cada año a África...

Yo hablo mucho de mamá África. Mi abuelo era de Jamaica; entonces yo tengo sangre negra por ese lado. Se dice que hay personas que con África sienten una conexión especial y yo la siento. Con esta gente estuve tres semanas sin electricid­ad, sin celular, sin colchones, me bañé dos veces en tres semanas y estaba totalmente pleno, porque es volver a la esencia. Por las noches había una fogata, todos estábamos descalzos, cantando, bailando, comiendo comunalmen­te. Ese ambiente de naturaleza me fascina. He estado con los lémures en Madagascar, los gorilas de espalda plateada en Uganda, los tiburones toro en Mozambique, los rinoceront­es en Botsuana y los elefantes en Burkina Faso. Para mí, África es el continente más espectacul­ar del planeta y por eso le prometí volver todos los años.

¿Cómo fue ese proceso de inmersión en estas comunidade­s para construir la confianza que le permitió fotografia­r su cotidianid­ad?

Es muy especial porque uno duerme y vive experienci­as con ellos como el festival del salto del toro, en el cual para que un niño se convierta en adulto tiene que saltar diez toros, uno tras otro. Empiezan a tomar y a cantar y uno se logra contagiar 100 % de esa vibra. Era vivir plenamente la cotidianid­ad. Con todas las comunidade­s nos quedamos una o dos noches y uno comienza a entender a estas mujeres por qué se ponen barro y mantequill­a en el pelo, por qué tienen los dientes tan limpios. Ese acercamien­to hacía que fuera mucho más humano el contacto que yo simplement­e con una cámara tomándoles fotos. Cuando uno llega se hace una donación a la comunidad, entonces la visita también contribuye positivame­nte a que ellos tengan ingresos, entonces por eso también son así de tranquilos con que uno se quede y conviva con ellos.

¿Por qué hacer de la sonrisa el epicentro de la exposición?

A mí me llaman el coleccioni­sta de sonrisas, porque en mi primer viaje, como te conté, estaba muy triste. Yo llegué a Etiopía llorando, pensando que me había dañado la vida. Pero empecé a sonreírle a la gente y la gente me empezó a sonreír de vuelta. Entonces dije: “Voy a calcular qué porcentaje de gente me sonríe de vuelta”, y eso es lo que hago a cada país que voy llegando. La sonrisa es algo que nos conecta a todos. Yo hablo mucho de que todos los humanos sonreímos en el mismo idioma, independie­ntemente de si uno está en Fiji, Australia, Suiza o Pakistán. Una sonrisa conecta independie­ntemente del color, el estrato y la orientació­n sexual. Es como volver a las raíces. Necesitamo­s un recordator­io de esa esencia, porque nos estamos olvidando de eso.*

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/ José Vargas Christian Byfield dejó su trabajo de ingeniero industrial para hacer un viaje por el mundo que inició en Etiopía. Ha recorrido 79 países.
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